Imagen del tradicional escaparate de Pescaderías Vascas este pasado sábado, que pasará mañana a la historia. Luis Ángel Gómez

Pescaderías Vascas cierra con el Año Nuevo y pone fin a 112 años de historia

Un empresario vizcaíno ha comprado el emblemático establecimiento, aunque lo alquilará a un hostelero para transformarlo en una coctelería de lujo

Lunes, 30 de diciembre 2024, 00:54

Pescaderías Vascas, el histórico establecimiento de la calle Astarloa cuyos escaparates detienen el paso de muchos transeúntes ante los espectaculares abacantos, cigalas y langostas expuestos, ... abrirá mañana sus puertas por última vez. La pescadería bilbaína de mayor renombre, conocida popularmente como 'joyerías vascas', aprovechará el último día de 2024 para poblar de género fresco las mesas navideñas de muchos hogares y pasar página a 112 años de historia, lo que le convierte en uno de los comercios más longevos de la villa. Un importante empresario vizcaíno de estaciones de servicio cerró hace varios meses la compra del local, que alquilará a un hostelero para transformarlo probablemente en una coctelería de lujo.

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Sin embargo, el cese de la actividad se explica también por el retraimiento del consumo en alimentación, que ha castigado, especialmente, a las pescaderías, incapaces de contener la escalada inflacionista. «No se vende con la alegría de antes. Ha disminuido un poco el público selecto porque trabajamos un producto obviamente caro», admiten los dueños.

Fecha de apertura

1912 Pescaderías Vascas

siempre ha estado en manos de comerciantes gallegos. Satur y sus hijos la dirigen desde 1961.

Pescaderías Vascas ha sido un negocio siempre en manos de comerciantes gallegos. Echó a andar en 1912 con la familia Pita al frente, luego tomó el mando Manuel Veiga y los últimos 63 los ha tutelado la saga Vilela, comandada «por el jefe», Saturnino, al que se sumaron, hace más de tres décadas, sus hijos, Íñigo y Ana. «Yo entré por esa puerta en julio del 61», recuerda Satur, como se le conoce en el gremio. En todo este tiempo la tienda nunca se ha movido de Astarloa, un eje con un protagonismo creciente aunque cada vez más repartido entre hosteleros y tiendas centenarias: Pastelería Arrese (1852), Delicatessen López Oleaga (1904), Cuchillería Inchaustegui (1922) y Calzados Alonso (1940).

«Los clientes se van llorando»

«Empecé a trabajar a los 13 años, siempre con jornada doble», resalta Satur, un coruñés de Cedeira -«la tierra de los percebes y las langostas», subraya- al que se le humedecen los ojos por la cantidad de recuerdos que se le vienen a la cabeza. «Desde que les dijimos que cerrábamos los clientes se marchan llorando y a mí me da mucha pena dejarlos, pero la edad y las circunstancias...», lamenta. Pese a sus 86 años, el patriarca sigue pasándose a diario por la pescadería, mientras Iñigo dirige la vista a unos abacantos y cigalas. «Mira cómo se mueven. Están vivas», señala.

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Prueba de una calidad a la que jamás han renunciado. «Hemos buscado y vendido siempre el mejor producto, ofrecido el servicio adecuado y tratado lo mejor posible a la clientela. Hay que saber comprar y vender porque si lo compras bien, se vende solo», resume Iñigo.

Récords de antaño

Muchos sábados vendían hasta 300 kilos de angulas, aunque la merluza, todavía hoy, es la reina

¿Pero cómo encuentran el mejor producto? «Pues buscando mucho, desde Algeciras a Francia, rechazando lo que no vale, teniendo solo lo mejor y fiándonos de nuestros casi 200 proveedores. Hay muchas lubinas, muchos besugos y muchas cosas, pero todo es distinto. Hay percebes desde 50 euros el kilo hasta 380, que hemos vendido nosotros, y mucho más caros», coinciden padre e hijo, que aseguran haber acusado el impacto de las obras de ampliación del parking del Ensanche.

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Pese a los cambios de hábitos, la merluza siempre ha encabezado el ranking de ventas. Hubo tiempos en que llegaban a vender «300 kilos de angulas en un sábado cualquiera. Aquí lo que más hemos vendido han sido angulas», dicer Satur, «el jefe de toda la vida», como se refiere a él su hijo. «Eso yo no lo he visto», matiza Iñigo, que se queja del escaso apoyo municipal. «El Ayuntamiento nos asa a impuestos y luego no nos da permiso para poder tener la furgoneta ahí. Muchos clientes de fuera de Bilbao han dejado de venir. Aquí aparcaba la gente, cogía el pescado y se marchaba. Pero la merluza les salía muy cara porque se iban con una multa», se queja.

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