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Pedro Ontoso
Miércoles, 21 de diciembre 2016, 00:47
La batalla por el liderazgo en la derecha y la recolocación de la izquierda ha reabierto el debate sobre la identidad y el patriotismo en Francia y ha dejado abierto el flanco de su sacrosanta laicidad. Hasta tres intelectuales han utilizado en las últimas semanas el concepto de 'pánico moral' para refererirse a unos valores e intereses que se consideran en peligro. Philippe Portier, catedrático de Historia y Sociología de las Laicidades, cree que la visibilidad del islam ha provocado en Francia una vuelta las raíces «esencialmente cristianas». El sociólogo Michel Wieviorka, de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales de París, sostiene que la guerra del 'burkini' «se enmarcó en una estrategia de enfrentamiento y conquista político religiosa». De una manera más general, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman lo invoca en su nuevo libro 'Extraños a la puerta' (Paidós) para referirse a la sensación extendida de que «un mal amenaza el bienestar de la sociedad» con la llegada masiva de inmigrantes y refugiados.
«El debate sobre el concepto de nación ha vuelto», constata Portier, sociólogo de la religión y profesor de La Sorbona. En una larga entrevista publicada en 'Le Monde', el autor del libro 'L'Etat et les religions en France. Une sociologie historique des läicités' se refiere al debate abierto sobre los fundamentos de la civilización francesa, construida entre tradiciones cristianas y culturas plurales, con la contribución de la Ilustración y el laicismo. «Se ha vuelto a instaurar en el país la idea de nación, olvidada en la década de los 60 debido a la expansión del individualismo, de la integración europea y del ideal de la 'globalización feliz'. Pero este concepto ha regresado durante los años 90. A la derecha de esta visión, se reconoce aún más las raíces cristianas de la nación de Francia», contesta al periodista Fréderic Joignot.
Philippe Portier asegura que la temática de la nación «permite dibujar un orden de superioridad, donde el poder político podría encontrar su capacidad de acción en el interior de sus fronteras. Su nota cristiana describe una pertenencia cultural común, suavemente mitificada, que juega como operador de unión y enraizamiento». Afirma que la recepción de la idea de 'nación cristiana' en el debate público «no sólo proviene del deseo de inscribirse en un linaje de memoria común, sino, también, del deseo de demarcarse de un islam con una visibilidad inédita -por no hablar de sus derivaciones terroristas-, que están creando una sensación de incomodidad e incluso un pánico moral».
La cara más atroz del islam en la mencionada visibilidad se expresa a través de los bárbaros atentados como los del paseo marítimo de Niza y, antes, la masacre de la sala Bataclán en París. Pero también se ha producido cuando los musulmanes han ocupado el espacio público para rezar fuera de sus mezquitas, cuando se ha agitado la polémica del velo o se han pasaado por las playas mujeres en 'burkini'. La derecha y la extrema derecha pusieron el grito en el cielo sobre el uso del 'burkini', una polémica que prontó anidó en las redes sociales. Los intelectuale acudieron a Stanley Cohen, el sociólogo estadounidense que acuñó el concepto de 'pánico moral' para referirse a «una situación, un acontecimiento, una persona o un grupo de personas que suponen una amenaza por lo que se refiere a los valores e intereses de una sociedad».
En un análisis compartido por la prensa internacional, Michel Wieviorka, sociólogo de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales de París, se refería a esta cuestión. «La crítica de la prenda islámica suscitó ya el 'pánico moral' en Francia, desde 1989, con el primer caso del uso del pañuelo cuando Francia quedó dividida entre posturas a favor y en contra del uso de esta prenda en la escuela. La cuestión descansa sobre tres lógicas de fondo distintas, pero no necesariamente contradictorias: una concepción pura y dura de la laicidad y de los valores republicanos que exige que la religión quede confinada en el espacio privado y querría prohibir los signos religiosos ostensibles en la escuela, pero no sólo en ella; un feminismo que ve en la indumentaria islámica la alienación y la dominación de la mujer, y un nacionalismo explícitamente hostil al islam: en este sentido, tales vestidos no serían más que una lucha de esta religión contra la nación francesa».
Wierviorka cree que estas tres lógicas diseñan un paisaje «que con toda probabilidad no puede ser leído a la luz de la oposición derecha-izquierda. Y su eco debe mucho a la forma en que el poder y la oposición dramatizan y rodean de histeria la cuestión. El 'burkini', a partir de este momento, da la imagen de un fenómeno importante inscrito en una estrategia de enfrentamiento y de conquista político-religiosa, sin que ningún estudio serio diga cuál es el sentido de llevar esta prenda en el caso de las mujeres. Por tanto, ¿por qué tal caldeamiento?».
El sociólogo interpreta que lo que el 'pánico moral' ha venido a expresar «es que una parte importante de la población, convencida de la continuidad entre el islam y el islamismo radical, se siente amenazada no sólo por el terrorismo ¿quién no lo va a estar? sino también por la propia presencia del islam en el territorio nacional. El 'pánico moral' acaba de expresar este sentimiento de amenaza y de apelar a una acción política para así se considera combatir el peligro. Es la expresión infrapolítica de una evolución en la que se oponen de forma creciente y más nítida los defensores de una política de seguridad y dureza frente al islam, en general, y los que abogan por un Estado de derecho, el respeto de las leyes y de las libertades, la tolerancia y una concepción abierta de la laicidad. Es una expresión intolerante, paranoica e histérica del endurecimiento y la derechización de la sociedad francesa», concluye el polítólogo.
Con las primeras escaramuzas en la lucha implacable de la derecha francesa para elegir a su candidato para las presidenciales se intensificó el repliegue bajo el paraguas de la nación y el debate sobre el islam irrumpió con toda su fuerza. Sin estar invitado a las primarias, el presidente francés, François Hollande, se convirtió en protagonista a su pesar por la salida al mercado de un libro de dos periodistas de 'Le Monde', Gérard Davet y Fabrice Lhomme, 'Un président ne dévrait pas dire ça...' (Un presidente no debería decir eso...).
«Hay un problema con el islam, porque pide lugares de culto, ser reconocido. No es el islam lo que provoca el problema en el sentido de que sea una religión peligrosa, sino porque quiere ser reconocida como una religión en la Reública», reconoce el todavía inquilino del Eliseo. «La mujer con velo de hoy será la Marianne (la representación femenina de la República en el ideario francés) de mañana. Porque si somos capaces de ofrecerle condiciones para expresarse, se liberará de su velo y se convertirá en una francesa, religiosa si quiere, capaz de ser portadora de un ideal», añade el presidente.
Hollande concede que «hay demasiadas llegadas» de inmigrantes a Francia, personas «que no tendrían que estar» en el país. Pero rechaza que la identidad francesa, uno de los temas preferidos de la extrema derecha y, en particular, de su antecesor en el cargo, Nicolas Sarkozy, deba ser defendida por la izquierda. «La izquierda no puede ganar con el tema de la identidad, pero puede perder», avisa.
Justo el mismo día que se ponía a la venta en las librerías el trabajo de los periodistas de 'Le Monde', Sarkozy enarbolaba la bandera de la identidad, eje de su libro 'Todo por Francia', para encandilar a los simpatizantes del centro derecha. «Si la derecha republicana no es lo suficientemente fuerte, los extremos se benefician», advertía el expresidente. «La nación evita el nacionalismo. Y negando las naciones Europa no existirá. Cuando se niega la nación, estalla Europa. Y Europa está hoy profundamente enferma. Si no nos damos cuenta de eso, pasaremos al lado del problema. La nación sosiega; la frontera apacigua», insistía.
Sarkozy matiza que no defiende la identidad de Francia «contra nadie». La identidad francesa se define «por su historia, su cultura, su modo de vida. Tenemos millones de compatriotas que son de confesión musulmana. Cuál será el modo de vida en Francia en los tiempos que vienen es una cuestión decisiva», amartilla. Es la cuestión. Sarkozy, declara por fin que «tenemos que hacer frente a una toma de posición en la sociedad francesa de un islam político. Quiero combatir el delirio de este islam político que pretende acabar con la libertad de las mujeres», aseguraba.
Sarkozy siempre ha apelado a las raíces cristianas de Europa. Y no importa tanto las creencias como la cultura cristiana como base de la civilización. Sarkozy no será el candidato de Los Republicanos. Tampoco Alain Juppé, el gran favorito de los sondeos, acusado de ser «un blando» con el islamismo radical. El candidato conservador a la presidencia de Francia será François Fillon. El arabista y politólogo francés Gilles Kepel, una referencia en el análisis del yihadismo, considera que el éxito obtenido por Fillon se debe, en parte, a la política muy firme que ha emprendido contra eso que denomina totalitarismo islámico. Este planteamiento «ha seducido al electorado de la derecha por su afirmación de que el islam en Europa, y la violencia yihadista, representan una amenaza para la identidad cristiana» de Francia, señala el profesor del Instituto de Estudios Políticos de París.
Juppé es un tecnócrata partidario del «acomodo razonable» puesto en práctica en Canadá también una parte de la izquierda y Fillon es «un producto de la república de los diputados próximo a los códigos culturales del catolicismo», según la descripción del sociólogo Pierre Brinbaum tras el último debate de ambos aspirantes, en el que salieron dos concepciones de la laicidad.
Dios en la política
Fillon, educado en un colegio católico, está muy ligado a las regiones pegadas a ese código cultural, y se siente próximo a la reivindicación de Le Manif por tous, que suscitó en su día grandes movilizaciones en defensa de los valores cristianos. No importa tanto la creencia como la cultura cristiana. La posición de Fillon, según el análisis del sociólogo Pierre Birnbaum, esrá marcada por la eviolución reciente del catolicismo en Francia, que se ha visto como una comunidad amenazada, en particular por la comunidad musulmana. «Se trata de una protesta contra la evolución de nuestro país hacia un multiculturalismo a la americana, que pone en peligro el código cultural católico que ha jorjado la nación desde hace largo tiempo», interpreta. Hace tiempo que el centro derecha ha metido a Dios en la política.
Los obispos franceses también han irrumpido en el debate sociopolítico ante la proximidad de unas elecciones que llegan en un momento decisivo para el país. En un documento sin parangón en los últimos 25 años se vende en las librerías, la jerarquía católica constata que «el contato social, el contrato republicano que permite vivir juntos en el terrirorio nacional, parece que no da más de sí», por lo que abogan por «redefinirlo». También proponen una «refundación de la política» ante lo que consideran una degradación moral en una Francia «inquieta, ansiosa e insatisfecha».
Refundar la política, para los obispos, significa que la República sepa desarrollar una laicidad abierta e inclusiva, sin que se produzca «una neutralización religiosa de la sociedad». Pehilippe Portier también reconoce que en los últimos años el Estado ha pasado de un reconocimiento de la pluralidad de las religiones, a su vigilancia.
En línea con el discurso del Vaticano de que ya no hay una Europa cristiana, sino una Europa en la que conviven religiones, el Episcopado francés realiza un elogio de la diversidad y la cohesión y entra de lleno en el debate de la identidad: abogan por actualizar el concepto de «qué es ser ciudadano francés». La laicidad sería un instrumento de cohesión. Se trataría de incluir al islam dentro de una especie de «cultura nacional» para facilitar su integración. La renovación del contrato social pasa, según los obispos, por aceptar la diferencia cultural, en clara referencia al islam, «que la población ve como un riesgo y no como gente nueva que puede aportar una riqueza». Un mensaje difícil de vender en una Francia todavía conmocionada por atentados como los de Bataclán y Niza o el ataque contra un cura jubilado en una iglesia de Normandía.
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