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Hirst, ante un cuadro hecho con miles de alas de mariposa, criticado por asociaciones animalistas y vendido por 2,5 millones de euros.
El arte de matar

El arte de matar

Damien Hirst, el creador más rico del mundo, ha acabado con un millón de vidas. El 93% eran moscas

INÉS GALLASTEGUI

Martes, 25 de abril 2017, 02:19

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Las organizaciones de defensa de los animales acusaron a la industria alimentaria de maltratar al ganado antes de convertirlo en carne. Después señalaron a las firmas peleteras, que crían animales para arrancarles la piel, y a los laboratorios farmacéuticos, por su supuesta crueldad con los sujetos de experimentación. Con su grito «tortura no es cultura», pusieron el foco en la fiesta de los toros. Y ahora echan mierda sobre el arte. Literalmente. En marzo, la asociación italiana 100% Animalisti depositó 40 kilos de estiércol ante el impoluto mármol blanco del Palazzo Grassi, sede veneciana de la última exposición del creador inglés Damien Hirst. ¿Su delito? Hacerse famoso (y millonario) por sumergir en formol vacas o tiburones muertos. Ahora, la web especializada Artnet News se ha tomado la molestia de contar a las víctimas de su arte y la cifra es una bestialidad: 913.450. «Es una estimación conservadora», matiza la autora, Caroline Goldstein.

Hirst (Bristol, 1965) es un tipo polémico. Ladronzuelo adolescente en un barrio pobre de Leeds, le costó décadas superar sus excesos con el alcohol y las drogas. Fue providencial conocer al magnate de la publicidad Charles Saatchi, su mecenas. «Es increíble lo que uno puede hacer con un suspenso en arte en la Selectividad, una imaginación retorcida y una motosierra», dijo al recibir el prestigioso premio Turner en 1995.

La alusión a la motosierra es fundada: esta herramienta es para él tan importante como para otros el pincel. Decapitar, desollar, destripar y seccionar transversal o longitudinalmente cadáveres de distintas especies se ha convertido en su firma. Lo de su mente tortuosa tampoco es gratuito: uno de sus primeros éxitos fue exhibir en una urna gigante la cabeza podrida de una vaca que producía gusanos que se transformaban en moscas que morían al contacto con un insecticida eléctrico. ¿Arte metafísico o simple 'gore'?

Su pasaporte a la fama internacional llegó en 1991 de la aleta de un tiburón tigre de 5 metros en una piscina de formaldehído. Un coleccionista compró la instalación por 8 millones de dólares en 2004 para comprobar, dos años más tarde, que aquella genialidad con el pomposo título de 'La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo' se descomponía. Hirst, previsor, lo sustituyó por un fiambre nuevo.

Fueron solo los primeros de una larga lista. Artnet News publica una relación basada en el catálogo del propio artista. Entre los mamíferos, trece ovejas, siete vacas frisonas, cinco terneros, cuatro toros, tres potrillos caracterizados como unicornios, dos cerdos (uno de ellos, alado), un oso pardo y una cebra. De la fauna marina, 17 tiburones y 668 peces de 38 variedades. Y respecto a los seres voladores, 5 pájaros, 17.000 mariposas pegadas por centenares en su famosa serie 'Pinturas caleidoscópicas' y otros 45.000 insectos.

El 93% de los seres vivos sacrificadas en el altar del arte eran moscas domésticas, de esas que la gente manda al otro barrio con un golpe de zapatilla sin darse ínfulas estéticas. Goldstein admite que no las contó una a una, pero calcula que la cabeza de vaca alimentó a 111 generaciones, 850.000 ejemplares de este díptero que tiene una esperanza de vida de entre 15 y 30 días. Cierra el recuento una miscelánea de salchichas, esqueletos, calaveras y vísceras varias.

Sin respuesta

Hirst ya había desatado antes las iras de los grupos conservacionistas, desde PETA a la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales o Butterfly Conservation. Nunca se ha molestado en aclarar si las criaturas que utiliza estaban muertas antes de convertirse en obras de arte. «Hay que matar las cosas para poder mirarlas», reflexionó en una ocasión. El título de una de sus obras 'Córtanos a todos por la mitad, somos iguales' parece justificar su macabro sentido de la belleza con elevados principios morales.

Los animalistas italianos volvieron a la carga el 9 de abril para la inauguración de la muestra, esta vez con una taza de váter con su cara. «Hirst es uno de esos falsos artistas que construyen su efímera fortuna sobre el uso de animales embalsamados, descuartizados y a veces eliminados para la ocasión», denuncian en su web.

Lo de la «efímera fortuna» parece una licencia poética: Hirst es el creador plástico vivo más cotizado del mundo. La prensa británica estima que posee entre 250 y 1.000 millones de euros. En 2008 sacó 190 solo en la subasta de 'Bello en mi cabeza para siempre', un compendio de casquería y cuadros.

Porque Damien Hirst no es solo un carnicero: también pinta y esculpe, aunque hay quien le acusa de pervertir la originalidad de su trabajo al contar con más de cien empleados en sus talleres. Su colosal exposición en Venecia, 'Tesoros del naufragio del Increíble', incluye piezas sublimes y monstruosas, supuestamente rescatadas de un barco imaginario hundido hace 2.000 años. Hay una estatua de 18 metros, calendarios de piedra, figuras de cíclopes, esfinges y dioses. Y ni un solo bicho.

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