Equipo. Itziar Lazkano, Ramón Barea, Irene Bau y Galder Sacanell posan con trajes de la Escuela de Cine del País Vasco. maika salguero

Pabellón 6 cumple 10 años: los frutos de la locura por el teatro

Décimo aniversario convertido en referencia para el público y para aprender las distintas facetas del oficio

Domingo, 15 de agosto 2021, 00:55

Pabellón 6 ha llevado la contraria a las señales que parecían marcar su camino. Hace diez años, pocos creyeron que en esta nave de Zorrozaurre, ... condenada al derribo como tantas otras, podía nacer un teatro con programación estable. «Los más finos decían: es que no hay nicho de mercado», recuerda Ramón Barea. «Los agoreros: no va a ir nadie». La primera ronda de consultas con las compañías no fue muy esperanzadora. «Les parecía que era un sitio para actuar un día, quizá en fiestas». Pero trece artistas dieron «un sí rotundo» al proyecto, empezando por Mariví Bilbao Goyoaga.

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La fotografía de la actriz cortando la cinta el 19 de agosto de 2011 transmite el entusiasmo que hizo falta para levantar el telón. Entre los promotores estaban Jose Ibarrola, autor del logotipo, Ander Lipus, Patxo Telleria, Nagore Navarro... Para Adolfo Fernández fue «un honor» abrir el cartel con 'Cantando bajo las balas', la obra en la que interpretaba a Millán Astray. «Siempre me había atraído esa zona y fue emocionante ver cómo la cultura iba conquistando los espacios industriales», recuerda. En la jornada inaugural también hubo microdanza -una pieza de Matxalen Bilbao y Blanca Arrieta- y sesión golfa a cargo de Gurutze Beitia. Luego llegaron María Urcelay, Enriqueta Vega, Felipe Loza, Mikel Martinez y Miren Gaztañaga; nombres de referencia en un sector que buscaba cobijo más allá del Arriaga, La Fundición y el recién restaurado Campos Elíseos.

La madrina. Mariví Bilbao Goyoaga cortó la cinta inaugural el 19 de agosto de 2011. david de haro

La primera en ver la energía que anidaba en Zorrozaurre fue la asociación Haceria Arteak, dirigida por Manu Gómez-Álvarez. En 1998 desembarcó en la sala La Haceria y con el proyecto ZAWP empezó a llenar de actividad los pabellones desocupados. Esos espacios diáfanos donde hace frío resultan acogedores para espíritus inquietos. «Si juntáramos toda la renta que hemos venido pagando las compañías de teatro en pabellones industriales, nos podríamos comprar el Arriaga», ironiza Barea, que con Cómicos de la Legua se alojó en Bolueta. El programa Fábricas de Creación, impulsado por el Gobierno vasco, les ofreció una oportunidad y de 13 pioneros pasaron a 200 socios fundadores, que compraron una simbólica butaca por 150 euros.

«Todas las señales estaban en contra, pensaban que este era un sitio para actuar solo en fiestas»

Ramón Barea | Socio promotor

El pabellón que tomó su nombre del manicomio del relato de Chéjov es hoy un lugar de encuentro para los teatreros, donde profesionales de distintas generaciones se citan con un público fiel. Como dice Galder Sacanell, de la Compañía Joven, «en dos meses aquí conoces a la mitad de las personas que hacen cine y teatro en todo el País Vasco». Pero no siempre fue así. Pasado el subidón de la Aste Nagusia, «los dos primeros años fueron muy duros», asegura Irene Bau.

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Resultó más fácil acondicionar la nave con las medidas que exigía el Ayuntamiento y mobiliario reciclado -bobinas reconvertidas en mesitas, el telón naranja del Teatro de Getxo, el suelo de madera que utilizó el Ballet de Euskadi...- que llenarlo de auténtica vida. «La gente seguía diciendo: ¿dónde está aquello?». La fórmula que plantearon desde el principio, trabajar a taquilla, les parecía «retroceder en el tiempo» a las compañías que funcionaban a caché. Incluso temían que el nuevo espacio les obligara a «repartir aún más los pocos espectadores que tenemos», recuerda la actriz. Pero con el tiempo «se ha creado un público, una necesidad o una costumbre de venir al teatro semanalmente y no solo en fiestas de Bilbao».

OBRAS PARA VER Y RECORDAR

Taquillazo con identidad, cruzó el puente y se vio en el Euskalduna.

En 2020 ganó el Premio Ercilla a la mejor producción vasca.

De la Compañía Joven, triunfó en el Arriaga, giró y viajó a Madrid.

Tres semanas en cartel

Tras una primera etapa con una programación «muy atomizada», se dieron cuenta de que se pasaban el día «montando y desmontando escenarios» en lugar de ejercer de «creadores». 'Esencia patria' fue la primera de sus producciones propias, y ya van 34. «Cuando se trata de hacer realidad deseos y no encargos, se trabaja de otra manera», dice Itziar Lazkano. Ser dueños de su espacio les ha permitido dar tiempo a los espectáculos y dejar que actúe el boca a boca. «Es el único sitio en Bilbao donde las obras se mantienen tres semanas», añade la actriz y directora. A veces tienen segundas y terceras vidas. «Llevo muchos años en esto y no he conocido lugares donde uno pueda trabajar y enseñar su talento a todos los niveles: figurinistas, dramaturgos, técnicos...» Todos se cruzan aquí y a veces cambian de papel. Las jornadas de teatro breve, convertidas ya en un clásico, animan a los intérpretes a empezar a escribir y dirigir.

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«Aquí hay más jóvenes y eso es lo que necesita el teatro»

Adolfo Fernández | Inauguró la programación

Quizá por venir de una generación de autodidactas, que como suele decir Barea se hicieron actores «por cabezonería», han puesto especial empeño en enseñar el oficio a las nuevas generaciones. La primera compañía joven profesional de Euskadi ha madurado con rapidez. Se formó en 2015 y el año pasado, en plena pandemia, se independizaron. «En el peor año del siglo hemos montado cinco producciones propias, algunas en un mes, mientras descubríamos cómo se gestiona una sala», cuenta Sacanell, autor y director que empezó en el teatro universitario. Tras estudiar Filosofía y un máster de cine en Ámsterdam, «quería aprender viendo a gente trabajar. Mandé un texto así (una larga carta) a diez sitios e Irene me respondió con una línea: 'Cuando estés aquí, hablamos'».

Horizonte. El mural de Hiruzelai recrea obras de la Compañía Joven en las fachadas de la ribera. m. salguero

Cada año hay una promoción de la Gazte Konpainia que pone en pie un espectáculo y recibe ayudas que les permiten cobrar los ensayos, «algo muy saludable». Pero los quince jóvenes que han asumido su gestión y se reparten todas las tareas funcionan igual que los veteranos, «a taquilla, corriendo riesgos» y sabiendo que parte de su trabajo «es voluntariado». Aun así, «formar parte de este grupo es un privilegio absoluto, porque tienes una sala para estrenar. Hay gente que trabaja lo mismo sin la certeza de hacer más de cinco bolos al año».

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La compañía les permite estar «conectados» a una profesión que siempre ha sido inestable. «Tener un sitio propio es importante, pero también puede ser una fábrica de parados. Nuestro compromiso es dignificar el oficio, al menos artísticamente. Hacerlo bonito, esa es nuestra fortaleza», les inculca Barea. Y no solo se refiere a actuar. En 2019 se puso en marcha un programa pionero de talleres de escenografía y vestuario, entre otras disciplinas. El aniversario lo celebrarán con discreción por la coyuntura y porque prefieren no pararse a hacer balance. «A esto hay que darle otro sentido. ¡Qué jóvenes somos, estamos a punto de entrar en la adolescencia! ¡Cuánto teatro nos queda por hacer!». Después de cada función, ellos aplauden con dos palabras: «Seguimos, seguimos».

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