Crítica de 'Tres pisos' (2021): Amigos o vecinos

En 'Tres pisos' el realizador Nanni Moretti sigue a pies juntillas los pasos de tres familias que viven en un mismo inmueble en la abigarrada Ciudad Eterna. Lo que le permite a su autor trazar un humanista retrato de su vecindario y, por ende, de la propia condición humana. Asimismo, nos habla de lo que es un hogar, a menudo un bendito lugar de reposo y sanación, al que uno siempre regresa para recorrer el corto trecho que va desde el pasillo a la alcoba. Sin embargo, a veces, surge una sombra, que pronto la reconocemos, cruza el umbral, llega a la cocina, rodea las dulceras con olor a azucenas, los platos blancos como huesos y alcanza el dormitorio inerte.

Los encuentros y desencuentros que tienen lugar en esta multiétnica escalera vecinal, en la que puede pasar de todo, están mostrados en un tono agridulce, sin poner el grito en el cielo, pero con inevitable amargura. 'Tres pisos' se convierte así en un considerable melodrama vecinal, que hace las veces de un microcosmos, en sintonía con los problemas que acucian a nuestra egoísta sociedad del bienestar, donde, por lo general, tener vale más que ser. La película del galardonado autor de 'La habitación del hijo' (2001) nos incita a proteger nuestro nido, con el trajín de las tareas domésticas, para que nadie nos arroje por lástima al sueño eterno.

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