El lehendakari Imanol Pradales hizo un llamamiento a recuperar la confianza en el futuro de Euskadi en su discurso de Nochevieja, el primero de su ... mandato. Un mensaje que quiso orientar específicamente hacia los jóvenes, un sector de la sociedad que vive muy de espaldas a la política. Pradales ofreció una intervención de espíritu muy europeísta y alertó de los riesgos antidemocráticos que cabalgan a lomos del populismo y del extremismo. Basta una mirada a lo que circula en Europa para darse cuenta de que los temores del lehendakari no están en absoluto infundados, que las corrientes más simplistas, que buscan el efectismo ante problemas muy complejos, se han transformado en serias amenazas para la democracia liberal.
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El discurso de Pradales no entró de lleno en la concreción de las respuestas de las políticas públicas, y ahí ha encontrado la oposición un flanco sensible con el que criticar esta indefinición. Ciertamente, este año va a ser un elocuente termómetro de cómo se materializan determinadas aspiraciones. De cómo cristaliza la vocación de ensanchar el consenso con un proyecto de reforma estatutaria que se centre en las demandas de la ciudadanía, que resulte viable constitucionalmente y sirva para propiciar mayores niveles de bienestar económico y social desde políticas equilibradas, que sean el resultado de amplios consensos, y no estén escoradas hacia la polarización de posiciones.
La intervención de Pradales se encuadra en un marco en el que los mensajes de los dirigentes autonómicos han mostrado de nuevo la difícil coexistencia de necesidades y aspiraciones territorialmente diversas cuando destacan las diferencias partidistas. La alocución del líder de la Generalitat catalana, Salvador Illa, hizo gala, en el fondo, de la sintonía que mantiene con Pedro Sánchez. Y poco tiene que ver con el mensaje de Isabel Díaz Ayuso. Mientras desde Euskadi o Cataluña recurrían a la singularidad de sus respectivos regímenes de autogobierno, esa misma idea es percibida desde las comunidades gobernadas por el PP y la Castilla-La Mancha que lidera el socialista García-Page como sinónima de una excepcionalidad que apuntan como injusta. La falta de un modelo duradero de sostenibilidad financiera se ve agravada por el desencuentro entre partidos, con implicaciones autonómicas directas, tanto respecto a la mayoría que Sánchez precisa para seguir gobernando como a la hora de procurar la alternancia en La Moncloa.
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