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La cena que recoge 'Dublineses'.

'Dublineses', un poema contemplativo

Melancolía, elegancia y levedad se cruzan en este imponente testamento cinematográfico de John Huston

Guillermo Balbona

Jueves, 27 de abril 2017, 17:57

Melancolía, elegancia y levedad se cruzan en este imponente testamento cinematográfico. Lo poético, la sutil sobriedad quiebra cualquier exceso de gravedad. John Huston, incesante y polivalente, de raíz literaria muchas veces, apasionado y voraz, llegaba al final de un trayecto creativo que cruzaba la historia del cine desde 'El halcón maltés' hasta 'Evasión o victoria'. Desorientado en ocasiones, siempre creativo, cerraba en los ochenta una vida dedicada al cine con tres títulos tan dispares como 'Annie', 'Bajo el volcán' y 'El honor de los Prizzi'. Pero en ese soplo al corazón, entre la vida y la muerte, rodeado de los suyos, con la pausa y el arrebato contenidos en una misma mirada, aún el cineasta rubricaría su querencia por contar historias con una incursión tan desafiante como la de escudriñar una ilustración rigurosa e intensamente sentida al adaptar el relato 'The Dead' de James Joyce, plasmado en su 'Dublineses', para muchos la mejor película de esa década. Huston, enfermo, desde una mirada finalista pero serena, firma un poema contemplativo que esconde una desgarradura. Durante más de una hora su cámara se pasea, es testigo y refleja un ambiente burgués en torno a una cena.

Bailes, conversaciones, palabras a veces insustanciales y una sombra de nihilismo. Cae la nieve y la nada. El octogenario cineasta construye en 'Dublineses' un retrato de época y un estado existencial. Desde su consciente despedida nunca agoniza la vida. Hay tristeza, fugacidad, presencia de ausencias, fantasmas melancólicos que cruzan estancias y se mueven entre un efímero presente y el dolor de los recuerdos, entre un amor de juventud, fugaz y diluido, pero perdurable, y la redención. Huston con máscara de oxígeno (en realidad sus ganas de contar) y en silla de ruedas (quizás el trono del artesano pasional que ha resistido todos los embates de la industria), se eleva elegante a través de la nostalgia para dejar una profunda huella sobre la nieve negra de ese inevitable viaje al fin de la noche. Un lúcido adiós que ratifica el poderoso amor al cine de su director y su capacidad para transformar el vigor y la energía habituales de su trayectoria en una claustrofóbica, intensa e incisiva reflexión sobre lo fugaz y fútil.

Homenaje a Joyce y a Irlanda, con la vieja balada, 'La muchacha de Aughrim', al fondo, Huston, rodeado por Anjelica como protagonista y su hijo Tony como guionista, se sumerge en la pureza del doloroso relato 'Los muertos' último de los quince que integran 'Dublineses' donde discurre la vida leve, entre la decadencia y el dolor, entre la fragilidad y la tristeza. El cineasta, desde la sencilla complejidad, plantea un paisaje moral transparente y sensible que encaja con esa soterrada y enigmática escritura del autor de 'Ulises'.

Lo admirable es esa atmósfera sutil y delicada que Huston imprime a un filme que contempla como una indagación en el alma humana entre la conmoción y la sinceridad. La litúrgica de sus imágenes se asemeja a una coreografía que recorre esa aparente calma y desmayo de las cosas ordenadas y convencionales. La invisible sombra es lo que subyace, el desamor y la pasión frustrada afloran gracias a la elegante mirada de Huston. El cineasta, que apaga su creación y su vida con este incendio de cenizas en ebullición, posa y reposa su cine como un obituario que relatara los entresijos de una vida que es un plano, y viceversa.

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