Monseñor Romero, el santo de los oprimidos
El Papa Francisco hace justicia con este mártir de la fe, asesinado por los escuadrones de la muerte y abandonado por los obispos salvadoreños
Pedro Ontoso
Martes, 19 de mayo 2015, 23:58
'Haz patria, mata a un cura'. Esta consigna de la extrema derecha y de los grupos paramilitares de El Salvador, difundida a finales de la década de los setenta y primeros de los ochenta, encontró su caldo de cultivo. Iba dirigida, sobre todo, contra los jesuitas y contra los religiosos que abanderaban la Teología de la Liberación, para cortocircuitar su opción preferencial por los pobres. Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, se mojó en defensa de los derechos humanos de su fieles y ese compromiso le costó la vida. Fue asesinado hace 35 años en el altar por un francotirador cuando ofrecía una misa. Marginado por el Episcopado de su país, sin el apoyo de Roma, la causa de su beatificación ha permanecido dormida. El Papa Francisco lo ha rehabilitado ahora, pero el pueblo ya lo había hecho santo.
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El Salvador, muy polarizado, estaba a las puertas de una guerra. Óscar Romero denunciaba la arbitrariedad y la represión del Ejército y la injusticia social de los terratenientes. "El imperio del infierno", lo denominaba. Los domingos el país se paralizaba para escuchar sus homilías. Era una figura incómoda, pero el arzobispo no podía permanecer callado. "Tenía que decir algo y entonces, decir algo era comprometerse mucho", recuerda un intelectual cercano a su causa. Estaba en la 'lista negra' y le amenazaban todos los días, pero no aceptaba protección. "A mí me podrán matar, pero a la voz de la justicia ya nadie la puede matar", proclamó en una de sus últimas homilías. No se dejó intimidar. Estuvo muy en su sitio hasta el final. Todo el mundo sabía que le iban a matar, pero no se sabía cuando.
Ocurrió el 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba misa en el hospitalito para cancerosos 'La Divina Providencia', donde había establecido su residencia por considerarla más segura. Un francotirador le asesinó de un certero disparo: una bala explosiva que le estalló en el corazón. El verdugo obedecía las órdenes de un escuadrón de la muerte dirigido por el mayor Roberto D'Aubuisson Arrieta, que nunca fue juzgado.
Sobrino y Ellacuría, vascos comprometidos
El asesinato produjo una gran conmoción. "Si me matan resucitaré en el pueblo", había dicho unos días antes. En efecto, el pueblo salvadoreño se movilizó para despedir a monseñor Romero a pesar de las amenazas. El día de su funeral hubo atentados y balaceras por parte de los grupos paramilitares. Los campesinos le canonizaron en ese momento. San Romero de América, le nombró Pere Casaldáliga, defensor de los indígenas y amenazado también por el régimen militar brasileño y los terratenientes.
"Romero confirió dignidad a los pobres de América Latina", señala Martin Maier, autor del libro 'Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia' (Herder), jesuita y teólogo, que decidió hacerse sacerdote conmovido por el asesinato del arzobispo salvadoreño. Maier viajó a San Salvador para escribir una tesis sobre la Teología de la Liberación con la ayuda de los vascos Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría, estrechos y cercanos colaboradores de Romero. Soldados del Ejército con órdenes del Estado Mayor asesinarían años después, en 1989, a Ellacuría y a otras siete personas. Su muerte sacudió muchas conciencias. Sobrino se salvó porque estaba de viaje.
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"En el mundo y en la Iglesia necesitamos gente buena como monseñor Romero y tantos otros y otras que murieron por decir la verdad", declara Jon Sobrino a la revista 'Alkarrenbarri' en una visita reciente a Bilbao. El teólogo de Barrika ha seguido trabajando en la difusión de la obra de monseñor Romero a través de la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas' el teólogo abolicionista que abogó por la igualdad de los hombres, la UCA, la universidad fundada por los jesuitas.
La fuerza ideológica de la UCA era muy evidente entonces y eso molestaba a los poderosos. Lo mismo que la emisora del Arzobispado de San Salvador. Los medios de comunicación controlados por los terratenientes y los militares atacaban a la Iglesia comprometida, a monseñor Romero, y a teólogos como Sobrino y Ellacuría. La muerte de Romero inflamó el conflicto armado en El Salvador, aunque el arzobispo era un espíritu libre que condenaba la violencia. Pero la guerrilla del Frente Farabundo Martí le citaba como un referente. Eran tiempos en los que había una idealización romántica de la guerrilla. También en Euskadi. Incluso ahora, los temibles pandilleros de las maras han declarado una tregua en su particular guerra, en homenaje a Romero.
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Frialdad en el Vaticano
El Vaticano temía una instrumentalizacion política de la causa de monseñor Romero. Por eso la dejó aparcada. La jerarquía salvadoreña estaba muy cerca de la oligarquía y no se enfrentaba a la doctrina de la seguridad nacional que invocaban los militares para justificar la represión. Los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón Hoyos, muy conservadores y muy influyentes en Roma, capitanearon el bloqueo. Juan Pablo II, un furibundo anticomunista, tampoco le apoyó. Los colaboradores de Romero siempre han recordado la humillación que sufrió en el Vaticano en 1979 cuando acudió a pedir ayuda. "Buscaba respaldo y terminó sintiéndose solo, decepcionado, frustrado y humillado", escribió una persona cercana. En Roma solo encontró frialdad. "No le recibían, tenía que esperar días en las congregaciones. Se encontró con las puertas cerradas", ha recordado otro colaborador. Más tarde, en una visita a Latinoamérica, Juan Pablo se detuvo para rezar en su tumba, a pesar de las presiones para que no lo hiciera. "Karol Wojtyla le consideraba un mártir de la fe, pero por su antimarxismo visceral no entendía lo que pasaba allí", sostiene un teólogo que ha vivido varios años en El Salvador.
La bandera de la beatificación de Romero la recogió la comunidad de San Egidio, dirigida por Andrea Ricardi, que tiene buenas conexiones en el Vaticano. El postulador ha sido monseñor Vicenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, que pertenece a la comunidad fundada junto a la magnífica iglesia de Santa María en Trastévere, en Roma. La causa fue desbloqueada en 2012 de la mano de Benedicto XVI, pero sin prisas. El Papa Francisco, un pontífice latinoamericano, ordenó desbloquear el proceso. Las conferencias de Medellín, Puebla y Aparecida ya dejaron clara la predilección por los pobres, pero Francisco ha acentuado esa apuesta. Símbolo de la lucha contra la injusticia social, voz de los sin voz, héroe de los pobres, monseñor Romero defendía el Evangelio puro y duro. El próximo sábado será beatificado en su tierra. Asitirán más de 300 obispos, al contrario que en su funeral y en sus aniversarios, huérfanos de mitras. Pero estamos en otro tiempo. San Romero será santo por amor al pueblo. San Romero de América.
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