Hace unos días, gracias a la tenacidad de Covite, conocimos la celebración de un homenaje a varios terroristas de ETA, con motivo del 'gudari eguna', ... por parte de medio centenar de alumnos de un instituto de Hernani. Sé perfectamente que se dirá obviamente que estos jóvenes no representan a la juventud vasca e incluso habrá quien se haya molestado por la difusión de la noticia o la publicación de este artículo, pero creo que el silencio no es la mejor receta para solucionar los problemas. Si unos cuantos hubieran sido discípulos de Burke «para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no hagan nada» probablemente no habríamos asistido al despropósito del instituto de Hernani, ni las caras que aparecían en los folios que portaban los jóvenes habrían tenido el predicamento de estos últimos cuarenta y cinco años en el País Vasco. En cualquier caso de no haberlo conseguido podríamos estar orgullosos de haberlo intentado. Desgraciadamente no hicimos ni lo uno ni lo otro. Es sabido que como en el País Vasco no se vive en ningún sitio.
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No descubro nada nuevo al afirmar que la educación es clave para el progreso de cualquier sociedad. Todos sin excepción coincidimos en que, junto a la sanidad y los servicios sociales, es uno de los retos para hacernos mejores y sentirnos orgullosos de nuestro desarrollo y bienestar. En la sociedad de hoy en la que todo se mide con cifras y se evalúan los resultados, el sistema educativo no ha quedado al margen de ese análisis y probablemente es bueno que así sea. Se compite por países y dentro de éstos entre comunidades para determinar quién es la que más invierte por alumno, el que más centros construye, cuál ocupa mejor lugar en el informe PISA, cuántas universidades aparecen entre las quinientas mejores del mundo y así hasta casi el infinito.
Y de repente un suceso como el del instituto de Hernani nos devuelve o al menos me devuelve a la realidad y provoca una reflexión sobre la importancia de la educación en la formación del ser humano, para convertirlo en el mejor formado sí, pero sobre todo para hacernos mejores personas. Y esta reflexión me lleva a preguntar qué se ha hecho mal en nuestro sistema educativo para que cincuenta adolescentes consideren que el asesinato es digno de homenaje.
Creo que la reacción del Gobierno vasco no puede limitarse a un informe de un inspector para exculpar a la dirección del centro en el desarrollo de un «acto realizado en el recreo que duró tres o cuatro minutos, sobre el que no se recibió ninguna solicitud y ante el que la dirección actuó correctamente al retirar las pancartas y fotografías nada más conocer lo que estaba ocurriendo». ¡Solo faltaba que los profesores y la dirección al verlo se hubieran sumado al homenaje! Aunque mucho me temo que de haberlo hecho tampoco nadie se hubiera extrañado. Por tanto, obviedades al margen, lo que debe plantearse es una profunda reflexión sobre qué se ha estado enseñando o quizá qué no se ha enseñado durante años en nuestras aulas para que tantos jóvenes vascos, de los que los de Hernani son solo una muestra, hayan considerado el recurso a la violencia, la eliminación física del adversario, como una opción válida para la consecución de objetivos políticos.
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El Departamento de Educación, de la mano de la Secretaría de Paz y Convivencia, ha puesto en marcha en la última legislatura varios planes para deslegitimar la violencia. No sé si las comparecencias de víctimas de «todas las violencias» en las aulas para avalar la tesis equidistante del conflicto, es la mejor garantía para conseguirlo pero es evidente que no resulta suficiente. Debe hacerse algo más que solventar cómodamente lo sucedido afirmando que «la educación en valores está ya dentro del curriculum vasco». Los cincuenta jóvenes de Hernani y tantos otros que hace no tantos años agredieron a ertzainas, pusieron barricadas o quemaron cajeros y autobuses, no permiten que nos instalemos en la autocomplacencia.
Queda mucho por hacer pero creo que probablemente sea lo más importante. La vida en sociedad, sobre todo si pretendemos que sea democrática, necesita de personas formadas como ciudadanos y en consecuencia educadas en el respeto al prójimo y a las normas de convivencia. Conseguir este objetivo ahora que arranca una nueva legislatura debe ser el primer objetivo del Gobierno vasco sea cual sea su composición. Estoy convencido que el esfuerzo merece la pena pero sobre todo considero que debe ser una obligación.
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