La guerra está poniendo a prueba la alianza estratégica que mantienen los dos grandes países asiáticos. China practica una ambigüedad calculada ante la invasión rusa: ... rechaza esta guerra y pide el cese de hostilidades, pero se ha abstenido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y no se ha sumado a la condena internacional a Rusia. El régimen de Pekín ve con preocupación cómo su socio viola el principio de integridad territorial y trata de modificar por la fuerza las fronteras de Europa. Le preocupa el apoyo ruso a través de las armas a la secesión de las regiones del este de Ucrania y se reafirma en su decisión de tratar el asunto de Taiwan como una cuestión de política interna.
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Por otro lado, la agresión rusa está empujando a la economía mundial hacia una situación delicada, que también afecta a China, aunque menos que a los europeos. El mercado doméstico chino es cada día más importante, pero no lo suficiente para aislarse del resto del mundo. Su ascenso pacífico le ha llevado a tejer una gran interdependencia global, económica y energética. La estrategia china de comercio e inversiones formulada como la nueva ruta de la seda, requiere unos mínimos de estabilidad y crecimiento.
Pero el aspecto más inquietante para Pekín es la equiparación en muchos países occidentales de la dictadura de Vladímir Putin con el régimen autoritario de Xi Jinping. Dos llamados 'hombres fuertes', con mandatos vitalicios, rodeados de agradadores y sin muchos frenos a sus ambiciones y deseos. A la salida de la pandemia, China necesita lo contrario, 'poder blando' o de atracción, en un contexto de intensa competencia con Estados Unidos. Entiende esta rivalidad como una estrategia que no debe llevar al conflicto, sino al reemplazo a medio plazo de la hegemonía norteamericana por la propia. Pero se da cuenta que no puede tener en contra a las opiniones públicas de las democracias liberales, que entienden la guerra como un ataque a sus propias libertades y se movilizan contra las atrocidades de Putin y su amenaza de utilizar armas nucleares. El boicot ciudadano a las empresas rusas o a las occidentales que invierten y comercian en Rusia enciende una señal de alarma en Pekín.
Finalmente, la pregunta que cabe hacerse quince días después del inicio de la invasión es si China puede ser el país mediador que articule una salida al conflicto. El ministro chino de Asuntos Exteriores ya lo ha sugerido, un gesto que fortalece la imagen internacional de su país. Todo dependerá de cómo evolucione la situación en Ucrania en las próximas semanas.
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