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1. 15.26 h. Parte hacia Carolina del Norte | 2. 15.28 h. El piloto informa de un impacto con una bandada de pájaros; pierde potencia en los dos motores. Vuela a 900 m. de altitud | 3. 15.29 h. El piloto tiene dos opciones para aterrizar: el aeropuerto de Teterboro o el río | 4. Decide amarar sobre el Hudson | 5. Pierde altura con lentitud | 6. 15.31 h. Se posa suavemente sobre el agua, donde se queda flotando. Gonzalo de las Heras | Josemi Benítez

Diez años del amerizaje de Manhattan que pasmó al mundo

El piloto Chesley Sullenberger logró reconducir lo que parecía una tragedia segura y posó su Airbus sobre el Hudson sin que las 155 personas que había a bordo sufriesen daños de importancia

Martes, 15 de enero 2019, 14:30

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Hoy podía haber sido el décimo aniversario de una tragedia, un día de recordar a los muertos, de familiares rotos, de oraciones y flores lanzadas a las gélidas aguas del río que pasa por Manhattan. Sin embargo, se conmemora otra cosa muy distinta: la pericia de Chesley Sullenberger -conocido como 'Sully'-, que logró evitar una catástrofe aérea y salvar la vida a las 155 personas que viajaban en el Airbus 320 que él pilotaba al lograr amerizar en el Hudson.

Su maniobra, calificada por los expertos como una de las mayores hazañas en la historia de la aeronáutica, le convirtió en un héroe a nivel planetario. Él, que ahora tiene 67 años y está retirado, nunca se ha sentido muy cómodo con esa etiqueta, pero el mundo, necesitado de valientes, no le ha dejado caer en el olvido que prefieren los modestos: club de fans, felicitaciones personales del presidente de Estados Unidos, un libro sobre lo que se ha dado en llamar 'el milagro del Hudson' y hasta una película firmada por el mismísimo Clint Eastwood se han encargado de moldear su leyenda en la última década.

La grandeza de 'Sully' no sólo reside en la enorme habilidad que demostró a la hora de realizar un amerizaje «perfecto, de manual», según alabaron sus compañeros de profesión, sino en sus nervios de acero y en la capacidad para tomar decisiones vitales en cuestión de minutos. Aquel 15 de enero de 2009, 'Sully' había despegado a las 15.30 horas del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York, con destino a Carolina del Norte. Eran las 15.30 de la tarde de un soleado y frío día de invierno. Nada se salía de la normalidad... hasta que tres minutos después del despegue, cuando la nave todavía no había alcanzado demasiada altura, una bandada de gansos chocó contra el Airbus e inutilizó ambos motores. Con uno de ellos, el aparato habría podido seguir volando, pero las aves habían dañado ambos.

¿Qué podía hacer al mando de un avión cargado de pasajeros que sobrevolaba la Gran Manzana? Es difícil imaginarse en un aprieto de este calibre. En esos terribles momentos, que son donde se definen las personas extraordinarias, Sullenberger valoró la situación: el avión perdía fuerza a ojos vista, también altura... De hecho, pasó por encima del puente George Washington, a sólo 300 metros de la estructura. La tragedia estaba cada vez más cerca. Fue entonces cuando se produjo una conversación terrible y también algo surrealista entre 'Sully' y los responsables de la torre de control, a quienes había informado de la imposibilidad de regresar al aeropuerto debido a la grave avería de los motores. «No llegamos, quizá acabemos en el río Hudson», deslizó el veterano piloto de US Airways, que por aquel entonces ya tenía más de tres décadas de experiencia a sus espaldas. El controlador o se lo toma como una frase desesperada o no quiere entender lo que 'Sully' está diciendo. Y le insiste en que retorne a La Guardia, donde hay una pista preparada. «No podemos», le asegura Sullenberger, sin atisbo de duda y sin temblarle la voz.

«¿Qué necesita para aterrizar?». El controlador ya no sabe qué hacer, no quiere ni volver a preguntar por la desesperada maniobra del Hudson y confía todavía en 'solucionar' el problema sin que ello pase por acabar en el río, algo que tenía muchas posibilidades de terminar muy mal. «Está el aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey, más cercano», intentan convencerle desde la torre de control. 'Sully' dice «OK», pero no porque vaya a seguir sus instrucciones. Él, a los mandos del avión, ve que es imposible llegar a ningún aeródromo. A sus pies se encuentra la bulliciosa Nueva York, un hervidero de edificios y gente que no sabe que un Airbus puede estar a punto de caerles encima... y el Hudson, la única superficie limpia y sin obstáculos donde posarse antes de que el avión se estrelle. «Haremos lo que diga, ¿qué necesita? ¿Qué pista le gustaría?», le preguntan espantados desde la torre de control. Pero 'Sully' ya está concentrado en otra cosa. No contesta. Solo rompe su silencio para anunciar sus intenciones: «Entramos en el Hudson». Deja estremecidos a los profesionales de la torre de control -en las grabaciones se oye el suspiro de impotencia de quienes esperan la muerte inminente de muchas personas- y les dice a sus pasajeros: «Prepárense para el impacto».

Imagen principal - Diez años del amerizaje de Manhattan que pasmó al mundo
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El experimentado piloto -que había volado en cazas F4 en los setenta- redujo la velocidad del avión al máximo, a unos 240 kilómetros por hora, se acercó a la lámina de agua, subió ligeramente el morro en el último momento y así logró 'posar' suavemente sobre el río la panza del Airbus, una mole de 60 toneladas, de modo que quedó flotando. De haberse realizado la maniobra con menor sutileza, el aparato se hubiese estrellado contra el agua o hundido casi de inmediato. Pero, no, ahí quedó, a la altura de la calle 48 de Manhattan, como un enorme barco a la deriva.

Ocho grados bajo cero

Los pasajeros, que habían estado rezando momentos antes del amerizaje, siguieron al pie de la letra las indicaciones de la tripulación y abandonaron la nave a través de unos toboganes hinchables. Se colocaron en las alas del Airbus, esperando a ser rescatados. Testigos de los hechos dan fe de que, en su hazaña, 'Sully' contó con unos pasajeros a la altura de sus nervios de acero: los viajeros se mostraron extrañamente calmados en medio del Hudson, que estaba a ocho grados bajo cero. «Parecían muy tranquilos, como si estuvieran en el andén del metro», dijo un ciudadano que contempló la escena desde su ático. Además, se ayudaban unos a otros a salir, ninguno estaba herido de gravedad. El último en dejar el aparato fue 'Sully', que revisó dos veces toda la nave para asegurarse de que no quedaba nadie en el interior.

En poco más de tres minutos, varias embarcaciones habían llegado hasta los pasajeros. Estaban a salvo. Terminaba la pesadilla -corta, pero intensa- y comenzaba la leyenda. Sullenberger recibió todo tipo de honores y los pilotos trataron de hacer entender al mundo la complejidad de la maniobra -'ditching', en argot técnico-, efectuada en contadas ocasiones y con un porcentaje de éxitos mínimo, pero realizada con tal maestría por Sullenberger que parecía que «en lugar de agua hubiese habido una pista de cemento». Los elogios le llovieron al piloto por su habilidad, pero también por su actitud ante una amenaza colosal. «Nunca pensé que moriría aquel día -dijo inmediatamente después-, aunque me daba cuenta de lo que pasaba y sabía que sería la peor situación de emergencia de mi vida». Eso sí, definió la sensación que tuvo como «el peor pellizco que he sentido en el estómago, como si me hubiese puesto enfermo y me fuese a caer al suelo». Siempre ha intentado huir de la imagen de 'superhombre', admitió tiempo después que no es de hierro y que el episodio tuvo secuelas para él. Durante las conferencias que ha dado por el mundo, ha revelado que tardó tres meses en volver a dormir una noche entera y siete en estar lo suficientemente bien como para volver a ponerse a los mandos de un avión. «Curiosamente, la vida no me resultó sencilla», admitió 'Sully', que hoy sigue siendo experto en seguridad e investigador de accidentes.

Además, no todo fueron parabienes. Como ocurre siempre que una persona destaca entre el resto, no faltaron algunas voces que cuestionaron su actuación. Durante la investigación para esclarecer el incidente se intentó determinar si había tomado las decisiones adecuadas, si realmente no podría haber realizado un aterrizaje de emergencia donde le indicaban los controladores. Los investigadores usaron simuladores para demostrar que hubo alternativas posibles. Claro que ningún simulador puede incluir variables como la amenaza de muerte inminente ni la responsabilidad por las vidas ajenas. Así se defendió 'Sully' ante los escépticos: «Están olvidando el factor humano». Recordaba a todos -a quienes le ensalzaban y a quienes le criticaban- que es sólo una persona, no un robot ni un protagonista de cómic con superpoderes. Y lo dijo con la extraña tranquilidad y la misma convicción férrea que demostró ese 15 de enero de hace diez años, cuando 155 personas volvieron a nacer en medio del Hudson.

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