Entre otras cosas, Feijóo se comprometió en el congreso del PP a gobernar sin Vox, pero sin aislar tampoco a Vox, y a derribar el ... muro entre españoles. Fiel a su condición de superego tiránico, el lunes Vox ya estaba comprometiéndose a levantar ellos otro muro, uno entre españoles e inmigrantes, uno trumpista, por tanto, o sea un muro trampolín: un trumpolín. Fue Rocío de Meer quien habló en una confusísima intervención de deportar a millones de inmigrantes, también a los de segunda generación, tal vez ocho millones, entre unos y otros. «Personas que han venido de diferentes orígenes», describió De Meer. «Alentados por el bipartidismo», especificó. A estos hay que devolverlos a su países. A «todos estos millones de personas que no se han adaptado a nuestras costumbres y en muchísimos casos, además, han protagonizado escenas de inseguridad». Resumo: hay que expulsar a toda persona que ha venido de diferente origen y protagoniza escenas de inseguridad. La razón de peso aportada por De Meer, que ya se ve que tampoco es Gracián afinando el concepto, es la xenofobia expresada en estrictos términos nacionalistas: «el derecho a querer sobrevivir como pueblo».
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Ayer en el PP se manifestaron en contra de las propuestas «populistas» de Vox. Lo hicieron, como suelen, acogotados entre Abascal y la pared. Que la estrategia del PP respecto a Vox consiga ser siempre titubeante es ya uno de esos prodigios a los que no prestamos atención. Además de una irresponsabilidad, circunscribir la complejidad del debate sobre inmigración a responder a las simplezas del partido de Abascal es otorgarle al rival un enorme poder simbólico. Que Vox tienda a funcionar como el camarote de los hermanos Marx reservado por los hermanos Kaczynski explica por su parte que ayer saliese gente del partido a aclarar que es solo a los delincuentes a los que quieren deportar mientras otra gente del partido defendía la teoría del Gran Reemplazo, que no señala al delincuente sino al musulmán. Por debajo de todo, el inquietante truco de definir una especie de ciudadanía ideal no en torno al respeto a la ley sino al respeto a las costumbres. Es el sueño nacionalista otra vez: una sociedad de individuos iguales ante la ficción identitaria.
Jóvenes propietarios
Los avales del Gobierno vasco para que los menores de cuarenta años puedan emanciparse comprando un piso se anunciaron para junio pero llegarán finalmente en otoño. Los avales del Gobierno vasco para que los menores de cuarenta años se emancipen alquilando un piso se retrasan y llegarán, si hay suerte, antes de que finalice el año. En un caso se avalan las hipotecas y en el otro las fianzas. Según parece, todavía no se sabe cuáles son las entidades financieras que colaboran en el programa de ayudas. Serán ellas las que evalúen como suelen el riesgo del joven aspirante a propietario. El Gobierno vasco sustituirá el tradicional aval paterno e impone alguna limitación. El joven no podrá tener más de treinta y nueve años ni ganar más de 50.400 euros anuales. El piso no podrá costar más de 340.000 euros. Tanto el joven como el piso deberán estar situados en el País Vasco. El acceso a la vivienda se impone como problema social y requiere medidas contundentes. Las políticas gubernamentales destinadas a la compra de pisos nos recuerdan de un modo melancólico la lección aprendida tras la crisis del ladrillo y el estallido de la burbuja: se necesita un amplio parque de vivienda pública destinado al alquiler.
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