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Interior de la cavidad Cueto-Coventosa. Anita Sobrino
Cueto-Coventosa: la catedral subterránea de Cantabria

Cueto-Coventosa: la catedral subterránea de Cantabria

Con una longitud de 35 kilómetros, este complejo de cuevas está considerado como el «Montblanc invertido»

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Lunes, 4 de noviembre 2019

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Denle la vuelta a una montaña y tendrán el sistema Cueto-Coventosa. Una inmensa mole que se escala al revés, es decir, apuntando hacia el centro de la tierra. Los espeleólogos consideran esta gruta –en realidad, una cadena de episodios morfológicos de una belleza espectacular– como el «Montblanc invertido», una inmensa catedral subterránea que tiene su propio milagro: el de hacer que llueva debajo de la tierra.

Y no es una metáfora, al menos por completo. La amplia superficie que ocupa todo este complejo interior, la existencia de una inmensa red de cavidades y galerías –muchas de ellas por descubrir– y las características calizas del terreno implican que, cuando fuera se producen precipitaciones copiosas, allí abajo el agua discurra anónima, pero salvaje. Tanto, que el río subterráneo situado debajo puede subir de nivel y sorprender a un grupo de expertos deportistas en plena travesía, tal y como ocurriera el pasado fin de semana, cuando cuatro espeleólogos portugueses quedaron atrapados durante 55 horas.

«La longitud de la cueva alcanza 35 kilómetros y no es la de mayor desnivel ni la más enorme, pero todo lo que tiene lo tiene en proporciones grandes y completas: verticales, pasos extremadamente estrechos, vados de agua y lagos. Por eso resulta tan atractiva», explica Martín González, coordinador técnico de la Fundación de Espeleosocorro Cántabra. Es un enamorado de la exploración del «sexto continente», esa vasta oscuridad que se oculta a la vista de los seres humanos bajo sus pies. Y advierte: «Hidrológicamente esta cueva es muy compleja».

La entrada, como la Torre Eiffel hacia abajo

La entrada tiene lugar por Cueto. Una oquedad a 990 metros de altitud próxima al Pico Mosquiteru. Luego, el suelo se abre. Las entrañas de la tierra reciben al visitante con un primer pozo de 300 metros. Juhué. «Es como si miras hacia abajo desde lo alto de la Torre Eiffel. Solo que estás suspendido de una cuerda en la oscuridad dentro de un tubo cilíndrico donde el eco te acojona», ilustra Iván Aparicio, un espeleólogo que conoce bien la «capilla Sixtina» de Arredondo. A este le siguen otros. Verticales. Hay que descenderlos todos y quizá resulte mejor no mirar abajo. La primera planta está a 581 metros de profundidad. Silencio. Oscuridad. Y una temperatura constante. Doce grados. El otoño de la tierra.

En total, la gruta se compone de cinco niveles donde hay que caminar, bajar nuevos pozos y superar grandes bloques de piedra. Es lo que se denomina 'el espeleódromo'. «Físicamente machacas muchísimo», destaca Aparicio. El nivel más bajo está a 815 metros. «En algunos tramos hay que utilizar neopreno y nadar, el agua está muy fría». Una vez tocado este fondo, se trata de volver a ascender hasta la planta número tres: la salida por Coventosa, a unos 290 metros sobre el Asón.

La travesía en sí viene a durar unas veinticuatro horas, treinta si se produce algún episodio de agotamiento, causante del mayor número de rescates junto a los provocados por el incremento súbito de los niveles de agua. Son seis kilómetros por caminos de topos, no exentos de dificultades como el Agujero soplador, la cabeza de una aguja fabricada en roca. Aparicio recuerda que en un par de ocasiones ha sido necesario acudir al rescate para liberar a alguien atrapado en ese punto.

La ruta contempla también una maraña de pasadizos –«es como el Naranjo de Bulnes: tienes una cumbre, pero hay cientos de rutas de escalada», comenta González–, aunque hoy en día parece más difícil perderse que hace solo un par de décadas. «La cueva está muy pisada y la gente entra con una buena descripción topográfica. Con eso y la brújula no tiene mucha complicación seguir el camino», observa Aparicio. «Posiblemente el agua supone una dificultad mayor que el riesgo de perderse. No es una cueva seca. Si llueve mucho entra en carga –señala otro experto, que prefiere guardar el anonimato–, y, de hecho, este fin de semana vi salir el agua por Cuvera (la oquedad por la que desagua el río subterráneo a la superficie) y pensé: 'Como haya alguien dentro se va a quedar atrapado'. Y mira...».

'Los lagos'

Para llegar a la operación de rescate es necesario entender el lugar. Toda esta área guarda un inmenso vacío de aire en su interior: en 30 kilómetros alrededor de Arredondo existen más de 9.000 cavidades y muchas de ellas con 120 kilómetros de desarrollo a través de pasadizos que todavía deben cartografiarse. «El Asón se compone por tres sistemas de cuevas, todos ellos con galerías interconectadas. Cuando llueve lo hace, por tanto, sobre una amplia superficie, que además es de terreno poroso. Se filtra y cae por muchos sitios al interior, donde discurre a través de esas galerías. Una parte importante va a parar al río subterráneo, que crece e inunda las capas superiores», describe con precisión mecánica Manuel González Morales, presidente de la Federación Cántabra de Espeleología. «Seguramente, el agua se canalizó hacia un único punto donde quedaron atrapados» los espeleólogos, coincide Martín González. ¿Cuál es ese enclave? «'Los Lagos'. Existen tres lagos que se convierten en uno y registra fuertes corrientes», remacha Aparicio.

Para el coordinador de la Fundación de Espeleosocorro Cántabra, el fenómeno se ha visto alimentado también por la sequía de los últimos meses, que habría endurecido la tierra y provocado «escorrentías superficiales muy fuertes» durante las precipitaciones intensas del sábado. «Cantabria estaba muy seca y la lluvia pudo haber corrido libremente y hacer que los niveles de agua en profundidad subieran muy rápido». Martín González considera que, a partir de ahí, el subsuelo se comportó como una «esponja» y absorbió «gran cantidad de líquido que luego empezó a drenar e hizo que el nivel bajara más lentamente de lo que esperábamos». «Yo he entrado por Coventosa hasta un lugar que denominamos la playa y en alguna ocasión he visto olas», revela Ivan Aparicio.

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