No es infrecuente que un museo de arte moderno albergue obras de difícil comprensión. Tampoco es raro que el propio museo resulte imposible de explicar ... visto de cerca y llegado el caso. El mérito que hay que atribuirle al Guggenheim de Urdaibai es que haya conseguido resultar incomprensible sin la necesidad, no ya de estar construido, sino de estar proyectado. Del mismo modo, debe entenderse como un gran éxito en términos de vanguardismo que el lehendakari anunciase el lunes solemnemente que el Guggenheim de Urdaibai queda de pronto en el aire. 'Museo ingrávido en Reserva de la Biosfera o cronología circular del enigma', habría titulado yo. Otra opción sería utilizar esta frase de Urkullu: «No es fácil plantear una postura concreta cuando no conocemos ni el proyecto constructivo de lo que podría ser la ampliación». Puede que no se haya descrito con tanta precisión el misterio de la experiencia estética desde que Adorno dijo aquello de la posibilidad prometida por la imposibilidad.
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Por desgracia, la política es como es y trabaja contra toda elevación. Por eso la oposición relaciona el anuncio del lehendakari con la inminencia de una campaña en la que Bildu iba a sacar provecho de aporrear el tambor ecológico en Urdaibai. Mientras tanto, el PNV se arma un lío y se esfuerza por explicar ahora que lo del museo sigue en marcha al cien por cien, solo que el Patronato del Guggenheim ha pedido dos años para reflexionar. Dejando a un lado la facilidad con la que de repente le cedemos competencias a Nueva York, hay que recordar lo conflictivas y confusas que pueden ser las pausas para pensárselo. Todavía hoy no sabemos si Ross y Rachel se estaban tomando un descanso. Yo creo que deberíamos hacer nosotros también de la necesidad virtud y entender que los turistas ya han visto museos por encima de sus posibilidades y pueden ver uno más en cualquier lugar del mundo. Es solo en Urdaibai donde, dieciséis años después, puede verse el Guggenheim realmente original: el que no está. El Guggenheim, abracadabra, que no se ve.
Congreso
Amnistía sin frenos
Además de la coincidencia entre los apoyos gubernamentales de que este asunto de la amnistía está ya muy debatido, con toda esa gente escribiendo en los periódicos, la comisión de Justicia del Congreso evidenció ayer el malestar de los independentistas catalanes con lo trabajoso del proceso. Fue Pilar Vallugera, portavoz de Esquerra, la que encontró más indignante que las leyes deban redactarse tanto y no baste con la voluntad del legislador y «la mayoría que ahora tenemos». Recordando que a la gente le da igual la amnistía porque «afecta poco a la calidad de vida», Vallugera vino a preguntarse aparentemente en serio quién juzga a los jueces que no le hacen caso a ella. Y aprovechó el enigma para demostrar que lo de la reconciliación marcha: «Este es el drama de su Estado del que nos tenemos que ir a toda la velocidad». Luego vimos al ministro de Justicia saliendo a mover las líneas rojas: se amnistiarán los delitos de terrorismo, pero solo los pequeños, los que no violan mucho los derechos humanos. Con lo fácil que sería incluir en la ley la lista de los beneficiados. Escrita por ellos mismos, además, tal vez con una breve nota añadida: «Amnistíenme a mí en concreto por el interés general, gracias».
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