La mortal gran evasión
La fuga de prisioneros de mayor repercusión de la Segunda Guerra Mundial, popularizada por el cine, fue en realidad un fracaso que desembocó en la ejecución de cincuenta de los aviadores aliados huidos
anje ribera
Jueves, 7 de abril 2016, 01:10
'La gran evasión', genialmente protagonizada por Steve McQueen, es una de las películas que todos deberíamos ver antes de abandonar este mundo. Si usted es de los que todavía no ha disfrutado de ella, no pierda el tiempo. Hágalo incluso antes de que tenga un hijo, plante un árbol o escriba un libro. Sin duda, no se arrepentirá.
Esta obra maestra del celuloide dirigida en 1963 por John Sturges relata durante 168 minutos la preparación y la consumación de una espectacular fuga en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Constituyó un éxito sin igual y, más de medio siglo después de que llegara a la gran pantalla, aún sigue generando un tremendo impacto entre los espectadores. Los que la vieron antes seguramente en varias ocasiones aumentan su vínculo con esta producción cada vez que vuelven a degustarla. Los nuevos, los que se enfrentan a ella por primera vez, descubren el por qué de la adicción.
Pero hoy no escribimos sobre cine. Otros compañeros están más preparados para ello. Sino que queremos hacer referencia a la historia real que inspiró a James Clavell, Walter Newman y W. R. Burnett para escribir el guión de 'La gran evasión'. Clavell, que también fue prisionero en un campo de concentración, pero japonés, adaptó el libro homónimo escrito en 1944 por el australiano Paul Brickhill, éste sí 'huésped' de un centro de reclusión nazi. En las páginas escritas por Brickhill se recreaba la huida de un grupo de jóvenes aviadores aliados entre ellos él mismo tras ser capturado en Túnez. Todos resultaron abatidos en 1942 sobre territorio enemigo y recluidos en el Stalag Luft III (Stammlager der Luftwaffe), radicado en la actual aga, dentro de la región polaca ocupada de Silesia. Esta historia de coraje y lucha desmedida protagonizada por personajes irreductibles tuvo su desenlace entre la noche del 24 de marzo de 1944 y la madrugada siguiente. Sin embargo, precedieron largos meses de preparación.
Máxima seguridad
Situémonos. El Stalag Luft III fue uno de los seis campos de concentración construidos por los nazis para recluir a los soldados aliados que caían en sus manos, principalmente aviadores británicos de la RAF, aunque también, en menor medida, estadounidenses, canadienses, holandeses, polacos y escandinavos. La instalación de aga estaba especializada en militares con un amplio historial de tentativas para escapar sobre sus espaldas. Bastantes de los 10.000 allí confinados ya habían conseguido traspasar las alambradas de otros penales, aunque finalmente resultaron capturados de nuevo. «Se trataba de juntar todas las manzanas podridas en el mismo cesto», señaló por aquellas fechas el comandante Friedrich Wilhelm von Lindeiner-Wildau, responsable del penal.
Para evitar que volvieran a exhibir sus 'habilidades', se dotó a este centro penitenciario gestionado por la Luftwaffe de las máximas medidas de seguridad. Incluso se destinaron a su guarnición soldados del Tercer Reich que en su vida civil tenían experiencia como carceleros. Los presos los apodaban 'hurones'. Sus barreras electrificadas parecían inexpugnables. Estaban diseñadas para convencer a los más tozudos de entre los prisioneros con afición a marcharse. Un recinto del que, en teoría, era imposible fugarse. Al tiempo, estaba erigido en una región situada a gran distancia de zonas habitadas y de vías de comunicación.
Además, el Stalag Luft III se levantó sobre un terreno blando y arenisco que dificultaba la construcción de túneles. Por si esto fuera poco, se dotó al recinto de micrófonos sismográficos en todo su perímetro para detectar cualquier sonido bajo la superficie. Las condiciones de vida eran aceptables. No existían los trabajos forzados, tampoco faltaban los alimentos, había dónde practicar deporte hasta un campo de golf de dieciocho hoyos y la oferta de actividades de ocio era a su vez considerable. Estos 'lujos' deberían haber acabado con la fiebre evasiva. Es más, las autoridades nazis confiaban en que los inquilinos dejaran pasar pacientemente el tiempo que quedara hasta el final de la guerra. Aparentemente, los prisioneros solían incluso confraternizar con los guardias de las fuerzas aéreas alemanas.
Obsesión
Pero, pese a ello, la mayoría de los aviadores allí confinados estaban obsesionados con encontrar el mejor modo de huir. Según la Convención de Ginebra, el deber de los oficiales era intentar escapar y entorpecer así los esfuerzos bélicos del enemigo. Charles Hupper, un piloto de Indiana, lo resume en un documental. «Era una obligación para todos los oficiales aliados. Seguíamos en guerra, seguíamos luchando por el país y seguíamos llevando el uniforme. Aunque no estuviéramos en el frente, nuestro deber era continuar la guerra como pudiéramos».
Su compañero Davy Jones, un condecorado oficial de bombardero abatido por el fuego antiaéreo en el norte de África, concretamente en Túnez, recordó durante el cincuenta aniversario de la evasión que eran conscientes de que «las fugas individuales irritaban a los alemanes, pero también estaban convencidos de que una masiva movilizaría a miles de soldados». Era su forma de seguir combatiendo.
También confiaban en que la convención de Ginebra, que regulaba el trato a los prisioneros, les protegería en caso de volver a ser capturados. En teoría, sólo deberían enfrentarse a una breve condena. Normalmente se concretaba en una reclusión de diez días en celdas de aislamiento, las que en la película se conocen como 'neveras'.
Organización X
Esta historia de valentía e ingenio bautizada como La Gran Evasión dio sus primeros pasos en enero de 1943, con la llegada a Stalag Luft III del excampeón de esquí sudafricano Roger Joyce Bushell, abogado en la vida civil y líder de la Organización X que englobaba a reclusos con amplio historial en las huidas. Él había diseñado infinidad de planes para escapar que se llevaron a cabo sin éxito en otros campos y ya se había evadido de Dulag Luft, donde colaboró en la construcción de un túnel. Hizo lo mismo en Hannover, cuando era trasladado en tren al campo de prisioneros de Oflag VI-B, en Warburg.
Apoyado ya 'Big X', Bushell arribó al campo en octubre de 1942. Pese a que había sido advertido por los nazis de que sería fusilado si participaba en algún otro plan de fuga, Bushell pronto confeccionó una estrategia basada en la excavación simultánea de tres túneles denominados Tom, Dick y Harry. Si los alemanes descubrían uno, seguiría habiendo dos en reserva. «Bushell era un hombre muy hábil, resolutivo e inteligente. Siempre ponía todo su empeño en lo que hacía», rememoró Jacy Lyon, uno de los protagonistas de la huida en el documental británico 'La gran evasión: la historia oculta', dirigido por Steven Clarke en 2001. Sin duda, era un líder natural, un genio de la organización, capaz de tomar decisiones difíciles en un instante.
Configuró el plan para escapar más audaz, sofisticado y ambicioso de la contienda. Debería permitir salir de la prisión militar nazi a nada menos que 220 hombres, todos perfectamente documentados y vestidos para intentar pasar desapercibidos entre la población teutona. Los preparativos de su ruta hacia la libertad se prolongaron durante meses. Comenzaron en la primavera de 1943. Para evitar que los accesos a las galerías fueran vistos bajo los barracones, cortaron por los módulos auxiliares y ocutaron ingeniosamente las entradas. Tom partía de un oscuro rincón del pasillo de un barracón, Dick abría su recorrido en los servicios, debajo del sumidero, donde se recogían las aguas fecales y Harry comenzaba bajo una estufa. El segundo nunca fue encontrado porque el agua ocultaba la entrada, haciendo invisible su trampilla.
Doce metros de profundidad
Los trabajos se vieron dificultados porque los guardias alemanes estaban permanentemente en alerta. Esto obligó a perforar un pozo vertical de doce metros, lo bastante profundo para evitar los micrófonos. El secreto debería ser absoluto. De forma paralela, el ruido de la excavación se ocultaba con un coro de voces que cantaba a alta voz. «El ambiente estaba tenso. Los alemanes sabían que teníamos un túnel. El juego consistía en quién lograría antes su objetivo. Ellos encontrándolo o nosotros evadiéndonos», aseguró para un documental televisivo Ken Riss, uno de los primeros en ser reclutados. «Soy galés y supongo que pensaron que debía estar acostumbrado a las minas», añadió. Era como una batalla de ingenios, el juego del gato y el ratón, pero mortal.
Entre los oficiales británicos se encontraban varios ingenieros que dotaron a los túneles de bombas de aire, electricidad, tuberías de ventilación y hasta rieles para las vagonetas que transportaban el material extraído. Todo se fabricó mediante el reciclado de cualquier metal que estaba a su alcance sobre todo el procedente de las latas de leche enviadas por la Cruz Roja gracias a la labor de los 'facilitadores', que se dedicaban al contrabando, incluso con los propios miembros de la Luftwaffe. En total, alrededor de setecientos presos estaban involucrados en el plan de huida. Divididos por gremios, a los excavadores, la mayoría galeses, se les unieron carpinteros estadounidenses que apuntalaban la instalación subterránea, sastres que confeccionaban ropa civil para los prófugos, falsificadores que aportaban documentación, vigilantes para avisar la presencia de guardias en las cercanías de los barracones en los que se trabajaba, jardineros que se encargaban de deshacerse de la tierra extraída, etcétera. Todo estaba coordinado por el 'comité de fugas' dirigido por Bushell.
El ingenio presidió todo el proceso. Por ejemplo, la tierra del subsuelo del campo se sacaba al exterior en bolsas ocultas bajo los pantalones después de que, previamente, se trasladara en un carro sobre rieles dentro del túnel. Luego se esparcía por todo el patio disimuladamente mientras se paseaba. Les llamaban los pingüinos por su forma de andar. La madera para entibar se obtenía de las camas, se robaban carteras a los guardias para disponer de los modelos de documentación que luego falsificaban, se daban clases de alemán para poder responder si eran preguntados una vez que lograran abandonar el campo...
Un metro al día
La labor fue ardua. No se llegó a avanzar más allá de un metro al día en cada galería, que debía medir más de cien metros para pasar por debajo de la valla y adentrarse en el bosque. Era un esfuerzo gigantesco. «Los túneles no eran aptos para claustrofóbicos. Estaban doce metros bajo la arena en medio de una oscuridad absoluta. A veces te preguntabas qué demonios hacías allí», relataron hace unos años algunos de los protagonistas de la evasión más famosa de la contienda mundial.
Trabajaban por parejas, sin espacio para dar la vuelta ni ponerse de pie, salvo en un descansillo que construyeron cada treinta metros para poder estirar las piernas y descansar. La anchura era de 70 centímetros, por igual altura. Además, de forma paralela, se organizaban maniobras de distracción que permitieran ocultar la operación a los alemanes. Los prisioneros idearon señales de alerta para avisar cuando se acercaran los guardianes. El piloto inglés Alan Briett fue uno de los 'chiflados', como así se autodenominaban. «El lunes la señal podría ser juguetear con la bota izquierda. Al día siguiente podría ser rascarse la oreja. El tercer día consistía en toser de manera exagerada. Cosas muy sencillas. Lo hacíamos hábilmente y nunca nos pillaban», relató para el trabajo televisivo. Jugar al gato y al ratón con los soldados alemanes se convirtió en un modo de vida para prisioneros como Walter Morrison. «Era un deporte. Tenía una serie de reglas que ambos bandos comprendían», señaló en el mismo documental.
Primera decepción
Cuando Tom estaba a punto de ser terminado, su entrada fue descubierta por un 'hurón'. Era el verano de 1943 cuando se produjo la primera decepción al ver cómo de inmediato el túnel era destruido por los alemanes. Pero no había tiempo para el desánimo. El equipo de trabajo se trasladó de inmediato a Harry, abandonando también a Dick. La segunda galería se rellenó con la arena procedente de la excavación de Harry y se utilizó también para esconder mapas, sellos, permisos y pases falsificados, brújulas y los trajes cortados para la fuga.
Tan pronto Harry estuvo listo para principios de 1944, se dio inicio a la selección de los prisioneros incluidos en la fuga. Los primeros afortunados fueron quienes tenían un dominio del alemán y los que habían contribuido en mayor medida a la preparación del plan. Se les dio prioridad para los documentos falsos, ropa civil y provisiones. Ellos serían quienes estarían delante en el orden de salida. Un segundo grupo se configuró por sorteo. Éstos carecían de documentación y debía procurar alejarse de la zona a pie. Con ellos se completó una lista de 220 candidatos a recuperar la libertad.
Entre ellos no había ningún aviador norteamericano. Aunque fueron varios los que participaron en la preparación, desgraciadamente para ellos, los alemanes les trasladaron a otro campo siete meses antes del gran día. La 'caída' de Tom aconsejó a los gestores de las instalaciones dividir a los presos.
La noche elegida para la huida fue la del 24 de marzo. Inicialmente estuvo prevista para el verano, pero hubo que adelantarla por la creciente presencia de la Gestapo en las instalaciones. Aunque el penal estaba bajo el control de la Luftwaffe, la policía política del Tercer Reich se hizo con el mando al recibir información de la inminencia de una gran huida.
Después de que el frío y quince centímetros de nieve provocaran un retraso de más de una hora, sobre las diez de una noche sin luna se dio inicio a la salida con una desagradable sorpresa. El primer hombre que emergió de la galería, ya al otro lado de la alambrada, se percató de que el túnel se había quedado corto. Sus 103 metros de longitud no bastaban para alcanzar el bosque ni para alejarse de una torre de vigilancia. Faltaban seis.
Cálculo fallido
La estrategia diseñada por Bushell preveía que los árboles ocultaran la escapada. Pero el fallido cálculo obligó a espaciar los intervalos entre evadidos para eludir las rondas de los centinelas. A ello hubo que sumar un corte de luz provocado por un bombardeo aéreo que también dejó sin luz al corredor subterráneo, por lo que los fugados se vieron obligados a recurrir a lámparas de grasa.
Esta serie de inconvenientes hizo que, en lugar de que saliera un hombre cada minuto, la cadencia se redujera a una docena de escapados por hora. El plan se prolongó hasta las cinco de la madrugada, cuando se vio abortada porque uno de los 'hurones' se percató tras un error de comunicación. Sólo 76 reclusos habían logrado evadirse al amparo de la oscuridad.
Entre ellos no estaba Alex Cassie, organizador del equipo que se encargó de falsificar la documentación. Su claustrofobia le impidió ocupar los primeros lugares del orden de salida y, para cuando llegó su turno, la huida ya había sido abortada. La mayoría de los que consiguieron salir indemnes optaron por trasladarse a aga, donde tenían previsto coger el ferrocarril o el autobús. Pero, a pesar de sus documentaciones, sus atuendos civiles o sus uniformes alemanes, casi todos fueron capturados gracias a la alerta nacional emitida por la Luftwaffe, la Gestapo y las SS, que durant dos semanas movilizaron más de cien mil hombres en la búsqueda de los prófugos.
Veinticinco cayeron presos casi de inmediato, mientras que a casi todo el resto se les localizó unos días más tarde en distintas zonas de Alemania. Por decisión personal de Adolf Hitler, cincuenta de los capturados fueron fusilados por el general Arthur Nebe, jefe de la Gestapo en Berlín como represalia de sus actos.
Fusilados
Inicialmente, la orden era ejecutar a todos. Sin embargo, por consejo de Herman Goering, jefe de la Luftwaffe, se redujo el número de los asesinados ante el temor de generar la venganza de los británicos contra los aviadores germanos. Entre las víctimas estaba, por supuesto, Bushell. Los fallecidos fueron británicos, canadienses, polacos, australianos, sudafricanos, neozelandeses, noruegos, belgas, checoslovacos, franceses, griegos y lituanos.
La orden del mando alemán fue que las acciones de represalia nunca fueran recogidas en ningún documento. Los certificados de defunción se limitaron a señalar 'muerto al intentar escapar'. Sin embargo, no pudieron evitar que la noticia llegara hasta los aliados tras una visita de una delegación de la Suiza neutral al campo de prisioneros. De hecho, este episodio fue determinante para que Goering fuera condenado en los juicios de Nuremberg.
Las cenizas de los muertos fueron entregadas a sus compañeros del Stalag Luft III, quienes construyeron un monumento en su memoria dentro del cementerio del campo, que incluso hoy en día puede ser visitado en aga. Obtuvieron permiso del director de las instalaciones, el comandante Friederich Wilhelm Lindener-Wildau, que siempre despreció las represalias de la Gestapo. Su actitud le llevó al cese y a un consejo de guerra que le condenó a la cárcel. Tras la guerra, Lindener-Wildau fue juzgado por los aliados, pero los testimonios de los aviadores británicos que estuvieron en el campo que dirigió le salvaron de una condena a muerte.
Los capturados fueron repartidos por diferentes centros de reclusión. Diecisiete retornaron a Stalag Luft III, cuatro fueron recluidos en Sachsenhausen, de donde meses después se escaparon tras cavar otro túnel, y dos en el castillo de Colditz. Finalizada la Segunda Guerra Mundial se abrió una investigación sobre los fusilamientos y como consecuencia tres oficiales de la Gestapo fueron condenados a muerte y otros cinco recibieron penas que oscilaron entre los cinco años de reclusión y la cadena perpetua.
Tres fugados
«¿Mereció la pena? Supongo que causamos bastante revuelo, pero creo que no valió la pena», resumió Les Brodick, uno de los huidos que consiguió salvar la vida, en el documental 'La gran evasión. La historia oculta'. Sólo tres de los fugados consiguieron su objetivo. Los noruegos Per Bergsland y Jens Müller robaron un bote y navegaron por un río hasta la costa del mar Báltico, donde fueron recogidos por un barco mercante sueco. El holandés Van der Stok llegó a Francia a bordo de un tren de mercancías. Luego, mugalaris vascos le ayudaron a cruzar los Pirineos hacia España, donde fue acogido por el Consulado británico.
El Stalag Luft III fue evacuado por la Luftwaffe en enero de 1945 ante la cercanía del Ejército Rojo. Sus prisioneros se vieron obligados a realizar una marcha de cientos de kilómetros hasta las cercanías de Nuremberg, para finalmente ser trasladados a Moosburg, cerca de Múnich. Allí fueron liberados cuatro meses más tarde por el general Patton.
Sesenta años después un grupo de arqueólogos localizaron los restos del campo y recuperaron algunos de los ingeniosos artilugios inventados por los prisioneros de guerra. Buscaron y localizaron el túnel Dick, que los alemanes nunca encontraron. Bajo los árboles del bosque y enredadas en sus raíces se ocultaban las pistas de aquel oscuro pasado.
Cine y televisión
La película 'La gran evasión', pese a las licencias cinematográficas que se tomó y la invención de algunos episodios y personajes para mayor gloria de los productores estadounidenses, se ha convertido en un homenaje imperecedero a los verdaderos protagonistas de la historia. Su visión, imprescindible, resume todo lo que hemos intentado contar.
El mundo de la pequeña pantalla también realizó un telefilme sobre el 'Stalag Luft III'. Con Christopher Reeve, que se hizo famoso por su interpretación de Superman, como protagonista, en 1988 se produjo 'La gran evasión: la historia jamás contada', que narra las investigaciones sobre el fusilamiento de los cincuenta presos asesinados. Donald Pleasence, que había actuado en la película de Sturges, interpretó en esta ocasión a un miembro de las SS.
En el área de los documentales destaca 'La gran evasión: la historia oculta', dirigida por Steven Clarke en 2001 y a la que nos hemos referido en varias ocasiones; y 'La gran evasión', obra de Mark Radice producida en 2004.