Tiene guasa que justo cuando enviamos un cargamento de respiradores a India algunos aquí se empeñen en emular la tragedia de ese país, a base ... de hacer el indio... De esta salimos juntos, decían. Pero ya estamos revueltos, y ni siquiera hemos salido. Viajé un mes por la India (a lo pobre) en 1986 y al poco de llegar, metida hasta el cuello en el caos indescriptible de la vieja Delhi, pensé: «Si a mí ahora me dicen que acabo de aterrizar en otro planeta, me lo creo».
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Hoy el mundo es global y todos nos parecemos bastante. Sobre todo en los rascacielos. Luego, a ras del suelo, el Tercer Mundo sigue siendo el Tercer Mundo. Esas imágenes de las cremaciones masivas de cadáveres o de los enfermos de covid que se quedan literalmente sin aire a las puertas de un hospital pueden resultarnos marcianas. Pero la realidad es que India había resistido su primera ola del coronavirus con una de las tasas de letalidad más bajas del mundo y ya estaba celebrándolo cuando, en cosa de veinte días, pasó de 8.000 contagios diarios a medio millón. Aquí, entre el descenso de la cuarta ola y las vacunas, sentimos que ya vamos de salida... Y no digo yo que no. Pero, ¿alguien sensato se lanzaría al andén cuando el tren aún no ha frenado del todo? Pues aquí el Gobierno se ha arrojado no al andén sino a las vías negándose a prorrogar (como han hecho otros países) el estado de alarma. Y los que han salido en tromba a celebrarlo... Esos se han tirado de cabeza por la ventanilla. Hace un año, por estas fechas, entrábamos en la fase 1 de la desescalada y empezaban a decaer los aplausos en los balcones. Hoy, con esas desquiciadas juergas y el desmadre de los botellones, es como si cada tarde saliéramos al balcón y dedicáramos a los sanitarios un sonoro y burlón corte de mangas.
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