Ballenas y delfines se dejan ver en las costas vizcaínas

La mar no prometía demasiado cuando un barco gestionado por la empresa Verballenas partió ayer a las ocho de la mañana de Bermeo en una excursión con 60 personas a bordo para observar la fauna marina. El día se despertó cubierto, pero a medida que la embarcación avanzaba mar adentro todo mejoraba. El pasaje quería disfrutar de toda la riqueza que el Cantábrico pudiera ofrecerles. Sin embargo, los más preocupados en que se produjera algún avistamiento eran los miembros de la tripulación de Verballenas, empresa de Santurtzi dedicada a ofrecer rutas para disfrutar del espectáculo que dan delfines, ballenas y aves de la zona. Para este equipo, que ha asistido infinidad de veces a estas apariciones, la tensión inicial del viaje no se supera hasta que se consigue ver algún ejemplar inusual.

Esa tensión se alivió pronto con la aparición de una pareja de alcatraces que atravesó el cielo con sus enormes alas que pueden alcanzar una envergadura de 180 centímetros. Los delfines comunes y listados fueron los siguientes que salieron a escena. Una pequeña manada se acercó curiosa al barco, para descubrir que los verdaderos curiosos eran los pasajeros. Los móviles en modo grabación se fundían con expresiones de asombro que salían de la boca de niños y adultos. Superado el primer avistamiento de mamíferos marinos, el navío prosiguió su camino alejándose cerca de 20 millas de la costa de Bermeo. Los grupos de delfines seguían apareciendo por babor y estribor, pero parecía que la llegada de cada una aportaba algo diferente a los espectadores, que preferían disfrutar de las vistas estupefactos.

El plato fuerte llegó poco antes de las once y media de la mañana. Dos ballenas picudas se dejaron ver a la derecha del barco sumergiéndose y emergiendo para deleite del pasaje. Esta especie solo pasa el diez por ciento del día en la superficie, por lo que verlas fue una cuestión de suerte. Tras unos pocos minutos, se adentraron en la profundidad del océano y no volvieron a salir.

Según explicó Gorka Ocio, responsable de Verballenas, este tipo de ballenas puede hacer inmersiones que alcancen los veinte minutos sin necesidad de salir a flote. Vistas las ballenas, el pasaje se mostró muy satisfecho.

Javier, biólogo vallisoletano de 55 años, aseguró visiblemente contento: «Venía con expectativas de no verlas, pero al final me he llevado una grata sorpresa». Javier no había logrado verlas el año pasado, así que consiguió quitarse la espinita con este viaje.

«A la tercera va la vencida», pensaron Olatz y Maite, madre e hija de Azpeitia. Habían intentado en dos ocasiones anteriores disfrutar de las ballenas, pero la climatología se lo había impedido. «Venía pensando que no las iba a ver para llevarme una alegría si pasaba y me la he llevado», aseguró feliz Maite tras el avistamiento.

Diego, bilbaíno de 51 años afincado en Madrid, acudió con su familia al barco y se maravilló de las vistas que le ofrecía el mar Cantábrico. «Llevaba tres años queriendo venir, tras cancelaciones y falta de plazas por fin conseguimos venir a verlas».

Antes de regresar a puerto, otra ballena picuda decidió aparecer en la superficie acompañada de su cría, una escena que se grabó en la retina de los pasajeros, pero en pocos dispositivos móviles, porque todo sucedió muy rápido. Poder ver a las especies en su hábitat natural es todo un privilegio y «como se tiene que disfrutar de ellas, no en cautividad», apuntó María Araujo, miembro de la tripulación de Verballenas. Como colofón del viaje, una manada de delfines que tranquilamente podía estar formada por 200 especímenes, escoltó al barco hasta bien entrada la costa.

La empresa Verballenas está muy comprometida con disminuir la huella de carbono que deja este tipo de viajes. Cuando termina la temporada, contabilizan el número de pasajeros y plantan un árbol por cada uno de ellos. «No hay azul sin verde», justificó Gorka Ocio esta iniciativa.