Después de una comida. Su amistad se mantuvo desde que se conocieron. Archivo Ibarrola

Ibarrola y Oteiza, historia de una complicidad

Dispares y aliados ·

Un libro de Lucas Lorduy recuerda la amistad entre los dos artistas desde las primeras muestras del creador del Bosque de Oma, cuando no había cumplido 20 años

Lunes, 8 de mayo 2023, 00:35

Agustín Ibarrola (Bilbao, 1930) se presentó en la Sala Stvdio del Casco Viejo bilbaíno cuando tenía 18 años con unas pinturas sobre sábana vieja, soporte ... que había utilizado por carecer de dinero para comprar lienzos. Solía pasarse por esta galería sin que le tomaran en serio hasta que el «aldeanito», según definición del propio Ibarrola, les llevó esas obras. Enseguida le montaron una exposición, inaugurada en diciembre de 1948. Había dejado la escuela a los 11 años y tenía 18.

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El artista había aprendido a través de libros con ilustraciones de Aurelio Arteta. De esa época procede uno de los primeros grandes cuadros de Ibarrola, 'La fábrica de Bolueta' (1949), así como sus primeras actividades asociativas con un colectivo de jóvenes artistas, el Grupo Achuri, en el que se encontraban Ricardo Toja o José Barceló. Contaban con el apoyo de Jorge Oteiza, con el que estableció un fructífero diálogo en varias etapas de su vida.

Su amistad fue esencial, como destaca el libro 'Agustín Ibarrola. Lo político en el arte', del historiador Lucas Lorduy Osés. Por esta publicación aparecen no sólo los hitos de su biografía artística, sino también la evolución de su perfil humano y político, con la persecución policial y las torturas que sufrió en los años sesenta; su encarcelamiento en los penales de Burgos y Basauri; el incendio provocado por un grupo de guardia civiles de paisano, durante el estado de excepción de 1975, de su caserío estudio en Gametxo (Ibarrangelua); la destrucción de parte del Bosque de Oma y el hostigamiento durante décadas de la izquierda abertzale, debido a su posicionamiento contra ETA.

Grabado de su época de Estampa Popular. Abajo a la derecha, dibujo hecho en la cárcel para un folleto con canciones de la resistencia española.

«La proyección pública de Ibarrola ha oscurecido la importancia de su obra», destaca el autor, que aporta los datos necesarios para considerar su relevancia y riqueza, con un comienzo de trayectoria fulgurante. Por medio de una carta de Gregorio de Ybarra, entonces vicepresidente de la Junta de Gobierno del Bellas Artes, accedió a las clases en Madrid de Vázquez Díaz, pensadas para que los alumnos buscaran su personalidad más allá de los modelos establecidos. Rafael Zabaleta, Rafael Canogar y Jesús Olasagasti fueron compañeros de clase.

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De vuelta a Bilbao tomó contacto con Oteiza, que «reforzó en Ibarrola la convicción de que el arte debe cumplir con las obligaciones derivadas del pasado, el presente y el futuro del pueblo vasco», incide Lucas Lorduy.

Autor del libro

«Oteiza refuerza en Ibarrola la idea de las obligaciones del artista con el pueblo vasco»

El escultor le abrió su biblioteca de Orio, formada durante sus años en Latinoamérica (1935-1948). «Leí prácticamente todos los libros. Había muchos sobre estética y sobre el muralismo mexicano de los Orozco, Siqueiros, Rivera y Tamayo. En esa época empecé a hacer un muralismo que seguía siendo pintura vasca por los cuatro costados», contó Ibarrola.

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Los bocetos de Arantzazu

A instancias de Oteiza, concursó en 1952 para realizar la decoración pictórica de la basílica de Arantzazu. Presentó unos bocetos de inspiración muralista cuyas figuras retorcidas reflejaban la guerra de bandos en la Edad Media entre oñacinos y gamboínos. También aparecía el sentimiento religioso del pueblo vasco ante la Virgen, la orden de los franciscanos, procesiones y escenas de arrantzales y baserritarras.

Ganaron Néstor Basterretxea y Carlos Pascual de Lara. Ibarrola había pintado las figuras de los bocetos en las paredes de la Escuela de Bellas Artes de Atxuri. Sin avisar al artista, entraron en ella para convertirla en un centro de formación profesional. Destruyeron los murales y decenas de obras que tenía almacenadas, aunque se salvaron los bocetos.

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'Siempre la fábrica', 1974. Colección particular

Cansado del cerco policial al que estaba sometido por su militancia comunista, se fue a París con la idea de que una galería le mantuviera a cambio de su obra. Contactó con artistas de la Escuela Española de París, formada por emigrados en los años veinte y treinta y de exiliados de la Guerra Civil. Le decepcionaron. A su juicio, vivían de las rentas de Picasso y Juan Gris.

De nuevo por mediación de Oteiza, conoció a los pintores cordobeses Juan Serrano y José Duarte, con los que formaría Equipo 57. En él se integró enseguida Ángel Duarte. Querían formar un lenguaje visual de vanguardia que sirviera para que la experiencia estética no sólo fuera patrimonio de los ricos y burgueses, sino que también sirviera para el día a día de la clase obrera.

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Idearon unas formas basadas en el constructivismo que podían servir para cuadros, esculturas o para el diseño de objetos cotidianos. Oteiza acababa de publicar su ensayo 'Propósito experimental' y empezaba con su serie escultórica de las 'cajas metafísicas'. En Equipo 57 y en el artista de Orio, la huella del constructivista Kazimir Malévich era evidente. Pero Oteiza nunca fue un contemporizador y manifestó sus discrepancias respecto a las intenciones del grupo hispanoparisino, lo que no afectó a su amistad con Ibarrola.

Se reencontrarían en los años sesenta, en los debates sobre la Escuela Vasca. El bilbaíno proponía recuperar el movimiento aunando corrientes opuestas, el nacionalismo y la ideología obrerista de izquierda, para neutralizar el individualismo y el aislamiento. Oteiza estaba de acuerdo y solía repetir una frase de Pío Baroja: «En Bilbao, como en todo el País Vasco, echan más chispas las chimeneas que el espíritu de los hombres».

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Oteiza reunió en el grupo Gaur a los guipuzcoanos Amable Arias, Basterrechea, Sistiaga, Ruiz Balerdi y Zumeta, Chillida y Mendiburu. En Bizkaia, Emen contó con más de treinta artistas, entre ellos Ibarrola, Dionisio Blanco y María Dapena. Se presentaron con una exposición en el Bellas Artes en 1966. También hubo un capítulo alavés, Orain, en el que se integraron Ortiz de Elgea, Juan Mieg y Joaquín Fraile.

Arrantzales, baserris y fábricas

Tal amalgama provocó roces y disputas. Los alaveses abogaban por la abstracción como única vía para el arte vasco. En un texto incluido en el catálogo de la exposición en 1966 de la sala Mikeldi de Bilbao, Ibarrola criticaba esta posición y defendía una conciliación de perspectivas. No le parecía oportuno eliminar a los arrantzales, los baserris y las fábricas, siempre que reflejaran la explotación del pueblo vasco.

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La detención de Ibarrola y de su hermano Josu en una manifestación en apoyo a la huelga de Bandas, la fábrica de Etxebarri, volvió a unirle a Oteiza. El guipuzcoano organizó varias reuniones y escribió una carta para pedir su liberación a dirigentes del régimen de Franco de origen vasco, como Antonio María de Oriol, Jesús Romeo Gorría. Faustino García-Moncó y Antonio Iturmendi. No tuvo efecto e Ibarrola ingresó en la cárcel de Basauri.

Formación

El escultor le abrió su biblioteca de Orio, con una gran colección sobre los muralistas mexicanos

Una década después, en 1976, los encargados del programa español de la Bienal de Venecia propusieron a los italianos realizar exposiciones de las «nacionalidades» que componían el país. Ibarrola fue el señalado para hacer la selección vasca. Eligió a su amigo Oteiza y a Chillida.

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El primero decidió presentar una gran caja de madera -'Desocupación espacial del cubo'- en la que se iba a proyectar un audiovisual sobre la situación en Euskadi. Se retiró finalmente porque los «organizadores no habían consultado suficientemente con los artistas vascos». A Ibarrola le dolió este rechazo, motivado por su militancia comunista, que para muchos artistas descalificaba su 'representatividad vasca'.

El libro catalogo sobre el Bosque de Oma de 1987 incluyó un texto de Oteiza, con su peculiar estilo. Veía a su amigo en su «festín de paz en el paisaje», alejado de su faceta de «predicador marxista denunciante y perseguido», próximo a Francisco de Asís.

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Quizá hubiera paz en el bosque, pero las críticas de ambos a las políticas culturales del Gobierno vasco, en los ochenta y noventa, fueron furibundas. Ahí también estuvieron unidos.

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