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Las infecciones fúngicas más graves obligan a hospitalizar y a aislar a los pacientes, y pueden resultar mortales. Adobestock

La amenaza fantasma de los hongos: 2 millones de muertos cada año

«Son un peligro minusvalorado», advierten los especialistas, que subrayan la capacidad de estos microorganismos para desarrollar resistencias a los medicamentos administrados para eliminarlos

Domingo, 12 de octubre 2025

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Sentados ante las cámaras de televisión, dos epidemiólogos responden a una de las preguntas más inquietantes que cabe imaginar: ¿qué microorganismos pueden acabar con la humanidad? El primero de ellos apuesta por los virus «por su capacidad para causar pandemias» -el covid es ejemplo de ello, pero se podrían citar otros muchos a lo largo de la historia (gripe española, peste negra, viruela…)-. El segundo científico señala a los hongos. «Algunos no buscan matar, buscan controlar», explica. Así comienza la serie 'Last of us' (HBO), una epopeya postapocalíptica en la que el hongo Cordyceps infecta a la humanidad creando una especie de zombies que controla a su voluntad.

Como casi todos los relatos cinematográficos –más todavía si se tiene en cuenta que se trata de la adaptación de un videojuego–, estas historias tienen una gran parte de ficción y una pequeña dosis de verdad. Y esta, por pequeña que sea, asusta: el hongo de la serie se inspira en uno real, el Ophiocordyceps. «Lo que hace es infectar a las hormigas. Con unos compuestos tóxicos modifica su comportamiento y las obliga a subirse a una rama o planta que esté situada a cierta distancia sobre el suelo. El insecto se sitúa en un extremo y la muerde con fuerza para anclarse. En esta situación, el hongo termina de devorarla por dentro. A continuación, al insecto le crece una especie de antenas llamadas conidióforos donde el Cordyceps produce sus esporas y las libera infectando a las hormigas que pasan por debajo», explica Andoni Ramírez García, profesor en el Departamento de Inmunología, Microbiología y Parasitología de la UPV/EHU.

Una hormiga infectada por el Ophiocordyceps. E.C.

La buena noticia es que el Ophiocordyceps no puede afectarnos. Este microorganismo no puede sobrevivir a más de 34 grados de temperatura, unos tres menos que nuestra temperatura corporal. Pero, ¿y si lograra adaptarse? «Se cree que el cambio climático ha ayudado a la adaptación de otros hongos como el Candidozyma auris. El salto de temperatura desde el medio ambiente hasta nuestro cuerpo es una de las principales barreras para que se conviertan en patógenos, para que nos afecten. En cualquier caso, nuestro sistema nervioso es mucho más complejo que el de una hormiga, de manera que no podría controlarnos. Quizás sí alterarnos, como ocurre con el LSD, que es un derivado del producto de un hongo», asegura el especialista.

«Pocas armas terapéuticas»

Al margen de esta truculenta ficción -el hongo Massospora es todavía más macabro: afecta a las cigarras, a las que invade, destruyendo sus genitales y obligándolas a intentar reproducirse de forma constante como medio para infectar a otras cigarras-, las infecciones fúngicas (micosis) son un problema sanitario de primer orden. «El problema es que está infravalorado, considerado de segunda categoría, cuando pueden ser muy peligrosas. Provocan unas dos millones de muertes al año en todo el mundo, el equivalente a los fallecimientos por tuberculosis y malaria juntos», enfatiza Ramírez. Lo confirma Ricardo Franco Vicario, Jefe Clínico del Servicio de Medicina Interna del hospital de Basurto y expresidente de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao. «Hay preocupación. Tenemos pocas armas terapéuticas y hemos generado resistencias con el mal uso de algunos medicamentos. Los bichos no son tontos y se atrincheran».

«Los hongos son organismos eucariotas, lo que significa que sus células son más parecidas a las nuestras que las de los virus. Actualmente, hay descritos más de 18.000 géneros distintos y más de 150.000 especies. Aunque hay científicos que creen que podrían existir muchos más, entre 1,5 y 5 millones o incluso más», apunta el experto de la Universidad del País Vasco. ¿Cómo nos infectan? Unos causan infecciones en la piel (dermatofitos, en términos técnicos), pero hay otros que pueden penetrar en nuestro cuerpo -inhalando sus esporas, por ejemplo- y diseminarse por la sangre, provocando infecciones muy graves similares a las causadas por bacterias».

Las primeras, las llamadas micosis superficiales, «son las más frecuentes. Se conocen también como tiñas y pueden darse por todo el cuerpo, desde la cabeza y la cara a las uñas de los pies. Se tratan con cremas o pastillas de imidazol. En los casos más complicados se derivan a los dermatólogos», describe Franco Vicario. El peligro son las «micosis profundas o sistémicas. Son las que más nos preocupan. Obligan a la hospitalización del paciente, a su aislamiento, a tratamientos intravenosos…», añade. Y lo que es peor, «su tasa de mortalidad es muy elevada».

-¿Por qué, entonces, esta desatención?

Ramírez: «La mayoría de los hongos patógenos son oportunistas, es decir, afectan a personas con un sistema inmune debilitado o con patologías de base. Es más difícil que causen infecciones graves a personas sanas. Quizá por ello se les presta menos atención».

Penicilina y propiedades anticancerígenas

No todo en los hongos resulta dañino para nosotros. La penicilina ha salvado millones de vidas al ser una herramienta clave para combatir numerosas infecciones bacterianas. Su origen está en el Penicillium notatum, que segrega esta sustancia como defensa ante las bacterias. «Cuando los hongos tienen garantizados los nutrientes producen lo que se llaman metabolitos secundarios. Un ejemplo son las estatinas, que se utilizan para reducir los niveles de colesterol», destaca el profesor vasco. Ocurre incluso con el córdiceps, que fabrica la cordicepina, de la que se estudian sus propiedades anticancerígenas.

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