700 km. en 50 horas: Nos apuntamos al ultraciclismo, el ciclismo llevado al extremo

¿Por qué? «¡Porque está ahí!».

Es la respuesta que gritó George Mallory cuando le preguntaron por el motivo que le llevaba a intentar hollar la mayor montaña del mundo, el Everest, que nadie había alcanzado antes. Sin querer comparar desafíos mucho menores con lo que fue un 'momento estelar de la humanidad', no deja de ser esa misma inquietud la que anima a cualquiera a lograr una meta extraordinaria dentro de lo cotidiano de su vida. Quizá sea una maratón o correr 10 kilómetros en menos de 50 minutos. ¿Por qué esforzarse para lograrlo? ¿Para qué destinar esas fuerzas en algo que no mejorará su desempeño en el trabajo y posiblemente perjudicará la dedicación a su familia? Aunque habría mucho que escribir sobre los beneficios globales del deporte en las personas y su calidad humana, hay un primer arranque en la respuesta a esas preguntas que reside en ese 'porque está ahí'. Es tan inherente a la naturaleza del ser humano abordar retos y superarse que, posiblemente, al emprender esas misiones es cuando más desarrollamos nuestra dimensión personal.

En el caso del ciclismo ese afán por rebasar el límite es lo que ha terminado por alumbrar las pruebas de ultrafondo, carreras de larguísima distancia que pueden ir desde los 700 hasta los 2.600 kilómetros y acumulan unos desniveles bestiales a cubrir en un periodo determinado, desde uno a varios días. Las combinaciones son múltiples: suelos de asfalto, de tierra, calor extremo, frío intenso... Y con un enfoque que aúna deporte, aventura, navegación y experiencia vital: la 'autosuficiencia'. En estos retos no hay ayuda: el ciclista depende de sí mismo. Él decide cómo organiza la ruta, las paradas, dónde comer, beber o cómo dormir. No hay apoyo para averías o asistencia técnica. Está uno, su bici, la ruta y nada más.

Lucas y Bruno van a completar una de estas carreras.

Madrid-Barcelona. 700 kilómetros. 50 horas para terminar. Solos.

Gestionar la soledad, las adversidades y tener un gran control mental son elementos críticos en estas pruebas que hacen de la forma de practicar el ciclismo algo más cercano a un estilo de vida que a un deporte. Por eso casi todos estos eventos han nacido de un 'loco', de un tipo que hizo esas distancias en solitario, descubriendo caminos y rutas, bautizando el viaje.

En Euskadi hubo un adelantado, Carlos Mazón. Un aficionado que gastaba sus vacaciones empacando en su bici el equipaje y metiéndose entre las piernas cientos de kilómetros por Pirineos. Después participó en el nacimiento de algunas de las pruebas referencia de ultraciclismo como Transpyrenees o Badlands.

La filosofía de Ramón Navarro y Óscar Rodríguez es la misma. Dos enamorados del ciclismo que han puesto en marcha Pedalma, un nombre que ya lo dice todo. Entre las pruebas que organizan está la Madrid-Barcelona. Un reto de 700 kilómetros que ha de completarse en 50 horas. Es, a pesar de lo que pueda parecer, una de las citas más asequibles del ultraciclismo, una puerta de entrada para quién se quiera estrenar en esta experiencia. Y allí estaremos para contar la aventura.

Esta edición es la cuarta que organiza Pedalma y juntará a casi un centenar de ciclistas que saldrán de Madrid el día 31 de mayo a las 10.30 de la mañana. El rosario de corredores se irá desperdigando por el recorrido en función de sus estrategias con dos únicos requisitos: no recibir ayuda y pasar por los cinco puntos de control distribuidos por el camino. La misión, llegar a meta antes de las 12.30 del domingo, 2 de junio. Durante el trayecto los participantes portarán un geolocalizador que permitirá que el seguimiento de los organizadores, pero también de sus familias y amigos.

«¿Por qué lo hacéis?», preguntaron algunos compañeros en el periódico. Nos dieron ganas de responder como Mallory, pero no lo hicimos. Aunque, en realidad, era la respuesta correcta.

En el proximo capítulo.... Cómo nos hemos preparado para la prueba.

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