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Eran dos buzones perdidos en la nieve, aunque en un primer momento no las consideré cimas en sentido estricto (ése es el típico debate de montañeros). Pero allí estaban las dos pequeñas estructuras metálicas que marcaban el Mojón Alto (1.068 metros) y el Somo (1.170), dos referencias perdidas de la Sierra Sálvada, que aquel día parecía una planicie siberiana, confirmando lo que me enseñaron una vez: «Hasta el monte más modesto parece diferente y te sorprende cuando paseas de nuevo por él».
Si recuerdo aquella sencilla excursión, y han transcurrido diez años desde que mi inolvidable amigo Iñigo Muñoyerro fallecido esta semana y yo la hicimos, es por la luz invernal de ese día, un tanto irreal y cinematográfica, blancos, azules y grises, como si en cualquier momento fuera a pasar al lado el doctor Zhivago en un trineo. Pero lo que más me divirtió fue el mastín que se unió a nosotros cuando menos lo esperábamos e hizo del paseo hacia el Mojón de Lastria o Lastrilla (1.132), en territorio de Álava, y luego al Mojón Alto y el Somo, una deliciosa caminata desde Burgos.
Todavía estoy viendo al perro en Llorengoz, pueblo burgalés situado a ocho kilómetros de Villalba de Losa, observándonos cuando nos alejábamos por las últimas casas, las mismas donde él nos dejó a la vuelta, después de habernos acompañado unas cuatro horas. Se fue sin despedirse, después de haber cumplido con unos forasteros que habían aparecido con mochilas un día laborable, en un lugar donde casi no vive nadie –se contaban trece vecinos– y suele hacer un frío que pela.
Fue como un juego. El mastín salió de Llorengoz detrás de nosotros, a una prudente distancia. Nos deteníamos y se paraba. Reanudábamos la marcha y él, detrás; volvíamos a parar y siempre lo mismo. Así durante un kilómetro o dos. Era un perro joven, juguetón y se aburría como los niños de esos pueblos donde las familias se van marchando y que están a punto perder su escuela.
Cuántos perros como ese mastín habrá en la España vaciada de la que tanto se habla ahora. Nuestra aparición debió de ser un aliciente, aunque sólo se nos acercó cuando supo que era bienvenido. Nos dijimos: «Y por qué no». Mi compañero le tendió la mano y desde ese instante el animal fue uno más, un camarada, adelantándose, esperándonos, distrayéndose con lo que sobresalía o se movía en la nieve.
Su pelaje crema, casi blanco, se perdía en el paisaje. De repente creíamos que se había marchado y que no lo íbamos a ver, pero reaparecía sobre la ruta correcta, escondida bajo el hielo. Él iba a su aire, pero no nos perdía de vista. En otra excursión, años más tarde, otro perro se detuvo en un cruce y nos llamó la atención para advertirnos de que nos adentrábamos por la senda equivocada. A su granja, de donde habíamos partido, se volvía por otro lado.
A cuántos montañeros pudo haber acompañado aquel mastín de Llorengoz es una pregunta que nos hicimos mi amigo y yo. No muchos. A su lado caminamos algo menos de una hora por una ruta ascendente y despejada que conducía a un abrevadero y luego a un paso canadiense. Apareció entonces el buzón del Mojón Alto y unos treinta minutos después, siguiendo el camino, el Mojón de Lastria, que tiene otro acceso desde el núcleo alavés de Aguíñiga. El mastín se detuvo, como un guía turístico. Sólo le faltaba hablar.
No estuvimos mucho tiempo. El justo para que el perro se dejara fotografiar. Continuamos hacia el Somo, 'summun', en latín, según me explicó mi amigo ¿O fue nuestro compañero? Había que salir del camino y meterse entre brezos y algunos espinos nevados, por un paraje donde si se levanta la niebla o el cielo está encapotado, hay que usar GPS o el altímetro. A las dos horas y quince minutos de marcha apareció el buzón del Somo, en territorio alavés, desde donde se ve el Ungino (1.099 metros).
Pudimos haber prolongado la excursión al Eskutxi (1.178), pero no tocaba. El mastín tenía que regresar, quizá lo echaran en falta. Volvimos a Llorengoz por donde habíamos ascendido, unas cuatro horas y cinco minutos de caminata total, durante la cual, por supuesto, no vimos a nadie. Sólo a un perro que buscaba y ofrecía compañía.
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