A la política cultural española el adelantamiento de las elecciones le ha pillado en pelotas y con la cama sin hacer. Toda una legislatura de ... promesas culturales y grandes objetivos, para que al final el balance solo deje un renqueante bono cultural, un incompletísimo Estatuto del Artista, una Ley Audiovisual que esperaba enmienda y muchos asuntos en el cajón del olvido. Véase, por ejemplo, que de las 62 leyes abandonadas en su esqueleto intencional por el Gobierno hay tres que son capitales para la cultura española. La primera es el Estatuto del Artista, cuya aprobación parlamentaria se prometió para el final de la legislatura, aunque ésta acaba de expirar dejando pendientes en la materia numerosas medidas laborales, fiscales y de seguridad social. La segunda es la Ley del Cine, muerta prematuramente por el anticipo electoral, a pesar de tramitarse por el procedimiento de urgencia y de que el nuevo texto recogiera las grandes reivindicaciones del sector, especialmente la definición del productor independiente -al contrario de la aprobada Ley General de Comunicación Audiovisual-, un concepto clave que iba a posibilitar que la dotación de las convocatorias de ayudas beneficiara mayoritariamente a ciertos productores y no a las televisiones o a las plataformas. La tercera norma de extraordinaria importancia que ha sido paralizada por la disolución de las Cortes es el impulso al mecenazgo y a la ampliación de sus incentivos fiscales, una reforma que había sido posible gracias a un acuerdo del Gobierno y el grupo PDeCat en la Comisión de Hacienda y que solo estaba pendiente de la ratificación en el Senado para su entrada en vigor. La verdad es que por mucho que la zozobra y el oportunismo estuvieran siendo el santo y seña en la negociación y la tramitación de cada una de estas tres iniciativas legislativas, todas ellas tenían aspectos ciertamente positivos. Entonces, ¿será posible recuperarlas en la próxima legislatura? La respuesta a esto es hoy por hoy imposible. Más bien se podría decir que no es imposible, aunque sea improbable.
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Mercado del arte
Un nuevo invento
Es curioso el nuevo invento del mercado del arte: Una obra de Francis Bacon, propiedad del príncipe de Liechtenstein y valorada en 50 millones de euros, saldrá a cotizar en bolsa. Cualquier inversor podrá comprar, desde 100 euros, acciones de la obra. ¿Supone esto democratizar el arte? Bueno, no tanto. Más bien se trata de popularizar un nuevo instrumento de inversión vinculado al arte. ¿Será un buen negocio? Quizás, porque el artista ha tenido una revalorización constante en los diez últimos años. Otra cosa es que la valoración no es una ganga y encima tampoco se descarta una corrección en el mercado del arte, motivada por los altos tipos de interés y la ralentización económica. No se olvide, tampoco, que en las subastas neoyorquinas de primavera referidas al arte moderno y contemporáneo los remates estuvieron por debajo de las expectativas. Puro riesgo, sí.
Cultura popular
Provocación
El rock ha sido siempre un poco la apoteosis de la provocación superficial: Una guitarra que se estrella contra un bafle, un eslogan político que se declama en un concierto por el que se cobra un caché millonario o incluso un genital que se enseña a la audiencia como atrezzo contracultural. Todo vale, todo cuenta en el escándalo. Ahora el último grito en la materia ha sido el atuendo de estilo nazi lucido por Roger Waters, el exbajista de Pink Floyd, en un concierto en Alemania, asunto ya investigado por la policía de ese país como presunto delito de incitación al odio y lógicamente denunciado con protestas en Israel. Lo de la estética nazi en un concierto de rock no parece un voluntario exceso semiótico que quiera transmitir un discurso hitleriano de odio, sino más bien un 'look' de muy mal gusto o una provocación tonta y superficial. Escandalizar es un derecho, lo decía Pasolini, lo mismo que escandalizarse es para algunos un placer. Y frente a la libertad de provocación está igualmente, faltaría más, la de cuestionarla o rechazarla. Pues eso, elijan.
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