La historia de 'El cuarteto para el fin del Tiempo' resulta escalofriante. Messiaen lo compuso en el invierno de 1940-41 en un campo de ... prisioneros alemán en Görlitz para los precarios instrumentos con los que podía contar (un clarinete, un violín, un violonchelo y un piano) con la voluntad íntima de «escapar de la nieve, de la guerra, del cautiverio y de mí mismo». Para componerla se inspiró directamente en una cita del Apocalipsis que refiere la aparición de un ángel que descendió del cielo a la tierra para anunciar, con la mano levantada y los pies sobre el mar y la tierra, el fin del Tiempo. Toda ella está revestida de la mística de Messiaen, de una profunda religiosidad que busca el sonido eterno en las más diversas fuentes, desde la música oriental o las técnicas medievales hasta el canto de los pájaros.
Publicidad
'El cuarteto para el fin del Tiempo' se tocó por primera vez en el campo una lluviosa noche de enero ante un público compuesto por prisioneros y oficiales alemanes que, helados de frío, fueron capaces de permanecer en absoluto silencio durante toda la interpretación. Messiaen (él mismo su primer intérprete en un piano vertical al que se le hundían las teclas) recordaría que nunca su música había sido escuchada con una atención y comprensión tan profundas. Han pasado ocho décadas y la obra sigue impresionando tanto por los complejísimos recursos musicales como por la grandeza de su mensaje. Y es imposible recrear la emoción del lugar en el que apareció, pero el excepcional cuarteto reunido en la Filarmónica, por la maleabilidad de su sonido y su capacidad de sugerencia, retrotraía a aquellos tiempos en los que resultaba prodigioso el mero hecho de hacer música.
Los cuatro estuvieron admirables como conjunto e individualmente, tanto en las obras previas (Berg, Carter y el austero Ravel de la Sonata para violín y violonchelo) como en el Cuarteto, tan conmovedor Widmann en el 'Abismo de los pájaros' como Queyras en la 'Loa a la eternidad de Jesús' o Aimard en su papel de Messiaen revivido, con ese piano hondo, lento y sereno que de repente se volvía grandioso y monumental, como esculpido en granito. Y la divina Faust (no hay violinista superior en el mundo) repitió en el desenlace de la 'Loa a la inmortalidad de Jesús' el milagro de sus sonatas y partitas de Bach en esta misma sala en enero de 2014: una sutilísima extinción del sonido del violín que desembocó en un silencio prolongado durante varios segundos. Fue un Messiaen escrito en mayúsculas, una experiencia trascendente que alcanzó una sensación de plenitud que comúnmente resulta inalcanzable.
Sociedad Filarmónica
-
Intérpretes: Isabelle Faust, violín. Jean-Guilhem Queyras, chelo. Jörg Widmann, clarinete. Pierre-Laurent Aimard, piano.
-
Obras: Berg, Ravel, Carter y Messiaen.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión