El boogie-woogie se mete en el cuerpo de unos 200 entusiastas en pleno Arenal
El Bilbao Blues Festival, que cierra con éxito su cuarta edición, vuelve a revolucionar a los aficionados con una clase multitudinaria de baile
El término 'boogie-woogie' es una fusión de las lenguas bantú y mandinga que significa «bailar frenéticamente» y más concretamente «desvestirse para bailar con más ... agilidad y soltura». Lo cual es una manera de hablar, que no debemos tomarnos todo al pie de la letra. Este domingo nadie se quitó la ropa, pese a que el juego de pies, cadera y brazos llevó a muchos al límite de sus posibilidades. Dicen los que saben que se gastan entre 4,2 y 9,2 calorías por minuto, así que los cerca de 200 entusiastas que abarrotaban El Arenal pueden darse por satisfechos. Una hora da para mucho.
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En definitiva, todo el mundo ha terminado la semana con una sesión muy saludable (y divertida) de ejercicio, al compás de 'Candyman' 'Wee Baby Blues', 'Have Love, Will Travel' y 'Crazy Little Thing Called Love'. La clase que imparte Carlos Etxebarria, profesor de la Escuela de Baile Swing de Portugalete, se ha convertido en una fiesta que nadie quiere perderse. A estas alturas, celebradas ya cuatro ediciones del Bilbao Blues Festival, es archisabido que no solo ofrece una programación gratuita de campanillas, que da cabida lo mismo a la frescura de Sweet Marta que al magisterio de Jimmie Vaughan y el soul-funk bilbaíno de Mississippi Queen & The Wet Dogs. Es un certamen que también incluye una 'masterclass' que sacude la modorra dominical y afina los reflejos.
«Espero que hayáis desayunado bien porque os voy a meter caña. Vengaaaaa. Un, dos, tres, cuatro, adelante... y cruzo, giro, me deslizo y vuelta a empezar. Vengaaaa», aleccionaba Etxebarria, ante un alumnado intergeneracional, de entre diez y más de setenta años, con padres y niños pequeños. No hay edad para la diversión. Y tampoco nacionalidad. Una pareja holandesa, Hugo y Liv, que acababa de llegar en moto desde Barcelona, se sumaba al grupo sin pensárselo demasiado. «Ya buscaremos un hostal más tarde. Ahora hemos visto el mogollón, la música y vamos a pasarlo bien. ¡Siempre hay tiempo para descansar!». Así lo contaban, deprisa y corriendo, mientras se hacían un hueco entre la gente, se agarraban de la mano, doblaban las rodillas y se dejaban llevar por el ritmo. El boogie-woogie hay que bailarlo en pareja, es parte de sus muchos encantos.
Otro de los alicientes es que no se trata de hacer acrobacias, pegar botes alocadamente. Se impone la sutileza y un punto de chulería. Hay que mantener la verticalidad, inclinarse solo un poquito hacia adelante y tener la precisión de un cronómetro con el movimiento de los pies. Da igual la velocidad, lo mismo se pueden bailar ritmos rápidos o lentos. Admite el acompañamiento de rock and roll, jump blues, swing jazz, rockabilly, pop... Es un estilo que nació en la Alemania de la posguerra y no se limita a la música boogie-woogie propiamente dicha. «Vamos, vamos, que esto es pura energía, Queréis la fama, pues la fama cuesta y aquí habéis venido a.. ¡bailar!», soltaba Etxebarria en un guiño a la famosísima serie de televisión ochentera.
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Llegado a ese punto, todo el mundo se quitó las inhibiciones. Nadie se estaba quieto. En poco tiempo se veían los progresos, máxime porque muchos son reincidentes, como Ainhoa y Carmelo, que el año pasado probaron y ahora «lo tenemos dominado». Hasta se veía a un bichón maltés, con el pelo recién cortado y un lazo entre las orejas, moviéndose con mucha soltura junto a su amo. «Yo bailo con quien me da la gana, sobre todo porque 'Atila' lo hace mucho mejor que yo», razonaba con una sonrisa el dueño del perro bailarín.
Más patrocinadores
En la última jornada de la cuarta edición del Bilbao Blues Festival se respiraba un ambiente de fraternidad que dejaba sin palabras. Puro goce y nada más. Al término de las clases de boogie woogie, el propio director del certamen, Carlos Malles, se mostraba eufórico: «La experiencia es un grado y tengo un equipo que se supera cada año. La maquinaria está engrasada y hay buen ambiente. Eso lo perciben los artistas, que se van encantados y actúan como embajadores de lo que montamos aquí».
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– Como responsable del Bilbao Blues Festival, ¿cuál es el sueño que le gustaría cumplir?
– Bueno, primero que nada, está claro que hemos sabido crecer, con cabeza y haciendo bien las cosas. Y salta a la vista que el público responde. Dicho esto, respondiendo a su pregunta, ahora es el momento de que poco a poco se vayan sumando más colaboradores y patrocinadores.
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