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Uno de los carteles de la cinta de Milos Forman.

'Los amores de una rubia', una tragicomedia permanente

El patetismo y la risa se funden en una especie de fresco entre la ternura y el humor, entre el encanto y los sueños rotos en esta cinta de Milos Forman

Guillermo Balbona

Jueves, 15 de diciembre 2016, 20:36

Desnudos sobre una cama los dos jóvenes dialogan entre pausas después de la batalla del amor y el sexo. Ella le pregunta por qué una vez le dijo que era "ampulosa". Y la conversación, entre juguetona y liviana, termina en la justificación amparada en una imagen: "Las curvas son como las de una guitarra" y quien ha dejado la iconografía fijada en la retina es Picasso con su pintura.

Los amores de una rubia, uno de los exponentes principales del primer Milos Forman y, por ende, de la Nueva ola de cine checo, tiene algo de las historias de Milan Kundera, de esa levedad existencial y crítica, de esa disección con sentido histórico que atraviesa las relaciones humanas. Ambos, el cineasta y el escritor, perseguidos por los antiguos gobernantes comunistas, fueron rehabilitados en los noventa en Praga junto a otros ciento cincuenta nombres del mundo de la cultura checoeslovaca. Forman, que triunfó en Hollywood (Alguien voló sobre el nido del cuco y Amadeus son dos de sus títulos emblematicos y más populares) trazó una corta pero contundente filmografía antes de emigrar a EE UU a finales de los sesenta. Filmes como Pedro, el negro y El baile de los bomberos, junto al que nos ocupa, Los amores de una rubia, forjaron las raíces de un estilo en cuyos resquicios asoma el humor destilado, la ironía y la subversión. Hay un distanciamiento contagioso en sus miradas tempranas. Cinema verité, documentalista, desapasionado... No exactamente. Milos Forman se mueve entre los tópicos, mira con comicidad, desnuda las ventanas sociales y desvela los vericuetos políticos en una especie de tragicomedia permanente. Nominada al Oscar a la mejor película extranjera, la historia de Andula que se narra en Los amores de una rubia, se sitúa en escenarios como una fábrica de zapatos, una pensión y una localidad donde apenas viven hombres. La llegada de un destacamento militar puede cambiar las cosas.

El blanco y negro de una fotografía locuaz y envolvente (se llegaron a pintar en blanco y negro algunos decorados) ambientan esta producción de mediados de los sesenta. El idealismo y el amor, el deseo y la ansiedad por cambiar de vida habitan en esta comedia romántica despojada de fuegos artificiales, dotada de un naturalismo y una sencillez cómplices, como ese lenguaje con las manos que abre el filme con ingenuidad irónica. Las secuencias del baile, el citado encuentro de amantes, los encuentros generacionales configuran un melancólico mapa humano agridulce. En ocasiones el patetismo y la risa se funden en una especie de fresco entre la ternura y el humor, entre el encanto y los sueños rotos. Miroslav Ondrícek (Amadeus o Valmont) subraya con delicadeza la imagen de un relato que recuerda en ocasiones a Godard o a Eric Rohmer. Lo común convertido en insólito. La normalidad mutada en un camino tan sublime como ridículo. Hay crítica a lo establecido y educación sentimental. Deseo e iniciación. Un año antes del Jiri Menzel de Trenes rigurosamente vigilados (ya comentada aquí), se mueve entre el realismo de lo cotidiano y el aprendizaje vital, lo estático convencional e inmovilista frente a lo joven, deseoso de rebeldía.

Intérpretes no profesionales, amargura y una cámara que parece abrirnos un álbum de escenas entrañables donde la tristeza y la esperanza intercambian cromos de un humanismo exento de artificio y de subrayados dramáticos. El baile, ese encuentro coral de soldados y chicas, se convierte en una coreografía de planos-contraplanos que confronta desengaños y aspiraciones, seducción y rechazo, en un cosmos que perfectamente adquiere categoría de cortometraje con su personalidad visual y su entidad ficcional. Si en este caso funciona el montaje y la destreza de Milos Forman, en otra de las secuencias importantes del filme (el encuentro en la casa de los padres) son los diálogos los que llevan el contrapunto simbólico sobre la sociedad checa. Los amores de una rubia, situada en una ciudad industrial textil del norte de Bohemia, donde trabajaban únicamente chicas jóvenes, generó un efecto mediático y popular que atrajo a numerosos visitantes. El rostro de Hana Brejchová (hermana de la primera mujer del cineasta) que encarna a Andula, la rubia la comicidad, el esperpento de fondo, los contrastes entre ambiciones y realidades constituyen lo mejor de un filme de fábricas y camas, de bosques y uniformes, de conversaciones banales en apariencia que, sin embargo, se postulan como islas emocionales frente al aparato del Estado.

Esa burbuja romántica como la de la pareja de Al final de la escapada crea su lugar en el mundo propio, al margen de los estamentos, de lo oficial. La sutileza del cineasta de El escándalo de Larry Flynt radica en la delicada combinación de lo social, ese retrato de época empapado de realismo historicista y lo cotidiano. Una mirada que lo mismo abarca la anécdota de una cortina incómoda que una cama demasiado poblada, entre la picaresca, el intimismo y el ensayo de amor de juventud en la Checoslovaquia comunista. Una pincelada que parece naïf pero que se clava como un dardo en los puntos débiles del cuerpo y el espíritu de las criaturas en su deseo de libertad.

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