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Éxtasis. Rafa Nadal celebra arrodillado sobre la pista del Rod Laver Arena su impresionante victoria ante Medvedev. afp

Rafa Nadal no es humano

El tenista mallorquín se convierte en el primero de la historia en sumar 21 Grand Slams tras protagonizar una remontada dramática y memorable ante un gran Medvedev

Lunes, 31 de enero 2022, 00:31

Hace años que se acabaron los adjetivos para describir la grandeza de Rafa Nadal (35 años, Manacor, 3 de junio de 1986), pero eso no ... tiene mayor importancia ya que es un placer repetirlos. Es más, hacerlo hoy resulta un acto de estricta justicia. Más grande que nunca, el mallorquín ganó su segundo Open de Australia y se convirtió en el primer tenista masculino de la historia en sumar 21 Grand Slam. Ya está por delante de Roger Federer y Novak Djokovic. Y lo hizo, además, de la mejor manera posible. Siendo fiel a sí mismo, a su leyenda, y demostrando en un solo partido descomunal, de más de cinco horas, todas las virtudes que le han adornado desde el inicio de su carrera: afán de superación, capacidad de sacrificio, talento y, especialmente, una resistencia heroica a la derrota.

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En cifras

  • 5h24' duró la final.

  • 28º fue la temperatura media durante el encuentro

  • 67% fue el porcentaje de primeros servicios del balear

  • 2,7 millones para Nadal por ganar. Su rival se embolsó 1,3 millones

Su remontada ante Medvedev es, sin duda, una de las más extraordinarias de todos los tiempos en cualquier deporte. Y es que resulta forzoso referirse a las condiciones en las que Nadal llegó a Australia. Tres días antes de partir, hasta su viaje estaba en duda. De hecho, tampoco podía descartarse que tuviera que colgar la raqueta. Necesitado de coger un poco de ritmo, compitió en un torneo menor y, aunque lo ganó, acabó debutando en el Open de Australia con las dudas de un deportista achacoso que no sabe ni siquiera si va a poder completar un partido entero a cinco sets. Que luego fuera creciendo poco a poco, superando eliminatorias y reencontrándose consigo mismo fue una gran noticia. «Un milagrito», como lo calificó él mismo. Ahora bien, lo que hizo ayer para doblegar a esa máquina casi imbatible en pista dura en la que se ha convertido Daniil Medvedev fue algo prodigioso.

Es inhumano el poderío mental del campeón de Manacor. Lo ha demostrado muchas veces durante casi veinte años de carrera, tantas que hay millones de aficionados en el mundo que tienen en él una confianza tan absoluta que no se creen que ha perdido un partido hasta que no le ven en la red dando la mano a su rival y felicitándole. Pero esta vez parecía sencillamente imposible. Y no se trataba sólo de que Medvedev hubiera ganado los dos primeros sets (6-2 y 7-6), el segundo de ellos en un agónico tie break, sino del poderío mayúsculo que mostraba el ruso, un jugador cuyos defectos hay que buscarlos con uno de esos telescopios que descubren nuevas galaxias.

La gloria. El mallorquín, con su trofeo como campeón. afp

Un juego decisivo

Aunque Nadal peleó a lo grande el segundo set y empezó a solucionar los problemas que le estaban martirizando -errores no forzados, sobre todo de revés, y un pobre porcentaje de primeros servicios-, el último campeón del US Open estaba sin duda a otro nivel. Todo indicaba que la final acabaría en un repaso implacable de Medvedev similar al que le propinó a Djokovic en Nueva York. Y que en las crónicas de la final sería obligado hablar de la diferencia de edad entre los dos contendientes -diez años entre uno y otro-, del mérito indiscutible de Nadal por haber llegado a la final, de su mala suerte en Melbourne y del paso al frente de la Next Gent con su mejor jugador a la cabeza. Las cosas como son: cuando Medvedev se puso 0-40 con 3-2 a favor en el tercer set nadie podía imaginar lo que, finalmente, acabaría sucediendo. Ni el nadalista más recalcitrante y desatado, ese que piensa bautizar a su hijo como 'Vamosrafa', así, todo seguido.

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Sin embargo, dejarse ir y entregarse no entra en la cabeza de Nadal. A estas alturas, y más tras la demostración de ayer, hay que pensar que se trata de un tema genético. De la misma manera que hay animales más fieros que otros, hay deportistas que no cejan en la lucha hasta que están enterrados. El tenista de Manacor acabó remontando ese 0-40 y empatando a tres. Y seguro que los hinchas más aprensivos de su rival sintieron entonces un escalofrío, como el niño que mira un ataúd y de repente ve al difunto abriendo los ojos. Aquel muerto estaba vivo y comenzó a demostrarlo de inmediato. Nadal corrigió su revés y dio más variedad a su juego. Las dejadas, por ejemplo, comenzaron a funcionarle muy bien. El caso es que se llevó el tercer set (6-4) ante un Medvedev cuyo servicio demoledor había empezado a perder pujanza.

Dos sets abajo, 3-2 en contra en el tercero y 0-40 para Medvedev. Desde ahí se levantó Nadal

Remontada

Lo imposible

El pulso se igualó. Había partido y prometía ser de los grandes, de los que perduran en la memoria. El cuarto set fue, de hecho, un soberbio intercambio de golpes y algunos tantos de videoteca. El revés del número 2 de la ATP era un martillo hidráulico, pero Nadal estaba más fino con los restos y respondía con un tenis variado, aplicando a cada punto el tratamiento preciso y demostrando una piel durísima, la que le permitió firmar el 3-2 tras una larga batalla entre espartanos. Que el de Manacor firmara el 6-4 ganando su saque en blanco fue todo un mensaje. Estaba escrito en la cara de Nadal, en su gesto de luchador indomable. Cualquiera podía leerlo: «Voy a morir para ganar este torneo».

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El quinto set ya es historia del tenis. Y no sólo porque un jugador de casi 36 años acabase hollando una cima hasta ahora inalcanzable y rompiera por el momento el empate entre el 'Big Three', sino por la grandeza con que lo hizo. La final continuó siendo un duelo de palos y finas estocadas de florete entre dos maestros. Que el mayor de ellos aguantase físicamente tan bien o mejor que el más joven, que tuvo que pedir dos veces la ayuda del fisio, no dejaba de ser llamativo. En el quinto juego del set definitivo, Nadal rompió el servicio al moscovita y mantuvo esa ventaja hasta llegar al territorio de la verdad, el más difícil de gestionar. Con 5-4 sacó por el título y se puso 30-0. La gloria estaba en sus manos. Sólo le separaban dos pasos. Y Nadal no pudo darlos. Medvedev demostró que también tiene nervios de acero y madera de héroe e igualó con cuatro puntos consecutivos.

En las gradas del Rod Laver Arena, inclinadas siempre a favor del español, se cuajó un silencio mineral que se echó de menos en otros momentos del partido. En ese instante fue imposible no pensar en las dos grandes finales perdidas por Nadal en Melbourne ante Federer y, sobre todo, la de 2012 frente a Djokovic. En una especie de maleficio. Lo pensó todo el mundo. Todos, menos Rafael Nadal Parera, cuya capacidad para rehacerse y no mirar la herida fue sencillamente sobrehumana. No hay otra manera de calificar que en el juego siguiente volviera a hacer un break y, a la segunda oportunidad, de nuevo con su servicio, acabara por fin escribiendo una de las páginas más memorables de la historia del deporte.

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