Pedro Juan Gutiérrez o una Cuba melancólica

El colombiano Fernando Vallejo suele utilizar en sus novelas un registro de vitalista, cuando no de narrador cascarrabias, pero su melancolía es demoledora y no solo en obras como 'Escombros', centrada en el terremoto que asoló México en 2018, sino en otras más festivas como '¡Llegaron!', novela en la que rememora la casa de su infancia, situada en las afueras de Medelllín y destruida por el derrumbe de una montaña. De otro modo, este es también el caso de los diecisiete relatos que el cubano Pedro Juan Gutiérrez ha reunido en un volumen bajo el título 'Mecánica popular'. Aunque es raro que en alguno de ellos no asome por algún lado el ron, el baile, el sexo, el exceso, la reivindicación de la vida, en fin, tampoco ninguno se libra de un cierto poso de honda melancolía por la Cuba o la juventud que se fueron, la soledad, el abandono, la edad o la decadencia de la galería de personajes que circulan por el libro, incluido el Carlitos que tiene mucho de 'alter ego' del autor y que protagoniza varios de ellos. De este modo, lo veremos crecer y convertir el texto en un fragmentario amago de novela cuyas partes conservan su carácter independiente. En 'Una voz radiofónica', el primero de los cuentos, una mujer que lleva veinte años casada pierde un trabajo de actriz radiofónica de culebrones en el que no ponía ni la ilusión ni el talento que sí ponía el marido en ese mismo trabajo.

El contratiempo la lleva a instalar una peluquería solvente en el viejo caserón que la pareja heredó en un barrio depauperado que se ha vuelto peligroso. En el relato se va viendo el cambio sociológico producido en la isla a lo largo de dos décadas. Los parientes que poblaron la casa de un modo bullicioso y risueño eran los mayores que murieron y los niños que abandonaron el país cuando se fueron haciendo adultos. En el cuento no pasa nada que pueda calificarse de trágico, pero se advierte un aire melancólico y un dolor sordo en la propia soledad de la pareja y en la resistencia del esposo a abrir las cartas que le envían sus admiradoras o los regalos que le hicieron en su infancia.

En el segundo relato, 'El glamour y el asombro', ya comparece el citado Carlitos vestido de recluta y visitando a una tía política suya, que conoció una época de prosperidad y lujo antes de quedarse viuda y de iniciar un proceso de declive y de derrota existenciales en el que ha ido teniendo que vender todos los muebles y cuadros valiosos de su apartamento. De ese decadente presente, el texto va hacia atrás en el tiempo para ofrecernos la imagen de un Carlitos deslumbrado por la riqueza de sus tíos así como iniciado en la tarea de ver algo de mundo y asimilar unas vivencias que influirían en su formación y en su sueño de convertirse en un hombre culto. Algo de similar y a la vez de antitético a ese Carlitos tiene Humberto, el muchacho que protagoniza el relato que da título al volumen y que está a punto de cumplir los dieciocho años, pero con la cabeza llena de pájaros que le alejan de la realidad. Humberto vive un tanto extraviado en la psicosis de la guerra nuclear que vivía la Norteamérica de finales de los años cuarenta y que llegaba como 'de importación' a la isla.

El chico compra una estrafalaria revista que habla del negocio que están haciendo algunas empresas del mundo capitalista a base de construir hogareños refugios atómicos que demandan las familias estadounidenses de la época. También habla de la búsqueda de uranio, para la cual el joven ha comprado un detector electrónico a través de esa revista. Humberto se halla absolutamente perdido. Tiene inquietudes, como Carlitos, pero mal dirigidas al contrario que este. El relato es un cuadro costumbrista de la Cuba de esos días anteriores a la Revolución, marcada por la influencia norteamericana, pero curiosamente tan aislada como la de Fidel. En el que cierra el libro, Carlitos tiene setenta y dos años y rememora una relación desnortada cuya pedagógica ruptura lo despertó. Se ha dicho que Pedro Juan Gutiérrez es el Bukowski cubano. También podría decirse que es el Dostoyevski de 'Pobres gentes' en versión caribeña.

Iñigo Linaje

Salir de un espacio hostil siempre es una liberación, pero también puede ser un golpe, una caída. Cuando el periodista Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988) se exilió en Barcelona hace dos años, se expuso a un continuo calambre de estímulos físicos y visuales que desataron su ansiedad: «Mis ojos no descansan. Observo cada bar, cada cafetería, cada restaurante, los letreros enormes de los anuncios publicitarios…». En la entrada de un comercio leyó una frase que, para alguien en situación precaria, era una señal de alarma: «Bienvenido: aquí se satisface el síndrome de la compulsión».

Si su salida de Cuba no fue fácil, su llegada a Europa tampoco. Entre esos espacios antagónicos se mueve el escritor en 'Aterrizar en el mundo', una excelente crónica que alterna sus impresiones como exiliado con los recuerdos de su infancia y juventud en la isla. La represión y la falta de derechos y libertades que sufre en su país natal -como otros artistas y opositores- tiene su correlato en los episodios de rechazo que vive en Barcelona: miradas hostiles, desconfianza, xenofobia.

Todo eso se nos muestra, con una prosa transparente y perfectamente medida, en las páginas de este libro, donde el periodista nos habla de sus problemas de salud, de la depresión, del divorcio de sus padres, de la revelación que supuso para él la lectura de Rodolfo Walsh, donde descubrió el poder de la palabra como herramienta de denuncia de una realidad asfixiante. Y del hito personal que significó la creación de la revista 'El Estornudo': un triunfo que le puso en el ojo público como enemigo del gobierno y que le llevó a ser detenido y represaliado junto al resto de su familia.

Julio Arrieta

En uno de los manifiestos futuristas, el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti denunciaba, hablando en nombre de la modernidad más marcial y casi marciana, «un nuevo mal: la lentitud». Algo antes, en la década de 1890, el ingeniero sociópata estadounidense Frederick Winslow Taylor, promotor de la organización científica del trabajo, definió la «pereza natural» de los obreros, holgazanes sistemáticos que mostraban una tendencia «deliberada de mantener a los jefes ignorantes en cuanto a la velocidad a la que se puede realizar una tarea». Como uno de los pilares de la Modernidad, la velocidad se convirtió en algún momento en una virtud relacionada con la eficiencia y la lentitud en un pecado, un «vicio», conformando un modelo que sigue vigente en nuestro mundo actual. ¿Cómo y por qué sucedió esto?

El historiador Laurent Vidal, profesor de la Universidad de La Rochelle, lo explica en 'Los lentos: La resistencia a la aceleración de nuestro mundo del siglo XV a la actualidad', un estudio de la evolución de los ritmos sociales que gracias a su estilo cautivador logra evitar la aridez que caracteriza a demasiados ensayos históricos. Vidal explica cómo surgió y se desarrolló «un discurso religioso» (que asocia la lentitud a la pereza, considerada un pecado capital) que lleva aparejado «un discurso económico» (que valora la rapidez en los intercambios comerciales y en la producción). Pero, sobre todo, recupera la historia de los resistentes, de los lentos, «de los excluidos del proceso de aceleración de la vida social» y sus estrategias para reivindicar el derecho a otros ritmos para vivir.

Iñaki Ezkerra

'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' es la cuarta novela de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) y una deslumbrante obra maestra por sus logrados contrastes entre una rica tradición etnocultural y una realidad pobre y desoladora, pero absolutamente contemporánea. El argumento tiene su punto de partida en el viaje de huida que emprenden dos amigas de dieciocho años, Nicole y Noa, de la urbe portuaria donde viven (la misma en la que nació la autora) para asistir al Festival Ruido Solar, una macrofiesta juvenil, retrofuturista y thrash ancestral, que se celebra durante una estirada semana en un asentamiento de la cordillera andina.

Ambas huyen de unos hogares disfuncionales. El padre de Nicole es un alcohólico y el de Noa la abandonó cuando era niña. Sus biografías las resume una de ellas cuando afirma que solo conocían 'la violencia de la naturaleza y de los hombres'. A esa cita dionisíaca con la danza, el exceso y el trance místico le seguirá la de Noa con un padre cuya voz se suma a todas las que componen un verdadero texto coral. Hay una tendencia en la narrativa telúrico-indigenista, en la que puede inscribirse este libro, a plantear la experiencia iniciática como un legado prístino y al narrador como una suerte de sacerdote imbuido de una sabiduría druídica. Nada más lejos de esa manida fórmula que el planteamiento de esta originalísima novela donde tanto sus protagonistas como sus voces narrativas son hijas de la incertidumbre y el desamparo. La novela nos descubre un Ecuador insólito donde la crudeza se mezcla con la belleza y el universo de las raíces autóctonas con un realismo nada solemne sino posmoderno.

Mariano Villarreal

Félix J. Palma, el entrañable autor de la Trilogía Victoriana -compuesta por las novelas 'El mapa del tiempo', 'El mapa del cielo' y 'El mapa del caos', publicadas con notable éxito en más de treinta países- regresa diez años después al Londres de principios de siglo XX gracias a una adorable novela sobre timadores y gánsteres, rebosante de amor y magia.

Alan y Violet son los mayores especialistas en fotografía mágica de Inglaterra; una pareja de pícaros que se aprovecha de la fiebre por retratar seres feéricos que se extendió por la ingenua sociedad británica tras la Gran Guerra impulsada, entre otros, por el mismísimo sir Arthur Conan Doyle, creador del personaje más racional de toda la historia de la literatura: el detective privado Sherlock Holmes. Pero su suerte cambia cuando un gánster con cuentas pendientes con ellos les obliga a trabajar para él y trazar un plan maestro para robar al poderoso señor de los bajos fondos, un hombre de gran astucia que no se dejará convencer por cualquier patraña.

En esta novela Palma retrata una ciudad infestada de buscavidas, delincuentes, timadores y farsantes, todo ellos engarzados en una trama trepidante, con una excelente ambientación de época y una prosa deliciosa imbuida de su característica ironía. El autor no escatima episodios de gran humanidad aunque también incluye algunas escenas escabrosas y homenajes a clásicos como Peter Pan, amén de diversos guiños de cara a sus incondicionales. Aunque algunos echemos en falta su fantasía de antaño.

Jon Kortazar

¿Quieren leer algo que les deje inquietos? Pues entren en 'Adiós a Sidonie' de Erich Hackl (Steyr, Austria 1954), un escritor de culto en su país que vino a Madrid para ser lector de alemán en la universidad y que, desde entonces, sigue con atención la vida literaria española, que conoce bien. He oído decir que hay lectores que se han tapado la cara con el libro para que la gente de alrededor no viera que estaban llorando mientras se emocionaban con 'Adiós a Sidonie', una novela no deja indiferente.

La historia de Sidonie, una niña gitana masacrada por los nazis, representa la estética de Hackl. En primer lugar, una ética singular que le posiciona políticamente contra la injusticia y que le define como testigo de las grandes tragedias: los desaparecidos argentinos, los republicanos españoles en los campos de concentración. Y en segundo lugar, una exactitud insobornable que le obliga a no ficcionar, a no inventar, a documentar lo que cuenta y a buscar la palabra exacta para el momento preciso. Su obra se fija en aquellos que perdieron en la historia, seres anónimos que amaron y desaparecieron. Política con cara humana. Literatura sin concesiones y con riesgo. Sidonie en la memoria y en la vida.