En los comicios andaluces, Susana Díaz tenía todas las de perder. El hartazgo del electorado con casi cuarenta años de gobierno socialista ininterrumpido y de muy dudosos frutos en términos de mejora comparativa de estándares socioeconómicos; la acumulación de casos de nepotismo y corrupción dramáticamente simbolizados en el encausamiento de dos expresidentes coincidente con el proceso electoral; la fractura del partido a raíz, sobre todo, del enfrentamiento de la todavía presidenta autonómica con el actual presidente del Gobierno central en las pasadas primarias socialistas; y el desgaste que sufre casi todo gobernante por el mero desempeño de su cargo son datos que explican más que de sobra los obstáculos que la candidata socialista habría tenido que superar para obtener siquiera un mediocre resultado.
Publicidad
Ahora bien, si bastan estos datos para explicar una razonable pérdida de votos, algo más hace falta para dar razón cabal de la monumental debacle que el socialismo andaluz ha sufrido en estas elecciones. Algo que, a mi entender, ha de buscarse en causas ajenas a la propia Andalucía. Para entenderlas convendría fijarse, más que en los que, al igual que el socialismo, han salido perdedores, como el Partido Popular y la marca regional de Unidos Podemos, en los dos únicos partidos que pueden alardear de rotundas victorias: Ciudadanos y Vox. Y de los dos, tanto en lo que le es propio a cada uno como en lo que ambos tienen en común.
A este respecto, parece probable que el alineamiento con los postulados de una derecha extrema del que Vox está dando claras pruebas ha introducido al partido en esa corriente que barre hoy buen número de países europeos. Y, si, hasta tiempos recientes, este posicionamiento resultaba tabú en nuestro país, por razones que no es necesario explicar, hoy, en vista de lo que viene ocurriendo en otros países avanzados de nuestro entorno, ha adquirido, también entre nosotros, carta de normalidad, hasta el punto de llegar a exhibirse en algunos ámbitos con cierto punto de orgullo. No es ya una lacra a ocultar, sino un signo de pertenencia a esa «posmodernidad» que está instalándose en Europa al margen o en contra de las tradiciones heredadas.
Pero, si esto es diferencial de Vox o, al menos, resulta en él más destacado, le une a Ciudadanos otra nota más peculiar de nuestro país: la militancia en pro de una españolidad o, mejor, un españolismo de carácter reactivo que, con mayor ímpetu aún que el citado derechismo integrista, ha comenzado a difundirse por el país a marchas forzadas. Respecto de esta nota que ambos partidos comparten y explotan con similar devoción, no hace falta ser un lince del análisis para dar con su origen. El conflicto catalán se ha expresado de modo tan zafio y en tono, en ocasiones, tan arrogante que no podían no producirse reacciones, con parecida virulencia, en quienes se hayan sentido aludidos. Se han tocado fibras emocionales que están siempre dispuestas a despertar con nada más que alguien las roce. Ciudadanos y Vox lo han hecho. Y Andalucía era quizá el lugar más propicio para que la reacción se diera, pues, no en vano, siempre ha sido la diana fácil contra la que dirigir los desplantes territoriales. Pero, aunque la primera, no será la única. El conflicto catalán ha comenzado a librar una factura que habrá de abonarse en múltiples plazos.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión