Tras un fin de semana de reflexión en los montes de Toledo, Pedro Sánchez ha cambiado el perdón, que no le quedaba bien, por el ... enfrentamiento, que es su virtud cardinal. Ayer el presidente ya no parecía demacrado sino afilado como un cuchillo. El aire de Quintos de Mora le ha sentado como una descarga eléctrica. Dos días más en la sierra y Sánchez regresa anunciando desde el balcón de Ferraz que la corrupción de los secretarios de Organización del PSOE le obliga a tomar una decisión drástica: ilegalizar al PP al ser este partido donde están «los verdaderos delincuentes».
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Se mostró ayer tan severo Pedro Sánchez con la corrupción del PP que otra cosa que pareció a punto de hacer fue anunciar una moción de censura contra Rajoy. Nota mental: que esta vez no la defienda José Luis Ábalos. Por cierto, lo de Ábalos y Santos Cerdán es desde ayer «supuesta corrupción» para el presidente del Gobierno, que ha tardado un poco pero ya agarra el flotador que le lanzó el jueves Aitor Esteban. A partir de ahí, el argumento apuntalado en el búnker de Moncloa es que la derecha es esencialmente corrupta mientras la izquierda lo es por error. «No hemos levantado un muro suficientemente alto y nos salpica su pecado», podría haber añadido un presidente que no parece ya hablarle a los ciudadanos sino solo a sus devotos, que se agrupan con los ojos en blanco en torno al odio al rival. Tuvo gracia ayer Pedro Sánchez cuando repitió que eran las cinco y estaba sin comer, cuando citó su deber «como capitán» o cuando dijo que le persigue «una coalición de lobbies oscuros», pero nada tan gracioso como cuando lamentó que la definición del adversario «haya pasado a ser la del enemigo político».
A continuación, explicó que no puede permitir que llegue al poder «la peor oposición de la historia». Es la baza que le queda al Gobierno y es contradictoria y peligrosa. Implica la interpretación de la mayoría precaria, discontinua y frecuentemente cínica de la que dispone en el Congreso como un caudal de aprobación incontestable. Y, al mismo tiempo, da por hecho que esa mayoría es irrepetible -de pronto el CIS no cuenta- mientras sitúa la alternancia, no como la base del sistema, sino como su mayor peligro.
Italia
Venecia con Jeff
Venecia es un escenario tradicionalmente nupcial, pero lo es porque las parejas se van allí de viaje de novios. Jeff Bezos en cambio ha elegido casarse en Venecia, reservando a su nombre la Abadía de la Misericordia y llevándose allí a doscientos invitados, que no son tantos si pensamos que podría llevarse dos mil. No parece que el dueño de Amazon sea de los que pagan la boda con lo que le den en un sobre los invitados. El magnate se casa con Lauren Sánchez a final de mes, un día que no se revela por motivos de seguridad. En Venecia la emoción al respecto está siendo profunda y todo el mundo habla de Jeff. Los activistas contra la turistificación en una ciudad preocupantemente sumergible incluso amenazan con boicotear la boda, dejando claro, eso sí, que no están contra del matrimonio como institución. Menos mal. Mientras tanto, el alcalde de la ciudad y el presidente del Véneto recuerdan que contra lo que no se puede estar como institución en una ciudad turística es contra los ricos. Los gobernantes remarcan que los Bezos y sus invitados van a dejar un montón de dinero en Venecia y causarán menos problemas que los miles de turistas que llegan a diario y van por ahí mirando el euro, los muy cutres.
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