Editors durante su actuación anoche en el BIME. Josu Olarte

Editors y Slowdive brillaron en la primera jornada del BIME

Josu Olarte

Sábado, 27 de octubre 2018, 14:38

Algo desigual y con tanta cal como arena resultó la primera jornada del festival otoñal BIME live que volvió a perder algo de público (8.200 asistentes oficiales en su estreno) a lo mejor por no tener grandes reclamos en su cartel, ecléctico aunque tirando a sintético, y este aún más heterodoxo por la puesta en marcha de un nuevo escenario de sonidos urbanos (para paliar la caída de MIA) que rejuveneció un poco la audiencia más bien 'viejoven' y burguesa del evento. Ponerlo detrás del más autoral y teatral resultó problemático, porque redujo el aforo del Antzerki y acabó saturándose para ver al trapero español referencial Yung Beef, dejando fuera una masa de gente que no podía acceder por las estrechas puertas. «A mí me da mal rollo entrar ahí», llegó a oírse. Tener cinco escenarios en el BIME (a todas luces exagerado) provocó que el dedicado al techno (Gaua) estuviera en el pabellón contiguo (con engorrosa identificación digital para salir) lo que hizo que quedara desierto y nulo en la práctica.

Publicidad

Hubo también luces en lo musical (The Magic Gank, Vulk, Belako...) y resultaron estupendos los conciertos centrales de los Slowdive y Editors. Resucitados hace 4 años como puntales de shoegaze noventero, los primeros se presentaron con su alineación clásica mediatizada por el talento compositivo de (ex) pareja Neil Halstead -Rachel Goswell. Sin que el material grabado 22 años después desentonara con sus clásicos (Catch the Breeze, Crazy For you, Avalyn, Allison...) pero sin llegar a hacer levitar al personal como hicieron sus coetáneos Ride el pasado año. Sonaron frescos y muy reivindicables en sus mantras espaciales e hipnóticas, con burbujas de dream pop psicodélico y espirales de teclados y guitarras distorsionadas, culminando con una revisión lisérgica de Syd Barret (Golden hair).

A base de visitas reiteradas, lo de Editors podría sonar a plato recalentado, pero lo cierto es que su directo siempre resulta movedor. Sobre todo porque han acabado encontrando el balance, la oscuridad post-punk de sus inicios y sus veleidades sintéticas en su último disco Violence. Con voz de barítono, gran presencia escénica y colchones de teclados y guitarras con filo, Tom Smith secuenció, sin que la cosa decayera, el crudo monster rock sintético de temas recientes (Hallelujah, Nothingness, Darkness at the door) con número de su cosecha recibidos con momentos de euforia (An end has a start, In this Ligh, A ton of love, Munich, Smokers, Racing Rats...).

Coincidiendo con Belako, la donostiarra fichada por el sello de post-rock Thrill Jockey se había presentado en trío antes en el Antzerki con el gran Mikel Azpiroz al Hammond, que cantó y hasta improvisó con voz cálida y diáfana. Tocó a veces el teclado como una guitarra y, luchando contra los seis segundos de reverb, incidió en su último disco «Dreaming of earthly things», moldeando un estilizado set de indie folk con ramalazos célticos, jazzys, experimentales o fúnebres que evocó tanto a Julia Holter como a Dolores O Riordan, Laurie Anderson o Maika Makovski.

Hay artistas a los que hay que limitarse a oír en disco y al revés. De la primera casta es el autosuficiente productor y multinstrumetista John Maus que, escuchado tras el frenesí de Belako con todo enlatado, se mostró como un cantautor sintético, algo orate en la dramatización estática y con voz sintetizada de su híbrido ochentero. Su set acabó prematuramente como empezó (de golpe) y a nadie pareció importarle.

Publicidad

Lo de Maus desvió más público para el veterano cantautor de Seattle Damien Jurado, que, en las antípodas, explotó su vena folk tras sus recientes excursiones rockeras. En dueto acústico junto a Joshua Gordon, su voz brilló en su economía de recursos en un repertorio entre costumbrista y existencial (del reciente The Horizon Just Laughed en su mayoría) con paseos por el pop acústico vía Elliot Smith, aunque afectado por su característico tono depresivo.

Oculto por imágenes estroboscópicas, emergió luego el evasivo generador sonoro británico Aphex Twin para marcarse una sesión con la que demostró estar muy lejos de sus inicios ambientales y del techno «inteligente» que viene desarrollando bajo múltiples alias. Impulsado por los subgraves del dubstep, su ensordecedora sesión fue un ladrillo de hardcore digital, un terrorismo sónico con querencia gabber más maquinal y ruidista de la que buena parte del personal prefirió pasar, incluyendo la cuadrilla de Cris Lizarraga (Belako) con la que coincidimos en el metro.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad