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Ser... o quizá no

Ser... o quizá no

En las biografías de Shakespeare y Cervantes existen aún zonas oscuras que han dado pie a muchas especulaciones

iratxe bernal

Martes, 12 de abril 2016, 14:56

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Dos autores tan entregados al público como Miguel de Cervantes y William Shakespeare disfrutarían de lo lindo viendo cómo hoy, cuatro siglos después de morir, siguen proporcionando entretenimiento más allá incluso de lo premeditado. Sus biografías tienen todavía vacíos que, tratándose de las dos mayores figuras de la literatura universal, resultan especialmente incómodos o tentadores para muchos estudiosos empeñados en llenarlos con más o menos rigor. Tienen que llenarlos. Si no se puede con verdades, sea pues con especulaciones.

En ambos casos, el primer dato biográfico que se nos escapa es ya la fecha de nacimiento. Tenemos sus actas de bautismo, lo que echando mano del santoral y las costumbres de la época induce a pensar que el inglés nació el 26 de abril de 1564 y el madrileño, el 29 de septiembre de 1547, aunque en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) le han nombrado Hijo Predilecto, dado que en sus registros hay un documento de 1558 que acredita el bautizo de un «Miguel de Cervantes Sabedra».

Por otra parte, pese a que el primer documento sea una oficialidad eclesiástica, ninguno de los dos autores se libra de la sospecha religiosa. Son años en los que en España hay que demostrar que se es cristiano viejo y en Inglaterra se persigue a los católicos. Algunos afirman que la familia Cervantes pudo ser conversa, y que cuando él dice aquello de «un lugar de La Mancha» emplea un recurso literario para despistar; para él la región de la mancha sería en realidad el Reino de León, de donde procederían sus apellidos, ambos de origen judío. Sí parece más demostrable la simpatía de los progenitores de Shakespeare por la antigua fe; a su padre, que ocupó cargos públicos, le acusaron de indulgencia con los católicos y a un familiar de la madre lo ejecutaron por cobijar en casa a un clérigo. Nada de eso demuestra que el autor fuera criptocatólico. Ni lo desmiente.

Tampoco sus infancias están mejor datadas. No se sabe si la familia acompañó a Rodrigo Cervantes en sus estancias en Sevilla, Valladolid o Córdoba para buscar fortuna, así que es imposible determinar dónde estudia el autor del Quijote hasta que en 1568 aparece citado como «amado discípulo» en una obra de Juan López de Hoyos. Lo que deja otra duda; ¿cómo podía permitirse el hijo de familia más que humilde seguir estudiando pasados los veinte años? Siendo poco, es más de lo que se puede asegurar de Shakespeare. No está acreditado ni el paso por la escuela de su localidad natal. Ni rastro de él por ningún sitio hasta que con 18 años contrae matrimonio.

Candidatos a autor

¿Pudieron dos hombres sin estudios universitarios escribir tanto y tan bien? Con Cervantes sólo cabe el asombro; nadie le discute una línea. Si acaso hay quien le suma la autoría de la anónima La tía fingida. Pero lo de Shakespeare ya es otro cantar. No sólo hay quien le considera incapaz de crear personajes de tanto calado, sino que incluso plantean candidatos a la autoría de obras que conocemos como suyas: desde el también escritor Christopher Marlowe que al menos fue a Cambridge a la mismísima reina Isabel pasando por Francis Bacon o el conde de Oxford. Varios de ellos murieron antes de que él se retirara, pero ni eso frena a algunos; la reyerta en que fallece Marlowe pudo ser en realidad un ardid para que el autor más exitoso del momento, que además era espía y activo conspirador, diera esquinazo a quienes querían acabar con él. Salvado el pellejo, huiría a Italia y seguiría escribiendo bajo el seudónimo de William Shakespeare. De ahí que tantas obras estén ambientadas en el país trasalpino.

Y si de seudónimos va la cosa, también hay quien opina que Shakespeare es la firma compartida de varios artistas que escribían en comandita. Aquí se puede argumentar que no era raro que las obras, que generalmente pertenecían a la compañía y no al autor, se escribieran entre varios y que, de hecho, Shakespeare colaboró con otros escritores. Pero, en cualquier caso, ¿cómo se explicaría entonces que en la época dorada del teatro isabelino, con tantos autores como rencillas entre ellos, ninguno le desacreditara?

Daremos por hecho entonces que existió (y hasta escribió) y pasemos a los famosos años perdidos, al vacío absoluto entre 1585, cuando ya es padre de tres hijos, y 1592, año en que está instalado en Londres. Shakespeare literalmente desaparece. Y el vacío se rellena con todo tipo de especulaciones. Que, huido de Stratford para evitar ser condenado por dedicarse a la caza furtiva, se colocase como profesor rural en Escocia o acabara en Italia, país por el que mostró debilidad sin que conste que lo visitara nunca. O que, enrolado en alguna compañía teatral que pasara por su pueblo, conociera a algún mecenas que le pagara esa educación que no sabemos si tenía. O de todo un poco, que siete años dan para mucho. Incluso para quedarse en casa al cuidado de su ya numerosa familia sin involucrarse en ningún acto o transacción que tuviera que ser documentada notarialmente.

Cervantes también tiene su modesto vacío. En 1569 aparece en Italia solicitando ser camarero de monseñor Giulio Acquaviva. No se sabe qué motivó ese viaje, aunque hay una provisión real datada en 1568 que ordena el arresto de un Miguel de Cervantes por herir en un duelo a un maestro de obras. Puede ser él o no, pero es plausible que, en esa situación, alguien de escasa fortuna pusiera tierra de por medio e incluso tratara de limpiar su expediente trabajando para la Iglesia o entrando en la milicia.

Reencontrados ambos, la vida del escritor madrileño (que ingresa en los Tercios y ocupa cargos oficiales) queda formalmente más datada que la de su colega, aunque se da por consensuado que la vida de éste transcurrirá entre Londres y Stratford con pequeñas giras por provincias cuando la peste obliga a cerrar los teatros de la capital inglesa.

Mujeres y muerte

Pero siguen quedando cabos sueltos para ambos. Por ejemplo, los dos se casan pero ninguno convive con su mujer durante algunos años. De ese dato (real) se interpreta a veces un supuesto desinterés por sus esposas que permite a algunos asegurar que eran homosexuales o, como poco, bisexuales. Shakespeare, a quien también se le atribuyen romances con mujeres y hasta un hijo ilegítimo, dedica encendidos poemas a un Mr. WH, iniciales que dan mucho juego: desde Henry Wriothesley, conde de Southampton, a William Herbert, tercer conde de Pembroke pasando por al editor William Holme. Todos ellos son sospechosos de haber sido sus amantes y él, a su vez, es acusado de aprovechar ese (consumado o no) amor para sacar algún provecho económico.

Cervantes, por su parte, medra muy deprisa e el séquito Acquaviva (quien pudo haberse encaprichado de él en Madrid y llevárselo consigo a Roma sin ningún duelo de por medio) y goza de una (sospechosa, según algunos) indulgencia por parte de sus captor, Hasán Bajá, pese a tratar de fugarse hasta cuatro veces. De vuelta a España, al padre del Quijote no se le conoce más relación que la matrimonial y la que antes de casarse mantiene con la mujer de un tabernero y de la que nace su única hija. Única oficialmente al menos, porque en Viaje del Parnaso habla de un vástagoitaliano llamado Promontorio, pero hasta con ese nombre puede uno evaporarse en la Nápoles del Renacimiento.

Pese a que eran ya figuras reconocidas cuando mueren, tampoco se sabe con certeza la causa de sus fallecimientos. Averiguarlo era una de las justificaciones de la azarosa búsqueda de los restos cervantinos en el convento de las Trinitarias, en el que sabemos que fue enterrado aunque no hayan dado con él. De momento, lo comúnmente aceptado es que murió aquejado de diabetes. En el caso de Shakespeare, el abanico de posibilidades vuelve a ser más amplio: desde una enfermedad venérea, que además le apartó de la escena y le retiró en Stratford con tan sólo 44 años (seis antes de morir) hasta un empacho en la boda de su hija menor o una borrachera con el poeta Ben Jonson sin olvidarse de las fiebres tifoideas o algún tipo de cáncer. Lo dicho, entretenimiento más allá incluso de lo premeditado con unas obras leídas y releídas para rastrear entre líneas vivencias reales que atribuir a sus autores. ¿Cómo hubiesen jugado ambos, maestros de la trama y sus giros, con sus propias biografías de haber imaginado las teorías elaboradas sobre ellas? ¿Sabemos siquiera que no lo hicieron?

MUJERES SIN HONRA

«Esto en este cuento pasa: los unos por no querer, los otros por no poder, al fin ninguno de casa». Una comedia de principios del XVII es inconcebible sin al menos un arreglo nupcial en el desenlace, pero en La entretenida Cervantes se ríe de los convencionalismos del teatro como antes se mofó de las novelas de caballerías. Sus mujeres pueden vivir sin marido. Lo sabe bien. Lo ha visto en casa. Ninguna de las hermanas se casó. La segunda, Luisa, se hizo religiosa, la salida habitual de la época para las solteras, pero Andrea (que incluso tuvo una hija) y Magdalena no quisieron enclaustrase ni en un convento ni en un matrimonio, aunque su única posibilidad de ser económicamente independientes era, paradójicamente, vivir de los hombres.

Cambiaron honor por dinero y lo hicieron desde muy jovencitas y con el consentimiento de sus padres. Y esa actitud también era bien vista por el autor, que convive con ellas y más de una vez tuvo en ese dinero su sustento. Así, dotó a muchas de sus protagonistas de ese mismo valor para rebelarse frente a lo establecido y su pluma incluso se mostró tolerante con las relaciones extramatrimoniales de algunas de ellas, como no podía ser de otra forma dado que su única hija fue fruto precisamente de un romance con una mujer casada. Pero además de libertades, el madrileño dota a sus personajes femeninos de sabiduría y hasta de cultura académica; la mayoría de ellas sabe leer, como sabían sus hermanas pese al analfabetismo imperante entonces.

Tampoco Shakespeare se queda corto en su imaginario de mujeres libres hasta donde podían serlo incluso después de pasar por el altar. Según los expertos, todas las candidatas a ser la famosa Dama Negra de sus sonetos están casadas y, aunque no sepan leer, se mueven libre (y libertinamente) en el ambiente teatral de la época ya sea por estar casadas con un mecenas de las artes, un fabricante de pelucas o un editor.

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