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JOSEMI BENÍTEZ
Tiempo de Historias

La dama de compañía asesinada a martillazos en Bilbao

Liberata trabajaba para una familia rica pero vivía en una humilde habitación de la calle del Víctor, donde sus caseros «la tenían como una mártir»

Carlos Benito

Domingo, 29 de mayo 2022, 02:03

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Habrá, qué duda cabe, porteras discretas y circunspectas, pero la del número 4 de la calle del Víctor hizo honor al estereotipo de su oficio y contó con pelos y señales cómo era la vida en el quinto izquierda, el piso donde mataron a Liberata Mendoza el 12 de diciembre de 1929. Gracias a ella sabemos algo más sobre un crimen que conmocionó a Bilbao por su extrema brutalidad y porque, incluso en aquella época tan propensa a reacciones de violencia desmedida, no parecía responder a ninguna causa más o menos lógica.

Bilbao, 1929

  • Broncas de vecindad Broncas de vecindad. Eran sorprendemente frecuentes en aquel Bilbao de hace un siglo, donde muchas viviendas humildes estaban saturadas y obligaban a compartir zonas comunes, desde las cocinas y retretes hasta las fuentes y lavaderos públicos.

Liberata, de 52 años, soltera y natural de la localidad alavesa de Respaldiza, era una mujer educada y devota que trabajaba como dama de compañía para señoritas de la alta sociedad. Estaba empleada por una familia rica de Campo Volantín, pero las circunstancias de su vida particular estaban muy alejadas de ese ambiente lujoso y amortiguado de las élites: a principios de los años 20, subarrendó una habitación con derecho a baño y cocina en el citado quinto piso de la calle del Víctor, descrito por un periodista como «verdaderamente miserable». En aquellos tiempos, este tipo de arreglos eran muy frecuentes entre las clases populares, de manera que abundaban los domicilios donde convivían personas sin vínculos familiares.

El inquilino del piso era Eusebio Conde, que tenía 51 años en el momento de los hechos. Era originario de Burgos, estaba separado y había prestado servicios como dependiente de farmacia en una botica de Deusto, pero se había quedado en el paro. Con él vivía su hermana Cecilia, de 45 años, soltera y nacida en Laredo. Y en este punto mejor dejamos hablar a Carmen Saracho, la portera del inmueble, cuyas habitaciones lindaban con el piso compartido por Liberata, Cecilia y Eusebio.

«La pobrecita Liberata era una santa –relató al reportero de 'El Liberal'–. Desde el primer día no hubo paz, los hermanos la tenían como una mártir. Y ella callar, callar... ¡no sé cómo pudo aguantar tanto! Yo sé que llegaron a privarla del uso del retrete y de la cocina. En cierta ocasión, hace lo menos dos años, riñeron y entre los dos hermanos sacaron a la escalera a Liberata hecha un eccehomo». La pobre mujer, aconsejada por la portera, decidió acudir aquella vez a la Policía, pero la intervención de las autoridades solo logró mejorar las cosas en su plano más superficial.

Las veinte pesetas del piso

Según detalló Carmen, Eusebio pagaba veinte pesetas de renta mensual por el piso y después cobraba esa misma cantidad a Liberata por su habitación, de manera que los hermanos disfrutaban de vivienda gratis. «De esto se enteraron no sé si los guardias o el juzgado y, desde entonces, Liberata pagaba siete pesetas de subarriendo: cinco por la habitación, una por la cocina y otra por el retrete», pormenorizó la locuaz portera. Pero en los pasillos oscuros del quinto izquierda seguía reinando lo que hoy llamarían violencia de baja intensidad: todo eran malos gestos, palabras agrias y discusiones por cualquier motivo, sobre todo cada vez que las dos mujeres coincidían en la cocina. Según recogió 'El Noticiero Bilbaíno' a partir de las conclusiones del fiscal, los resentimientos pudieron tener su origen en que Liberata reprochaba a sus compañeros de piso la vida desordenada que llevaban.

El jueves 12 de diciembre de 1929, Liberata volvió a casa a eso de la una del mediodía. Saludó a la portera y le dijo que iba a prepararse «un poquito de comida». Media hora después, se escucharon gritos de auxilio procedentes de la vivienda: según la reconstrucción de los hechos, Liberata y Cecilia se habían chocado cuando la primera salía de su cuarto y esa nimiedad dio lugar a una nueva disputa. «Surgió la tragedia, que ha estado incubándose durante varios años», sentenciaba en su crónica el periodista de 'El Liberal'. Los insultos dieron paso a los primeros golpes, intervino Eusebio y, finalmente, los hermanos asestaron a Liberata al menos tres martillazos en la cabeza, además de puñetazos y patadas. Nunca quedó claro cuál de los dos tuvo mayor parte en el ataque, porque sus declaraciones fueron variando con el tiempo: Eusebio culpó primero a su hermana, pero quiso asumir después toda la responsabilidad.

El guardia Segundo Pérez, el mismo que había atendido a la maltrecha Liberata dos años antes, subió al piso para averiguar cuál era el motivo de tanto alboroto. Primero le salió al paso un alterado Eusebio: «Deténganos a mi hermana y a mí –le pidió–. Mi casa era un infierno desde hace ocho años, ¡un infierno!». Cecilia se había refugiado en su cuarto, también muy nerviosa. Y Liberata yacía en el suelo de la cocina, junto a un martillo de acero manchado de sangre: aún vivía, pero falleció al día siguiente en el Hospital de Basurto. En el juicio, celebrado en mayo de 1930, tanto Eusebio como Cecilia fueron condenados a catorce años de cárcel.

A juicio de la portera del bloque, los hermanos recibieron un trato demasiado exquisito por parte de las autoridades. Tras presenciar cómo los detenían, Carmen Saracho declaró lo siguiente: «Se han llevado a esa pistoja y a su hermano en un automóvil. ¡En un automóvil! ¡Andando y dándoles martillazos en la cabeza a cada paso los hubiese llevado yo!».

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