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El protagonista de 'Alicia en las ciudades'.

'Alicia en las ciudades': arqueología de lujo

El blanco y negro, el vínculo de dos personajes, hombre y niña, la sensibilidad y sutileza, el aliento poético conforman el poderoso motor de este recorrido trazado por la Alicia de Wim Wenders

Guillermo Balbona

Jueves, 12 de enero 2017, 19:50

En plena era de la democratización de la imagen, del selfie, de la invasiva inundación icónica, resulta arqueología de lujo volver la mirada sobre ese personaje que busca en sus fotografías captar algo de la realidad que vive y se le escapa, pero que lamentará que no muestren lo que él ve. El protagonista de 'Alicia en las ciudades' vertebra este documento existencial, integrado en una trilogía sorprendente, en la que el viaje, la indagación, la insatisfacción, la inquietud conforman un cosmos de extrañeza y lucidez sobre la condición humana. En su apariencia es una road movie de hombre y niña, de trayectos sin meta, de Itacas breves como si el periodista-escritor personaje laboratorio del Travis de 'París, Texas' que el propio cineasta alemán dejaría años después para ilustrar las pantallas encarnara nuestros desconciertos y nuestra ansiedad. Junto a nombres como Fassbinder, Herzog, Kluge, o Schlondorff, Wenders es uno de los exponentes del cine alemán.

Curiosamente el director de 'El amigo americano', uno de los autores que ha logrado insuflar aliento personal al cine contemporáneo, suspendió el examen de ingreso a la escuela de cine de París. Su amistad con Peter Handke, su apoyo en la televisión como sucedió en paralelo en EEUU y su mirada generacional se tradujeron en la realización de 'El miedo del portero al penalti'. Pero precisamente tras rodar 'La letra escarlata' sobre la novela homónima de Nathaniel Hawtorne, con capital español y a la sombra de Elías Querejeta, emprendió el proyecto que supuso un salto en su carrera: 'Alicia en las ciudades', a la que se sumaron 'Falso movimiento' y 'En el curso del tiempo'. Las tres cintas responden a una idéntica atmósfera de búsqueda y metáfora temporal. Al cabo, ese trayecto itinerante, el bucle inconformista, el desasosiego, el existencialismo atraviesan toda la filmografía de Wenders. El blanco y negro, el vínculo de dos personajes, hombre y niña, la sensibilidad y sutileza, el aliento poético conforman el poderoso motor de este recorrido trazado por una Alicia iniciática de ida y vuelta, de exteriores y búsqueda interior, de planos formales y luz interior.

Como en un espejo pero con matices de estilo e inquietudes diferentes, el filme de Wenders y 'Luna de papel' de Peter Bogdanovich se miran en una realidad de paisajes inmensos, de fronteras y límites. Como en buena parte de su filmografía el desarraigo y la melancolía, el viaje de retorno a un no lugar de la memoria, la mezcla referencial de ficción y realidad están siempre presentes. Lo universal del filme de Wenders es ese silencio sonoro, ese desconcierto de ser y estar en permanente estado de alerta ante algo que nunca acaba de plasmarse. La amistad, el vínculo paternofilial, la complicidad, lo minimalista, el tempo emocional se transparentan como capas subliminales de un cuento que va de lo urbano al vacío, de la imagen perseguida a la ideal. La soledad, el desamparo, lo inesperado confluyen en esta insólita pareja cuyo mapa humano de gestos, movimientos y paisajes, de desolación y ternura, generan un relato del mundo sobre la aceptación y la distancia entre criaturas.

La utilización del espacio, los contrastes de entre los lugares, los aviones...la fugacidad y la identidad revelan su juego de contrarios: La fotografía, la imagen real y la falsa, las miradas cruzadas, el instante y la fascinación, lo conmovedor y lo hipnótico. Lo trascendental de esta Alicia reside en que la aventura es sencilla, libertaria, exenta de ruido y todo discurre a modo de recorrido desde un origen despojado hasta una meta que puede devolver un rastro de identidad. El filme sin aparente chantaje sentimental revela su encanto en ese fotograma final de sus dos protagonistas asomados por la ventanilla de un tren dejando que el viento borre sus caras. Amsterdam y Nueva York...ciudades. El movimiento como identidad, la sensación permanente de construcción y la indiferencia adquieren otra dimensión. Hay amargura y cierto aire irreal de naufragio y complicidad. Más que contemplación en el viaje subyace una activa pasividad. Todo se postula como un tránsito lánguido y poético, una transición entre historias por contar de dos seres 'lost in traslation' que se entienden en sus extrañas geografías confrontadas.

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