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Próxima estación: el 11 del 11 a las 11; Cuando Bilbao estrenó su metro
EL PRIMER VIAJE ·
Lo más sorprendente de la jornada inaugural del metro, el 11 de noviembre de 1995, fue su puntualidad. No tanto en términos de reloj (eso se daba por hecho desde que se hizo público el programa para el gran día, con concierto de Luz Casal y todo) como en términos de calendario, porque los promotores del nuevo transporte se habían complicado la vida con una apuesta arriesgadaHabían anunciado con muchísima antelación que el metro iba a ponerse en marcha el 11 del 11 a las 11, una fórmula que se repetía tozudamente a modo de mantra, como si pronunciarla una y otra vez fuese a hacerla más real. Aquel compromiso a medio plazo en una obra pública de tal calibre significaba rizar el rizo de la bilbainada. «Era complejo de llevar a la práctica y siempre pensábamos que, si no llegábamos, ya lo cambiarían», confía José Miguel Ortega, adjunto a la gerencia de Metro Bilbao. «Cuando se planteó el tema, se dijo 'o ponemos una fecha o va a pasar como con las obras en casa, que se alargan y se alargan'. Así que se fijó el día de San Martín y... sí, hubo sudores», evoca Josu Ortuondo, entonces alcalde de Bilbao.
Por eso, las amplias sonrisas de las autoridades a lo largo de aquella jornada delataban una eufórica mezcla de entusiasmo y alivio. Llegó el mes 11, llegó el día 11, llegaron las 11, y allí estaban todos en la estación de Moyua, resplandeciente como una visión del futuro, mientras en la plaza se manifestaban taxistas, vecinos afectados por las obras y conductores de autobús. El lehendakari José Antonio Ardanza descubrió la placa conmemorativa y los mil doscientos invitados y los doscientos periodistas ocuparon los dos convoyes dispuestos para la ocasión, porque en uno solo no cabían. «Se invitó a todo el mundo del mundo», resume Ortega. Camuflado entre la multitud estaba el arquitecto Norman Foster, que iba a su aire y de vez en cuando murmuraba «fantástico, fantástico», como si su obra superase sus propias expectativas.
La tarea de poner en marcha el tren correspondía al lehendakari, en compañía del conductor Miguel Díez, un veterano de Eusko Trenbideak, pero allí José Antonio Ardanza no era la máxima autoridad, ni muchísimo menos. «En el puesto de mando estábamos esperando, un poco nerviosos. Nos llamó el lehendakari con el tren-tierra, el teléfono de los trenes, y le di permiso para iniciar la marcha del primer metro. Con aquella autorización empezó todo», evoca Luis Fernando Ortiz, jefe del puesto de mando, que se llama así por algo: desde allí se manda hasta a los lehendakaris.
Durante aquel primer trayecto hasta Sarriko, las autoridades también emprendieron mentalmente un viaje en el tiempo. «Fue una alegría muy intensa, esa sensación de '¡por fin!'. Uno de los sueños que habíamos tenido durante muchos años empezaba a cumplirse, porque el tema del metro en Bilbao era antiquísimo. Yo me acordaba del momento en que el consejero de Transportes y yo habíamos ido a Erandio a poner la primera traviesa, en 1988. Para esas cosas siempre había organizados 'comités de recepción' y, como allí tenían cantidad de balasto, nos echaron piedras y tuvimos a la pobre Ertzaintza cubriéndonos con los escudos», explica José Antonio Ardanza, que también iba rememorando dos fechas más cercanas. «Cinco o seis meses antes, había estado inaugurando con Alli, presidente entonces de Navarra, la autovía de Leizaran, una obra que se hizo a base de sangre, sudor y lágrimas. Podríamos hablar de satisfacciones agridulces: habíamos sido capaces de hacerlo, pero cuánto sufrimiento y sacrificio quedaba atrás. Y en julio me había tocado hacer un viaje oficial a Venezuela y Colombia. El gobernador de Antioquia era entonces Álvaro Uribe, que me invitó a visitar las obras del metro de Medellín. Estaban adjudicadas a una contrata española y acumulaban muchos retrasos, problemas, incrementos de coste... Me preguntó por el metro de Bilbao y le contesté que íbamos a inaugurarlo el 11 del 11 a las 11. Se me quedó mirando. '¿Cómo, a primeros de julio ya tienen previsto eso? ¡No me lo puedo creer!'. Yo le dije que, si quería, le invitaba».
Josu Bergara, que había vivido el proceso como diputado de Transportes y después ya como diputado general, tenía en mente a los dos fallecidos en accidentes laborales durante la construcción (Gabriel Gómez y Dionisio Martínez) y se acordaba también de la incomprensión y la desconfianza que habían rodeado desde algunos ámbitos todo el proceso: «Parte de la opinión pública ni siquiera se creía que las obras se estuviesen realizando: abrimos un balcón en la entrada a la caverna y los sábados se estableció una ruta peatonal por los túneles. Así la gente se fue percatando de que verdaderamente aquello iba en serio», explica. «Hay que tener en cuenta que el metro se empezó en plena depresión, en aquel Bilbao gris –desarrolla Ortuondo–. En los 80 hubo mucho sufrimiento. Se había cerrado Euskalduna, toda la gran industria estaba en crisis y había despidos, paro, lucha obrera... Después de aquello, la gente estaba incrédula: presentábamos las maquetas del nuevo Bilbao y decían que era un chiste. Contábamos lo que íbamos a hacer y la gente no se creía nada, era lógicamente escéptica, ¿cómo íbamos a darle la vuelta a la ciudad?».
Días felices
Al alcalde, que durante la infancia pedía machaconamente un tren eléctrico, se le veía particularmente radiante aquella mañana: «Fue uno de los dos días de mayor felicidad en mi responsabilidad municipal: el otro fue la inauguración del Guggenheim. Habíamos sufrido mucho durante casi siete años de obras: recuerdo lo que padecieron los vecinos de Santutxu, de Doctor Areilza, de San Ignacio... Las obras siempre provocan ruidos y molestias, y éstas taladraban Bilbao por debajo. Pero el día de la inauguración se olvidaron las vicisitudes y fuimos felices».
En la estación de Sarriko actuó la Sociedad Coral y después los trenes regresaron a Moyua. Los invitados peregrinaron a pie hasta el Arriaga, escenario de la segunda parte del programa. Ocupaban el escenario una pantalla enorme, un semáforo rojo y la presentadora Anne Igartiburu, porque el evento se transmitía en directo por ETB. Pero lo más importante de todo era el botón, una herramienta poderosísima con la que el lehendakari iba a poner en marcha, de manera remota, el primer convoy con pasajeros 'de verdad'. Algunos compararon la escenografía con un lanzamiento desde Cabo Cañaveral, aunque Ortuondo anduvo fino al puntualizar que el metro era más «espacio interior» que espacio exterior. En realidad, aquel despliegue tecnológico era atrezo, puro espectáculo: delante del convoy, la gente de la tele hacía una cuenta atrás con los dedos para que el conductor, Miguel, pusiese el tren en marcha justo cuando Ardanza apretase el misterioso y simbólico botón. «El botón, ¡cómo no! Es el momento que más recuerdo, junto con el de haberle dado antes a la palanquita para que el metro empezara a moverse. Fue una situación curiosa y es una fortuna poder recordarla ahora, casi con 80 años», celebra Ardanza.
En la cabina del tren, José Miguel Ortega aguardaba de pie junto al conductor.
– ¿Tú estás nervioso? –preguntó Ortega.
– Sí, sí, yo mucho –resopló Díez.
– Pues yo igual.
«Había que hacerlo muy bien, porque la expectación era brutal», sonríe, veinticinco años después, el adjunto a la gerencia. La hora clave fueron las 13.33. «Llegó el cero de la cuenta atrás y salimos. Miguel y yo estábamos emocionados, contentísimos, porque iba todo perfecto, pero llegamos a Sarriko y nos empezaron a caer las quejas: con tantos nervios, ¡nos habíamos olvidado de poner el aire acondicionado!».
«Algunas estaciones están hoy mejor que aquel primer día»
Los bilbaínos tardaron muy poco en sentirse orgullosos de su metro, aunque ese deslumbramiento solía ir acompañado de una coletilla resabiada, el 'a ver cuánto dura', la certeza de que esa hermosura de hormigón, vidrio y acero no tardaría en verse profanada por pintadas y suciedad. Y, sin embargo, ahí sigue: «Josu Sagastagoitia (entonces gerente de Metro Bilbao) tenía grabada la imagen del metro de Bruselas, con señores y señoras que iban a la ópera –comenta José Miguel Ortega–. Teníamos que trabajar para ser el metro más limpio y gastamos mucho dinero en eso: cada vez que hablábamos de recortar, él se negaba a que fuese en limpieza. Y hoy tenemos estaciones que están mejor que aquel primer día».
En estos 25 años, todos hemos envejecido más que el metro. Aquellos malos augurios se equivocaron y muchas expectativas se quedaron cortas. «Nos ha ocurrido con muchas cosas: ¿cómo ibas a imaginarte esto, o el éxito del Guggenheim? Ni nuestras mejores previsiones llegaban a tanto», reflexiona José Antonio Ardanza. ¿Y si mañana nos levantásemos y el metro hubiese desaparecido? «¡Sería un caos!», se asusta Josu Bergara. Y, en un eco de las protestas de aquel 11 del 11 a las 11, añade: «¡Habría manifestaciones por todas partes!».