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Dos escenas para la Historia, ambas en los años treinta. Primera: congreso regional del Partido Comunista de la URSS, en una remota ciudad próxima a los Urales. El anterior secretario ha sido destituido por el Kremlin y el nuevo arranca su primer discurso con un saludo a Stalin, que no asiste a la reunión. Los congresistas, puestos en pie, comienzan a aplaudir con entusiasmo. Un minuto, dos, tres... la ovación no cesa porque nadie quiere ser el primero en dejar de batir palmas. Cuando se van a cumplir los diez minutos, el nuevo secretario termina de aplaudir y el resto de los asistentes lo hace tras él. Al día siguiente, es cesado. Segunda escena: Pávlik Morózov, de trece años, denuncia a su padre por encubrir a ‘kulaks’ (propietarios de tierras), a sabiendas de que eso significará la condena a muerte de su progenitor. Morózov se convierte en un héroe nacional y su biografía es lectura obligatoria en las escuelas. Son solo dos anécdotas, pero representan lo que el Terror fue más allá de la cifra de víctimas.
El período del Terror se caracterizó no solo por la eliminación física de los disidentes, quienes podían llegar a serlo o quienes competían con otros por un cargo, sino también por su desaparición simbólica e histórica. Políticos que habían ocupado cargos muy relevantes junto a Lenin cayeron luego en desgracia en época de Stalin y este ordenó su ejecución y dio la orden de que se borrara todo rastro de su cercanía al fundador del Estado soviético. Incluso muchos de sus colaboradores más directos, entre ellos quienes le hicieron tantos trabajos sucios, fueron enviados a Siberia o fusilados sin apenas procedimiento legal alguno. A continuación, un grupo de artesanos retocaban fotos que en muchos casos habían sido publicadas con anterioridad para suprimir cualquier huella de su presencia.
La persecución de los disidentes comenzó la misma noche del 7 de noviembre de 1917, cuando se clausuraron los periódicos de ideología zarista o liberal. El decreto titulado ‘La patria socialista está en peligro’, de febrero de 1918, sentó las bases para acallar cualquier voz crítica. Rosa Luxemburgo lo denunció cuando dijo con toda claridad que «la libertad de expresión es siempre para quien piensa de manera diferente». Pero nadie en Moscú hizo caso a la dirigente comunista alemana, asesinada en 1919. El citado decreto fue la base para perseguir primero a quienes simpatizaban con el antiguo régimen, luego a quienes eran traidores en potencia, después a quienes se desviaban de la ortodoxia comunista, más tarde a los dirigentes que caían en desgracia y finalmente a cualquier persona por poco sospechosa de traición que fuera. El resultado final no se sabrá nunca con exactitud. Los historiadores fijan los muertos solo en la Gran Purga (en 1937-8) en un abanico que va de 700.000 a dos millones. En total, la cifra de víctimas de la represión se sitúa según las fuentes más conservadoras por encima de los tres millones.
Ya en los años anteriores había habido muchos muertos que inicialmente no fueron computados en ese capítulo. Es el caso de la terrible hambruna que asoló Ucrania entre 1928 y 1934. El fracaso del plan quinquenal originó decenas de miles de muertos en fusilamientos y centenares de miles por hambre y agotamiento. El año más terrible fue 1933 cuando las exigencias de entregas de cereal eran tan elevadas que, para evitar ser encarcelados –preludio de una muerte casi segura–, muchos campesinos dieron a las autoridades el grano que habían guardado para sembrar la campaña siguiente. Prolongaron su vida unos meses pero en su mayoría terminaron por morir de hambre... o fusilados al no poder cumplir los objetivos de la nueva cosecha.
La ‘doctrina Vishinski’
A partir de 1934, cualquiera podía ser detenido por conspiración contra el Estado. En aplicación de la ‘doctrina Vishinski’, se podía acusar a una persona y condenarla sin pruebas. Incluso se la podía condenar a causa del delito cometido por un familiar.
Ni los héroes del Ejército Rojo ni los más altos dirigentes podían dormir tranquilos. Kaménev y Zinóviev habían sido colaboradores de Lenin y a su muerte formaron junto a Stalin un triunvirato para dirigir el país. Ambos fueron fundamentales para ‘deshacerse’ de Trotski. Luego cayeron en desgracia y Bujarin ocupó su lugar. Los tres fueron ejecutados.
Muchos centenares de miles murieron en campos de trabajo. En el momento de mayor saturación, el ‘archipiélago Gulag’ llegó a concentrar de forma simultánea a doce millones de prisioneros. La Cheka (después OGPU y más tarde NKVD) era el organismo encargado de la represión. Muchos acudían a sus oficinas para delatar a otros, pensando, equivocadamente, que así se pondrían a salvo. Los juicios carecían de toda garantía. Se sabe con certeza que las condenas estaban escritas antes de la declaración de los acusados.
Algunos colectivos fueron especialmente castigados: los agricultores y los integrantes de varios grupos étnicos estaban entre ellos, pero incluso se habló de una ‘conspiración de médicos’ para justificar la detención y muerte de muchos. También los familiares de los soldados apresados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial eran represaliados. En eso Stalin no hacía distinciones: cuando su propio hijo cayó prisionero, su nuera fue encarcelada.
Nadie estaba a salvo del Terror por alejada que su tarea estuviera de la política. Le pasó a los demógrafos que elaboraron el censo de población de 1937, que incluía ocho millones de personas menos de las previstas en Kazajastán y Rusia a cuenta de las ejecuciones y los niños no nacidos por las hambrunas: fueron fusilados por no saber sumar a gusto del líder.
La caída del Palacio de Invierno se hizo sin apenas derramamiento de sangre debido a que el Gobierno no disponía ya de medios para defenderse ante el ataque organizado por los bolcheviques. Horas antes de la llegada de los revolucionarios, los ministros apenas disponían de luz ni teléfono en las dependencias del Palacio, porque los habían cortado los asediantes. El destacamento encargado de la defensa de la sede del poder político no podía ser más menguado: junto a unos pocos cosacos y algunos cadetes de las academias militares, había un grupo de mujeres, otro de inválidos de guerra y algunos soldados motorizados... en bicicletas.
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