El congreso de ELA clausurado ayer dio un espaldarazo, como era previsible, a la estrategia por la que el sindicato mayoritario en Euskadi pretende ejercer ... de contrapoder, caracterizada por una confrontación «sin complejos» con la que aspira a condicionar la toma de decisiones en el ámbito económico y político. Una línea de actuación que le ha llevado a renegar del diálogo social y a esgrimir las huelgas como principal herramienta negociadora. También a no hacer distingos en sus virulentos ataques a los gobiernos vasco, navarro y central; a todo el arco parlamentario -incluida la que califica como «izquierda institucional», en alusión a EH Bildu y Podemos-, las demás centrales y la patronal. De esa forma, se autoadjudica el papel de genuino guardián de las esencias tanto en la defensa de los derechos de los trabajadores como en cuestiones identitarias. Su confusión entre la firmeza en los principios y la falta de flexibilidad le ha condenado desde hace años a una soledad en la que parece sentirse a gusto.
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Mitxel Lakuntza, reelegido ayer secretario general con el 90,69% de los votos, abogó por mantener una beligerancia de cuyos resultados presumió. Es dudoso que esa vía sea la más eficaz. No lo es, en cambio, que tal seña de identidad se ha visto reconocida con una representación del 40% y más de 100.000 afiliados, lo que otorga a ELA un peso determinante en las relaciones laborales. A él pretende añadir una influencia política que se le resiste desde el frustrado Pacto de Lizarra. La ponencia aprobada por aclamación en el congreso apuesta por convertir Euskadi en una república independiente por la vía unilateral, entre reproches despectivos al «autonomismo» del PNV y a la acción institucional de EH Bildu, incluido su apoyo a los Presupuestos de Pedro Sánchez. El sindicato que declaró «muerto» el Estatuto en 1997 va así mucho más allá que ambas formaciones al abanderar una ruptura que choca no solo con la legalidad, sino con los deseos y prioridades de la ciudadanía vasca, según recientes sondeos, y cuyo estrepitoso fracaso en Cataluña, con indeseables consecuencias, debería servir de escarmiento en cabeza ajena.
A la central mayoritaria en Euskadi cabe exigirle, sin renunciar a sus principios, una actitud responsable en ese terreno, en la reforma laboral y en la de las pensiones, así como una sincera voluntad de alcanzar acuerdos en una negociación colectiva que se verá tensionada por una disparada inflación.
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