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Ídolos efímeros

Ídolos efímeros

Nico Rosberg no es el único deportista que se retira antes de lo esperado. Casey Stoner lo dejó con 26 años tras ganar su segundo Mundial de Moto GP y Mark Spitz, que no podía ser profesional, con solo 22

FERNANDO MIÑANA

Martes, 6 de diciembre 2016, 02:04

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En el deporte del siglo XXI, ese de grandes cuentas corrientes y paraísos fiscales, hay que frotarse los ojos para creerse noticias como las de Nico Rosberg. El piloto alemán anunció por sorpresa, que dejaba la Fórmula 1 solo unas horas después de coronar el Everest de las cuatro ruedas. Rosberg se da por satisfecho con su primer título mundial. No necesita más. A los 31 años, bailando en la cresta de la ola y con un contrato que le ha reportado 18 millones de euros este año, ha apagado el motor de su buga para devolverle a su mujer el magnífico esfuerzo que ha hecho por él.

Rosberg no le ha dado de comer a su hija, Alaia, en todo el año. Tampoco la acostaba y le leía un cuento. Vivian, su pareja, se hacía cargo de todo para que el piloto solo se preocupara de entrenar y descansar. El año pasado se le escapó el título por los pelos y se concentró en alcanzar su meta. A los 31 años, casi a la misma edad que su padre, Keke Rosberg, debutaba en la F-1, deja el gran circo.

No necesita el dinero, que le viene de cuna gracias a que su padre también brilló en los mejores circuitos del mundo y se coronó campeón de la Fórmula 1 en 1982, y la presión le ha agotado. «Si hubiera terminado segundo, habría ido a por un año más, seguro», reconoció, pero cumplido el sueño que tiene desde los seis años, no necesita más gloria, más laurel. La decisión llevaba tiempo masticándola, pero no estaba decidido. «Lo supe cuando gané». Este alemán residente en Mónaco, hijo de un finlandés nacido en Suecia, podrá al fin colmar de atenciones a Vivian y Alaia.

Su decisión es inusual, pero no inaudita. Hace cuatro años, tras ganar su segundo título mundial de Moto GP, Casey Stoner también se borró de esta vida que obliga a estar permanentemente subido a una moto o a un avión. El australiano, conmovido como Rosberg tras el nacimiento de una niña, se retiró en 2012 con solo 26 años. Estaba harto de sentirse «un monstruo» en un mundo de tiburones. «Hay mucha gente deshonesta en este paddock, no es un paddock limpio y por eso no me divierto».

Aunque Stoner, en realidad, no hizo sino emular la abnegación de sus padres, que lo hipotecaron todo para trasladarse a Europa y llevar a su hijo de circuito en circuito dentro de una caravana. Él dejó dinero y fama para disfrutar de una plácida vida en una granja de 900 hectáreas a cinco horas de Sídney. Y tras él, un epitafio. «Este deporte ha cambiado mucho, hasta el punto de no disfrutarlo».

La de Stoner tampoco es la salida más insospechada del deporte. Carlos Roa, un futbolista atípico, renunció a un dineral por su fervor religioso. Parco en palabras y vegetariano un hábito que le valió el sobrenombre de El lechuga, este grandullón se convirtió en uno de los porteros más codiciados del mercado balompédico tras dos temporadas memorables en el Mallorca. En la primera alcanzó la final de la Copa del Rey de 1998. El Barça se llevó el título pese a que Roa detuvo tres penaltis y marcó uno. El segundo año alcanzó la final de la Recopa y acabó tercero en una Liga que le encumbró con el Trofeo Zamora.

Roa, el predicador

Todo el mundo admiraba al arquero que en su número 13 colocaba un punto entre el uno y el tres para ensalzar a Jesús (el 1) y la Santísima Trinidad (el 3). Los mejores equipos le rondaron y el Manchester United elevó la puja hasta los diez millones de dólares para convertirle en el sustituto de Peter Schmeichel. Roa no quiso ni uno: «Dios vale más de diez millones». Dejó el fútbol y se marchó a la sierra de la Córdoba argentina para predicar como pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Sus compañeros en el Mallorca pensaron que estaba loco.

Más comunes son las despedidas por culpa de las lesiones. Un tobillo de cristal forzó a un bailarín del área como Marco van Basten a colgar las botas con 29 años. Dos después, 60.000 personas abarrotaron San Siro para despedir a la estrella del Milan. No es algo excepcional. Ya le había sucedido antes a otro goleador como el francés Just Fontaine, recordado por sus 13 tantos en la Copa del Mundo de Suecia, en 1958, que se retiró a los 28 años tras sufrir una grave fractura en una pierna.

Tan mítico como éste o más fue Mark Spitz, otro ídolo efímero. El nadador, el primer deportista en ganar siete medallas de oro en unos Juegos Olímpicos, se marchó, ya una leyenda, con solo 22 años. El estadounidense, la gran estrella de Múnich 72, quiso monetizar su repentina fama en un tiempo en el que los olímpicos no podían ser profesionales.

Su agente decía que después del verano del 72 solo había dos nombres que conocían todos los estadounidenses: el de Mark Spitz y el del presidente Nixon. Así que el ganador de once medallas olímpicas en México, cuatro años antes, ya se había llevado dos oros, una plata y un bronce, célebre por su gesta y su icónico mostacho, no paró hasta que amasó siete millones de dólares en un par de años.

Este judío y californiano metió un pie en el mundo del espectáculo y hasta sonó como sustituto de Sean Connery en las películas de James Bond, pero su popularidad fue difuminándose.

  • MARCHA ATRÁS

  • Hace 23 años, en octubre de 1993, Michael Jordan dejó helado al mundo del baloncesto «Dos palabras

  • Michael Schumacher se retiró por primera vez en 2006 con siete títulos de Fórmula 1 y 91 victorias en grandes premios. En 2010 sorprendió al anunciar que volvía a los circuiros gracias a que Mercedes quería un equipo con dos pilotos alemanes el Kaiser y Nico Rosberg. En su segunda etapa solo subió al podio una vez

  • O Rei también dio marcha atrás. Pelé abandonó en 1974, pero una mala inversión le obligó a reaparecer en el Cosmos neoyoquino en 1975, donde jugó hasta 1977, con 37 años.

Más cruel ha sido el tenis, un deporte que encumbra temprano, como le sucedió a Gabriela Sabatini, quien se convirtió, con 15 añitos, en la segunda tenista más joven en disputar unas semifinales de Roland Garros. En 1996, con 26 primaveras, anunció en el Madison Square Garden que sentía «un fuerte deseo» de dedicarse a otras actividades. «No soportaba seguir jugando», se lamentó.

Hubo más tenistas sin niñez. Como Martina Hingis, que tiró la raqueta a los 27 con la sospecha de que había consumido cocaína en Wimbledon. O Jennifer Capriati, derruida por las lesiones.

Otro de los grandes mitos del tenis, Bjorn Borg, sorprendió al mundo con su adiós a los 26 años. Su exmujer escribió después que era «una aspiradora que consumía cocaína en cantidades industriales». El sueco acabó arruinado y puso a la venta sus trofeos de Wimbledon. Aunque John McEnroe, su gran rival le disuadió a tiempo. «¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?».

Un jugador de baloncesto, el gigantesco Yao Ming (2,29 metros de estatura), se retiró de la NBA con 30 años. Su cuerpo no aguantaba más. En España uno de los casos más sonados fue el de Antonio Martín, el pívot del Real Madrid hermano del difunto Fernando Martín, que murió en un accidente de coche en 1989 que tras ganar la Copa de Europa cambió la pelota naranja por Wall Street antes de cumplir los 30. «El baloncesto y yo nos damos la mano. Ya nos hemos dado mucho».

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