Los vascos machacan a los catalanes
La comedia '8 apellidos catalanes', que se estrena este viernes, prima el enredo romántico sobre las chanzas a cuenta de la independencia
Oskar Belategui
Martes, 17 de noviembre 2015, 02:50
Quién iba a pensar que los vascos íbamos a ser más graciosos que los catalanes. Al menos, eso se desprende de la cinta española más ... esperada del año, la secuela de una comedia que jugaba con las identidades regionales y que conquistó a nueve millones de espectadores. 8 apellidos catalanes se estrena este viernes con la carga de repetir el éxito de la película española más taquillera de todos los tiempos (56 millones de euros). Ni el ejecutivo más avezado hubiera imaginado una campaña de márketing que llevase a Cataluña a todas horas en los medios.
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Porque allí transcurre en su mayor parte la continuación de las peripecias de Rafa (Dani Rovira) y Amaia (Clara Lago), el sevillano y la vasca que en el primer episodio acababan juntos aunque no se llegaban a casar. Hasta esa Cataluña de postal, un pueblito del interior de Girona con masías nobles y una coqueta plaza que ve el rótulo de Jaume I cambiado por el Pep Guardiola, viajan los personajes que conocimos en una Euskadi igualmente pintoresca. Solo que Koldo (Karra Elejalde) no es ahora el enemigo, sino el compinche del andaluz, al que convence para boicotear la boda de su hija.
Esta vez los enemigos adoptan la forma del novio, un hipster barcelonés, engreído y cretino (Berto Romero), y de su abuela, la mujer más rica del pueblo (Rosa María Sardà). Los chistes sobre la independencia llegan gracias a una estratagema de guion: el nieto se ha confabulado con los vecinos para hacerle creer a la vieja que Cataluña ya es independiente. El referéndum se ganó y los catalanes celebran su conquistada soberanía. A los que no se sienten catalanes se les convence con jamón ibérico y Rioja. «Hay boicot a los productos españoles, pero no nos hemos vuelto locos».
Borja Cobeaga y Diego San José firman un guion que, a diferencia de la primera parte, pone más peso en el enredo romántico que en la sátira de los nacionalismos. 8 apellidos catalanes entra de lleno en el género de comedias sobre bodas frustradas, por algo La boda de mi mejor amigo es una de las cintas favoritas de la pareja. Conocer a los personajes resta frescura a un relato en el que la trama romántica resulta previsible: solo es cuestión de tiempo saber cuándo la abertzale caerá en brazos del andaluz. Uno espera menos tensión sexual no resuelta y más chistes sobre catalanes, pero estos no llegan o lo hacen con cuentagotas.
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Y es que 8 apellidos catalanes, dirigida de manera desmañada por Emilio Martínez-Lázaro, sigue siendo una historia de vascos y andaluces, con Cataluña como paisaje invitado. Arranca en el puerto de Getaria con una invitación de boda y tiene uno de sus mejores gags en el trasbordo del AVE en Madrid, una ciudad que Koldo, como buen vasco, no quiere ni pisar. Las referencias a Bertín Osborne, al flequillo abertxandal y a un «nacionalismo batasunero que se cura con un paseo en calesa por Sevilla» despiertan la sonrisa de lo ya conocido. Pero, ay, ya no resultan transgresoras como en 8 apellidos vascos, que osaba mostrar por primera vez en una pantalla una herriko taberna como improbable escenario de una comedia romántica.
Quizá lo más audaz del nuevo fenómeno de Mediaset sean las coñas a cuenta de un paso de la Semana Santa sevillana, tema intocable para los capillitas. La presidenta del Parlament se adelantó al filme a la hora de lanzar vivas a la República de Cataluña. Hay varias menciones a Andorra y a la fuga de capitales, aunque nunca se nombra al honorable. También se toma a chanza la presunta violencia de los Mossos dEsquadra y, cómo no, la tópica tacañería de los catalanes. Los vascos, representados por Koldo, sienten envidia de que otro pueblo del Estado español se independice antes que ellos.
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Quizás es que burlarse de la kale borroka tenga más mérito que jugar con señas de identidad como los calçots o los castellers. El atrevimiento de reírse de la violencia hace que ahora sepa a poco ironizar sobre una Cataluña independiente que, como se dibuja en el guion, es una farsa condenada al fracaso. En 8 apellidos catalanes, los Mossos se ponen tiernos con un poema y la Guardia Civil parece salida de una peli de Bajo Ulloa, armada con móviles con la banderita española. El secreto de una buena comedia es el timing, el ritmo, y en ésta la acción se empantana como en los malos vodeviles.
El alma de 8 apellidos catalanes, el motor que tira de ella e ilumina el rostro del espectador cada vez que aparece, es Karra Elejalde. El vitoriano es, a años luz, lo mejor de la cinta. Un concentrado de vasquidad -fuerza el acento aún más que en la primera-, que logra algo tan difícil como que una caricatura desprenda humanidad. Sus escenas con otro monstruo de la interpretación como Carmen Machi rezuman química y saben a poco. El Goya al mejor actor de reparto que ganó Elejalde este año fue de justicia.
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Sin tener el final claro
Telecinco lanzará su artillería pesada en todos los canales para promocionar el filme, mientras Universal superará las 800 copias para copar un tercio de las pantallas españolas. El taquillazo de 8 apellidos catalanes será de órdago, aunque puede darse la injusticia, como cuentan sus responsables, de que una recaudación de 30 millones de euros sea vista como un fracaso. Antes del estreno hace apenas año y medio de 8 apellidos vascos, Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset, ya había pedido en medio folio ideas para una continuación. Cataluña parecía el segundo frente lógico en la guerra de nacionalismos.
Lástima que la presión y las prisas hayan hecho mella en el resultado final del producto. Telecinco apretó el acelerador porque quiere contabilizar las ganancias de taquilla en la cuenta de resultados de 2015. Martínez-Lázaro llegó a la sala de montaje sin tener claro el final, habiendo filmado diálogos de distintas maneras para cubrirse las espaldas. Al menos 8 apellidos catalanes está dedicada a dos profesionales ejemplares, que el cine ha llorado este año: un vasco, el actor Aitor Mazo, y un catalán, el publicista Manel Vicaria.
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