La cocina de los niños felices
Chefs con estrella preparan una merienda saludable en Eneko Larrabetzu junto a pacientes oncológicos de la Fundación Pequeño Deseo
Cuando un niño centra su atención en cubrir de chuches y golosinas un globo bañado en chocolate derretido, cualquier otro pensamiento queda atrás. En sus ... miradas brillantes e ilusionadas refulge el paraíso.
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Ver y compartir unas horas con los 29 chavales (la mayoría pacientes oncológicos en tratamiento o en revisión), seguir las explicaciones de los cocineros congregados en el restaurante Eneko por ChefsForChildren, debería ser una asignatura obligatoria para entender de manera fulminante que la existencia puede depender de un mal diagnóstico y que sólo vale disfrutar de cada instante.
Ver cómo la pequeña Carolina Flores, de 5 años, con sus ricitos dorados bajo el gorro azul de cocinera, acude a ofrecer a sus padres la tartaleta de frutas coronada por un canutillo que acaba de terminar, te encoge el corazón y te remueve el alma. «En abril, con cuatro años, le diagnosticaron un linfoma. Le vimos un bultito en el brazo, ahí empezó todo. Ahora está curada», suspira su madre, que pregunta a Carolina por sus mascotas favoritas. «Minnie y Micky», responde con su dulce lengua de trapo. Al chef malagueño José Carlos García, que ha ayudado a Carolina con el plato, el corazón se le vuelve dulce de azúcar. «Los buenos chefs no se suelen manchar», les instruye Martín Berasategui, que acaba de ser abuelo de la pequeña Jara, y establece una conexión entrañable con los niños con los que hoy comparte mesa y juegos.
La entrega de los chefs hacia los pequeños es absoluta. Eneko Atxa, el anfitrión y un veterano de estos encuentros ChefsForChildren, se transforma en un niño más que explica con infinita paciencia y desbordante cariño los pasos para armar una tartaleta de chocolate. «Colaborar en proyectos así no da más que satisfacciones. Y te hace pensar en las cosas verdaderamente importantes de la vida», dice el cocinero de Amorebieta, padre de dos hijas.
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Kalem vuelve a andar en bici
Elsa González, responsable de la Fundación Pequeño Deseo, me presenta a David Blázquez, un padre que observa cómo Kalem, su hijo de 9 años, maneja la fruta cortada. «Tenía seis años, se le inflamaron los ganglios. Nos dijeron que era la enfermedad del beso. Fuimos seis veces a Urgencias. Hasta que le hicieron una biopsia. Sufría un linfoma de Hopkings. Fue terrible. Algo que te destruye por dentro. Nos trataron en el departamento de Oncología de Cruces. Karem fue consciente en todo momento de que estaba enfermo, pero no sabía la gravedad del linfoma. Pasaba cuatro, seis horas, conectado a la máquina de Quimioterapia. Perdió el pelo, sufría vómitos, diarreas... No podía ir a clase. Estas cosas, al final, o destruyen una familia o la hacen más fuerte», nos dice junto a Sonia, su esposa.
«Lo peor es que enfermó en pandemia. No pudo haber apoyo familiar ni más contacto con amigos y compañeros de clase que alguna videoconferencia. Gracias a que el Gobierno vasco nos mandó dos profesores a casa, tres o cuatro días por semana, alternándose. Somos muy familiares...»
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David Blázquez calla. Un nudo en el estómago.
«Nos gusta ir al campo... hacer excursiones. Salir en bici. Karem estaba enfermo. Le fallaban muchas veces las fuerzas...»
Silencio. Lágrimas. Silencio.
«La fundación le regaló una bici eléctrica de monte. Recuperó la ilusión. Para él fue un subidón terrible».
David es un hombre joven, guapo. Pero David Blázquez es, también, un padre herido. Llora entregado a la esperanza.
«Hoy Karem está ya recuperado. Curado. Vive como cualquier otro niño. Ha madurado de una manera terrible y a nosotros nos ha hecho valorar lo que de verdad es importante en esta vida».
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«Hoy hemos traído 10.000 deseos para vosotros. ¡¡¡Garrote!!!», anima Martín Berasategui al grupo de chavales.
Junto a él, el alavés Diego Guerrero, el navarro David Yárnoz, de Molino de Urdániz, Martina y Carlota Puigvert, las jóvenes hijas de Fina Puigdevall, de Les Cols, el brasileño Diego Gallego, de Sollo, llamado el chef del caviar, el malagueño José Carlos García... Todos con la empatía a flor de piel y una simpatía desbordante que los críos agradecen con esa sinceridad que acompaña siempre a esos locos bajitos, que dijo Serrat.
Alazne dejó de hablar
Eva Delgado observa con detalle a Alazne (11 años), superviviente a una leucemia linfoplástica aguda detectada a los cinco años. «Una dolencia que precisa de un tratamiento, como mínimo, que dura dos años. Largo, lento. Extremadamente largo. Ella estaba muy bajita, muy malita. Desde un 27 de octubre tuvimos que estar encerrados en casa, sin ver ni tener contacto con nadie. Estuve tres años viviendo con corsé porque tenía afectadas las vértebras. Nos salvaron los juegos de la Wii y sus juguetes. Alazne dejó de hablar. Es muy fuerte. Una roca. Pero se lo guardaba todo. Salir de su habitación a la sala de juegos de la zona Oncológica de Cruces era una fiesta», señala Eva.
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«Con estos talleres queremos dar visibilidad, poner cara al cáncer y demandar más y más inversión para avanzar en investigación. Es una pelea muy larga», indica Elsa González, responsable de la Fundación Pequeño Deseo. «Permanezco aquí porque muchos se curan. De otra forma, sería insostenible anímicamente», confía. «En la Fundación Pequeño Deseo llevamos 22 años realizando los sueños de niños con enfermedades graves o crónicas de difícil pronóstico. Está demostrado que la experiencia de vivir un deseo incide positivamente en el ánimo y en la manera de afrontar la enfermedad de los niños; incluso de sus familiares. En estos 22 años llevamos 6.400 deseos cumplidos», explica su compañera Vero Zabala.
Los niños corren ahora a recoger una bolsa con regalos y sonríen al recoger sus diplomas. Hay fotos, muchas fotos, y cámaras de televisión. Han pasado una tarde dichosa, dándole esquinazo a tanta tristeza y vestidos con delantales azules de cocineros, una tropa de gente buena que siempre está cuando se les necesita.
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