«Los efectos de estas diferencias entre alumnos serán terribles»
Dos frases ayudan a entender la situación en la enseñanza y las pronuncia Juan Ignacio Pérez Iglesias, exrector de la UPV: «Lo mejor es enemigo ... de lo bueno» y «La mejor manera de aprender a nadar es tirándose al agua». Con ellas pretende explicar el salto sin red que ha vivido la enseñanza a raíz del cierre de los centros y que ha obligado a instituciones, centros, profesores, padres y alumnos a emprender un camino que nadie imaginó. «Había miedo a las nuevas experiencias pero el coronavirus ha barrido las reticencias», añade Josu Solabarrieta, decano de Psicología y Educación en la Universidad de Deusto. Ambos coinciden en que existe una brecha digital entre colegios y familias con recursos y quienes carecen de ellos. «El efecto de la brecha se ha multiplicado y las consecuencias serán terribles. Es como estar privados de escolarización y ¿no es delito no escolarizar a los niños?», se pregunta Solabarrieta. «No todo el mundo puede acceder a la tecnología, incluso algunos profesores por el lugar en el que viven -añade Pérez Iglesias-. «Nos encontraremos con dificultades que ni imaginábamos porque estamos aprendiendo a golpes».
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Los dos expertos encuentran, sin embargo, ventajas al uso de la tecnología, por la posibilidad de descargar las clases para repasarlas o por la facilidad en el trasvase de los materiales. «Sí es cierto que ha sido como tirarse a la piscina, pero está llena de equipamiento, de conectividad. Es la suerte de vivir donde vivimos, pero hay que ser exigentes para que la escuela esté bien dotada», remata Solabarrieta.
El exrector de la UPV cree que este grave episodio anticipa un futuro diferente en todos los ámbitos, también en el educativo, de manera que las clases presenciales se centrarán «en cómo trabajar y las virtuales, para la resolución de las dudas. Encontraremos dificultades que ni imaginábamos, pero aprenderemos haciendo, como se aprende a nadar nadando. Y tengo que admitir que a mí me está costando mucho. La cuestión será cómo adaptar lo que teníamos planificado a la realidad, porque llegará un momento en el que el enclaustramiento no será tan riguroso y se podrá hacer un uso inteligente de las aulas».
En esa nueva fase, que ahora suena casi a distopía de novela, los docentes tendrán que conectar con «lo que preocupa y motiva» a los alumnos. Tiene que haber retos, pero no tan ambiciosos que estén condenados al fracaso», advierte Solabarrieta. «Si no ves al profesor puedes tener la tentación de desconectar, de pensar que tiene tiempo para hacerlo más tarde. Habrá que fomentar la participación y obtener de ellos un feedback, que sientan que lo que hacen es útil», concluye.
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