Evacuación de Afganistán: misión incumplida
Análisis ·
Sin la cobertura de EE UU, es inimaginable que la UE desarrolle una operación capaz de garantizar la continuación del rescate de los colaboradores afganosCon los talibanes marcando el ritmo se ha llegado al final de la operación de evacuación del personal (propio y colaboradores) de los diferentes países ... que han participado en la desventura militarista liderada por Washington desde hace veinte años en Afganistán. Y por muchas que sean las declaraciones de distintos responsables políticos y militares occidentales -tratando de convencernos de que no dejarán a nadie atrás-, es inmediato entender que los afganos van a quedar nuevamente abandonados a su suerte. Sobran, en estas circunstancias, los triunfalismos al estilo de «misión cumplida», tanto por lo realizado como por lo que viene a continuación.
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No cabe hablar de misión cumplida cuando se contempla el desastroso balance cosechado en términos de democratización o, al menos, de estabilización del país. Tampoco caben esas expresiones cuando se reconoce al mismo tiempo que ni siquiera se sabe el número de los colaboradores que van a quedar ahora atrapados en el infierno talibán. Han sido centenares de miles los afganos que han colaborado con los extranjeros durante dos décadas -tratando de ganarse la vida, pero también poniéndola en peligro ante la amenaza talibán de represalia-; y solo han sido unas 120.000 personas las que han podido salir por el aeropuerto de Kabul. ¿Y el resto?
No sirve como defensa aducir que nadie pensaba que el colapso del Gobierno afgano fuera tan inminente y que, en consecuencia, no ha habido tiempo para realizar la evacuación en mejores condiciones. Los talibanes tomaron Kabul el 15 de agosto y ya desde febrero del pasado año (cuando EE UU firmó el acuerdo de retirada, o de rendición, con los talibanes en Doha) se podía haber preparado y efectuado una operación ordenada. O, al menos, desde que el 14 de abril de este mismo año el propio presidente Joe Biden confirmó que la retirada de todas sus tropas se completaría antes del 11 de septiembre. Tiempo suficiente, en definitiva, para sacar del país al personal civil y colaboradores, bajo la cobertura de seguridad de las tropas propias; en lugar de hacerlo con los talibanes controlando la capital y las avenidas de llegada al aeropuerto y teniendo que volver a enviar tropas de combate (tras haberlas retirado) para gestionar el descontrol provocado por tantos errores acumulados, incluyendo la ficción de creer que las fuerzas militares afganas eran un ejército operativo.
Y eso no es incompatible con reconocer la profesionalidad y entrega del personal militar y civil que ha llevado a cabo la operación de traslado y recepción de los afortunados que han logrado salir vivos de las garras talibanas.
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Lo que Washington y el resto de capitales occidentales han mostrado en este último capitulo de su nefasta experiencia afgana es, en primer lugar, una escasa voluntad de interlocución entre ellos, con EE UU decidiendo unilateralmente los pasos a dar sin consideración alguna para sus supuestos aliados. Igualmente, en relación con los países miembros de la Unión Europea, vuelve a dejar claro que los Veintisiete no tienen capacidad militar propia para defender sus intereses comunes; de modo que, sin la cobertura estadounidense, sigue siendo impensable imaginar el desarrollo de una operación comunitaria capaz de garantizar la continuación de la evacuación.
Por el camino queda claro también que el bienestar y la seguridad de los casi cuarenta millones de afganos nunca han sido objetivos reales de los invasores y ocupantes. Si a eso se añade que Afganistán no es -ni siquiera pensando en sus considerables recursos mineros- una casilla del tablero de ajedrez mundial en la que estén en juego los intereses vitales de las potencias occidentales, solo cabe prever que muy pronto, en cuanto se apague el efecto mediático veraniego, el país volverá a desaparecer de la agenda internacional, mientras los talibanes tratan de consolidar su poder frente a una precaria alianza militar en su contra, que va tomando forma en el valle del Panshir, y unos grupos yihadistas -con Wilayat Khorasan a la cabeza- que ven a los talibanes como moderados. Lo único que puede interesar a los actores externos -incluyendo a China y a Rusia- es comprobar si los talibanes cumplen su parte del acuerdo, evitando que los grupos yihadistas que pululan en su territorio, incluyendo a los uigures chinos, puedan moverse a sus anchas. Las huestes de Abdul Ghani Baradar saben que, mientras cumplan con esa demanda, podrán contar con margen de maniobra suficiente para imponer su dictado a una población que, como siempre en estos casos, será la víctima principal de una tragedia para la que no se vislumbra final.
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