Bajo las máscaras del circo
Cuatro artistas y trabajadores muestran la trastienda del espectáculo, un singular modo de vida que han mamado desde niños y no cambiarían por nada. El aplauso del público es su gran motor
Jon Casanova
Miércoles, 6 de agosto 2025, 00:12
Hay espectáculos que solo se entienden cuando se viven en directo. El circo es uno de ellos. Bajo la lona todo se transforma: la oscuridad ... se llena de luz, el silencio se rompe con gritos, aplausos y música y el público —sin importar la edad— se entrega a lo inesperado. Cada función es irrepetible. Cada noche, una historia distinta. Lo que sucede en la pista no tiene filtros ni repeticiones. Solo técnica, riesgo, talento y mucha entrega.
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Cuatro trabajadores del Circo del Miedo explican en este reportaje cómo es si día a día, marcado por exigentes rutinas de entrenamiento o estancias lejos de casa. No obstate, si se les da a elegir no cambiarían por nada. En parte se debe a un legado gamiliar que se remonta a siete generaciones y, sobre todo, por vocación. Un modo de vida algo nómada que no está reñido con vacaciones, días libres y comodidades diversas que no provocan nostalgias de otras maneras de vivir. Les gusta lo que hacen y los aplausos del público constituyen su gran motor.
El Circo del Miedo ha instalado su carpa en Vitoria, donde permanecerá hasta el 10 de agosto, ofreciendo funciones de miércoles a domingo a las 21.30 horas. Su propuesta rompe con lo habitual: criaturas siniestras, máscaras hiperrealistas, payasos asesinos y cuerpos en barra, en una mezcla que combina terror, humor negro y erotismo, con un toque burlesque que le aleja de propuestas más trilladas. No está recomendado para menores de 14 años y desde que el público pone un pie en el recinto, el espectáculo ha comenzado.
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Claudio Rossi Acróbata y dueño de Rossi Showtime
«Es casi imposible que me ponga nervioso. Es como abrir una puerta»
Claudio Rossi creció entre malabares y trapecios, heredando la pasión circense de una familia de seis generaciones de artistas. Desde 2021 es socio y dueño junto a dos hermanos de Rossi Showtime, la empresa que pone en marcha el Circo del Miedo. «Me encargo de toda la gestoría, los documentos, las redes sociales y las campañas publicitarias. En eso empleo buena parte de la mañana en contestar correos o hacer 'posts' –publicaciones– en redes». Por si fuera poco también es acróbata. Desde niño tuvo claro que quería dedicarse al circo. «Crecí viendo a mi padre en escena y al final es lo que quieres ser de mayor. Estás motivado con llegar a eso algún día». Recuerda con detalle su primer número, cuando tenía 7 años. «Era con mis hermanos y tenía tantos nervios que estaba meándome encima y además tenía que salir de una maleta que pensaba que me iba a desmayar». Ahora, tras años de experiencia, ya no tiene nervios: «es casi imposible que los tenga, para mí ya es como abrir una puerta».
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Reconoce que en Euskadi la afición al circo está muy presente. «Hay mucha cultura y mentalidad circense que es algo que al final la gente lo aprecía y eso se siente». Aun así, admite que, «comparado con otros países, no hay tanta base como en Francia o Italia».
Su vida transcurre en una caravana, que comparte con sus perros. A pesar de las limitaciones del espacio, no renuncia a tener una tele y un ordenador para disfrutar de algunos ratos libres. «Descansos tengo pero son pocos. Al mediodía empiezo la venta en taquilla y sobre las cuatro nos maquillamos. La función suele terminar entrada la madrugada, –al ser una obra dirigida a un público más adulto–. Vamos que tengo una jornada completa», dice entre risas. En el mes y medio de vacaciones aprovecha para seguir entrenando.
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Kike Aguilera Humorista
«El riesgo de heredarlo es o que lo amas o lo odias»
Kike Aguilera comenzó su vinculación con el circo a los 12 años, aunque en un inicio fue solo un hobby. Su historia es diferente a la de muchos, pues no proviene de una familia circense. «Para mis padres al principio fue muy raro. El circo se asociaba a la mala vida o a la inseguridad de no tener un empleo fijo, en el mismo sitio...». Pero él dio enseguida con la clave. A los 16 años comenzó a trabajar de manera profesional y desde entonces –ahora suma 53 'castañas'– sigue en activo. «Por suerte nunca me ha faltado el trabajo ni el dinero. Tampoco he necesitado un segundo empleo. No sé si muchos artistas pueden decir lo mismo, y lo digo con toda humildad».
Su camino tampoco fue el habitual, ya que en España no existía una escuela oficial de circo y tuvo que estudiar en Brasil, donde sí reconocen esta actividad como un arte al nivel de otras disciplinas. «La concepción de la gente sobre los que trabajamos aquí y lo que hacemos ha cambiado bastante. Antes esto era como más 'popular' frente a otras disciplinas como el teatro o la ópera, que podían ser más caras o inaccesibles».
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Fuera del circo, durante el año Kike reside en Barcelona y en temporada baja o fuera de una gira trabaja unos cuatro días a la semana. Eso le permite «volver a casa». «Hombre, el poco, pero puedes mantener cierto equilibrio y estar con los tuyos. Pasan los años pero yo siento la misma pasión por este trabajo».
Esta frase le conduce a otra reflexión. «Existe relevo generacional, soy optimista. Pero a un chaval le tiene que gustar este mundo. Porque esto lo amas o lo odias. No puedes obligar a nadie a integrarte aquí». La tradición familiar tiene un gran peso –«no en mi caso, claro»– y eso suele jugar a favor de la continuidad y supervivencia del circo.
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Gioia, Michelle y Alessandro 15, 12 y 12 años
«Comencé a los cinco años. Cuanto más tarde empiezas, más difícil»
Gioia Marton, 15 años, pertenece a la sexta generación de una familia circense –la familia italiana Marton– y pasa su vida viajando en caravana o «una casa con ruedas» para Gioia. «Si empiezas tarde es más difícil». Y así lo hizo, con cinco años comenzó en la que es hoy su disciplina, el contorsionismo, esa práctica de doblar el cuerpo en posiciones que requieren de gran flexibilidad. ¿A qué se quiere dedicar? Lo tiene «súper claro», como no, al circo. Alessandro y Michelle –mellizos de 12 años tampoco dudan, lo suyo es el circo. «Tenemos la fe de trabajar en ello. Con esfuerzo esperamos conseguirlo», dice Michelle.
Estos mellizos italianos –de séptima generación– empezaron incluso antes, a los tres años, con «cosas básicas como estiramientos». Ambos son funambulistas, caminan y hacen equilibrios sobre un alambre tensado, y Alessandro asegura que no se pone nervioso nunca. «Hacemos un número juntos y tenemos que complementarnos muy bien para que el equilibrio salga perfecto. Hay algún momento un poco difícil», admite. Para Michelle no es así en absoluto. «Yo sí paso muchísimos nervios, pero se pasan enseguida, viendo al público». Algo similar siente Gioia. «Cuando oyes los aplausos se te pasa todo».
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Realizan los estudios de forma online, ya que es inviable otra alternativa al desplazarse mensualmente de una ciudad a otra. Únicamente tienen un mes y medio de vacaciones que aprovechan para seguir entrenando. En estas semanas de función, llegan al recinto sobre las diez y pasan unas tres horas practicando su número, que se suma al ensayo previo a la actuación. «Entre entrenamientos y demás sí que acumulas fatiga», admite Gioia, «pero se pasa al ver a tanta gente aplaudiendo». En las gradas del circo entran 700 espectadores.
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Juan Castellanos Limpiador, desmontador y payaso
«Estaba de limpiador y me ficharon para payaso por el carisma»
Llegó de Colombia hace escasos meses. Primero camarero, luego limpiador y ahora payaso. Se unió a la plantilla del Circo del Miedo a primeros de año, empleado en tareas de limpieza y desmontaje. Ha sido su «carisma», reconoce entre risas, lo que ha hecho ganarse el puesto como el «payaso del huevo».
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Por las mañanas limpia y prepara el circo. Por las tardes actúa. Recibe –ya caracterizado– a los espectadores en taquilla durante la venta de entradas. Una vez en la función, ayuda a sacar el material correspondiente para cada ejercicio –escaleras, balancines o cuerdas– para posteriormente, tener su momento en escena donde actúa junto a otros tres payasos en un baile.
La experiencia está siendo muy buena e incluso le ha «cogido el gusto» a ser payaso. «De todos los trabajos me llevo un aprendizaje». Desde el primero que tuvo al aterrizar en España de camarero como de limpiador en el circo. «Eso sí, el de payaso es el más agradable. Con los aplausos uno se siente como un artista».
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Depende de la función trabaja unas ocho horas diarias y la parte de la entrada en escena «es la más suave», considera. «Cuando llegué al circo, yo solo tenía la intención de trabajar en lo que me dijeran, montador, limpiador... Pero me fui metiendo y esto me gusta. Nunca pensé en convertirse en payaso, pero ahora no me disgusta. Incluso me gustaría continuar si se siguen abriendo puertas».
Asegura que, más allá del cansancio, el ambiente del circo es diferente al de cualquier otro trabajo que haya tenido. «Aquí todo es movimiento, montaje, desmontaje, ensayo, función… pero también hay mucha gente que te apoya y eso se nota». Aunque sigue haciendo labores de limpieza, su papel como payaso se ha vuelto uno de los aspectos que más valora del día.
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