La máquina del tiempo
Escenarios culturales | Iglesia Saint-Étienne-du-Mont, en París ·
Una escalinata exterior de este templo, próximo al Panteón, es donde el protagonista de 'Medianoche en París' espera al coche que lo lleva a los años veinteEn la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, en París, están las sepulturas de santa Genoveva -patrona de la capital francesa-, el matemático y filósofo ... Pascal y el escritor Racine. El templo se construyó en el siglo XV a partir de una estructura previa del siglo VI, y está situado justamente detrás de una de las atracciones turísticas más visitadas de Francia: el Panteón. Sin embargo, la mayor parte de quienes se acercan a esta iglesia no contemplan las tumbas, su singular torre ni la fachada asimétrica que se adapta al desnivel del terreno. En el lateral norte del edificio, justo en la esquina en que se cruzan la Rue de la Montaigne Sainte Geneviève y la Rue de Saint-Étienne-du-Mont, hay una puerta a la que se accede subiendo once peldaños.
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La ficción ha hecho que sea la puerta para asomarnos a lo que fuimos
El visitante que llega a la ciudad quizá se sorprenda al ver que hay turistas que se fotografían justo ahí, ante una puerta que no parece tener un atractivo especial -hay decenas más o menos así en iglesias de París-, y luego se giran para hacer lo mismo con la Rue de la Montaigne Sainte Geneviéve a su espalda. Y es que esa es la calle por la que circula el viejo automóvil al que el protagonista de 'Medianoche en París' (Woody Allen, 2011) se sube y de esa manera se traslada a los años veinte. Y allí están Hemingway, Stein, Toklas, Dalí, Buñuel, Scott Fitzgerald, Zelda, Picasso, Matisse, Baker, Belmonte y muchos otros. Gil, el protagonista de la película, vuelve una y otra vez a esa escalinata para esperar hasta las doce en punto de la noche, momento en que monta al coche, rumbo a otro tiempo en el que la vida tenía más alicientes y en las fiestas a las que acudían artistas, escritores, cineastas y toreros el talento era incontenible.
Nunca hay multitudes en ese punto de París, pero siempre se ve a alguien contemplando la escalera y la calle. Existe algo mágico en el lugar porque la ficción del cine lo ha convertido en el escenario en el que hace acto de presencia una verdadera máquina del tiempo. Es quizá la nostalgia por una época en la que unos artistas jóvenes y desacomplejados estaban convencidos de poder cambiar el mundo. Su ambición era seguramente excesiva, pero sus logros no fueron pequeños: modificaron el rumbo de la cultura. Al subir a ese elegante vehículo en el que siempre viajan jóvenes con ánimo de fiesta, el espectador acompaña al protagonista a la que a la postre es la gran aventura de su vida. La de la inteligencia, el humor y las ganas de vivir. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como escribió Neruda. Pero hay lugares que nos asoman a lo que fuimos. La pequeña escalinata de Saint-Étienne-du-Mont es uno de ellos.
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