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Insurrección carlista. Acción de Mañaria: cróquis de Don Ricardo de Ojeda, testigo presencial.

El convenio de Amorebieta, un acuerdo que trajo la paz al País Vasco en 1872 pero no gustó a nadie

Tiempo de historias ·

Ninguno de los firmantes de esta convención, que desactivó la insurrección de los partidarios del pretendiente Carlos VII, fue respaldado posteriormente por su respectivo bando

Sábado, 28 de mayo 2022, 01:35

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El 25 de mayo de 1872, hace 150 años, se llegó al acuerdo de Amorebieta, que puso fin a la primera sublevación carlista del sexenio revolucionario. Los jefes de la sublevación en Bizkaia pedían a los insurrectos que volvieran a casa. «Entregad las armas que empuñáis, que resistir más es una temeridad, y morir sin esperanzas de triunfo es una locura». El levantamiento se disolvió los días siguientes.

Tras la guerra de los años 1833 a 1839, el carlismo había subsistido en los sectores tradicionalistas del País Vasco, sobre todo en los rurales, pero su activismo político había sido escaso. El movimiento se reavivó desde 1868, tras la Gloriosa, la revolución que llevó al destierro a Isabel II y abrió un periodo democrático. La gran agitación sociopolítica y la fuerte carga anticlerical del momento dieron nuevas oportunidades al carlismo, que pudo presentarse como una alternativa al trono, que había quedado vacío, y a la revolución. Proliferaron folletos y periódicos que presentaban el carlismo como el único movimiento capaz de salvar la religión y defender a España. En 1869 hubo incluso algunas partidas que se echaron al monte, fácilmente sofocadas por el gobierno.

La nueva constitución, de 1869, creó una monarquía constitucional, pero no contó con el pretendiente carlista, de perfil absolutista. A fines de 1870 las Cortes eligieron como rey a Amadeo de Saboya. Pese a la contrariedad del carlismo, de momento intentó llegar al poder por la vía electoral. En las elecciones de 1871 obtuvo un excelente resultado, pero en las que se celebraron en abril de 1872 su representación se redujo, en unas elecciones en las que abundaron las acusaciones de manipulación gubernamental. Desde ese momento, en el carlismo ganaron posiciones quienes apostaban por la insurrección.

A mediados de abril se levantaban ya algunas partidas armadas en diversos lugares de España, sobre todo en el País Vasco. En Bizkaia las hubo en Miraballes y en La Cuadra. Ese mes los curas de Portugalete, Arratia y Santurce marchaban a las Encartaciones con varias docenas de partidarios. En Bilbao se organizaron los voluntarios liberales, por si prendía la rebelión. Apareció cortada la vía del tren. Lo mismo sucedió con el hilo del telégrafo. Lo cierto es que el gobierno minusvaloró la importancia de la movilización carlista, creyendo que sólo era la protesta por los resultados de las elecciones y por la forma en que se habían producido estas.

A finales de abril eran numerosas las partidas sublevadas en Navarra, Gipuzkoa y Bizkaia. «No queda otro camino que las armas para defender la honra, la dignidad, la independencia nacional», aseguraba el pretendiente, Carlos VII, nieto del Carlos V de la primera guerra. El 2 de mayo entró en España y fue proclamado rey en Bera.

Para entonces había ya una amplia movilización, con tropas armadas no encuadradas militarmente. Se reunió una Junta Foral en Gernika, que encargaría de dirigir la sublevación en el Señorío. Aseguraba tener 4.000 hombres en «los batallones bajo su mando». En su comunicado los lemas de la sublevación eran «¡Viva la religión! ¡Vivan los fueros! ¡Viva España! ¡Abajo el extranjero!», pues a Amadeo de Saboya se le estigmatizaba por extranjero.

En mayo del 72 no les fueron bien las cosas a los sublevados. Pese a la amplia movilización social, no contaban con ninguna ciudad importante -habían imaginado que Bilbao quedaría en su bando-. El 4 de mayo el general Moriones atacó a las tropas carlistas en Oroquieta, Navarra, donde estaba Carlos VII. Los insurrectos resistieron poco más de una hora, emprendiendo después una huida a la desbandada. El pretendiente pudo escapar a duras penas y logró volver a Francia por los Alduides. Hubo rumores de que había muerto y durante algunos días un bulo aseguraba que lo habían sustituido por un doble.

Enfrentamiento en Mañaria

El carlismo comenzó a descomponerse, pero en Bizkaia se mantuvieron activas varias partidas guerrilleras. El 7 de mayo se produjo la acción de Arrigorriaga. Varios batallones carlistas se enfrentaron allí con una columna liberal salida de Bilbao. Hubo abundante tiroteo por la tarde y al anochecer las tropas del gobierno se acantonaron en Arrigorriaga. Los carlistas aprovecharon la noche para rodearles, ocupando los puntos estratégicos, aunque el enfrentamiento se solventó cuando otra columna liberal llegó de Bilbao en auxilio de los que habían quedado sitiados.

El 14 de mayo tuvo lugar en Mañaria otro enfrentamiento. Tropas carlistas ocuparon los peñascos y lugares altos del desfiladero, sorprendiendo a una columna liberal que iba de Durango hacia Dima, con objeto de llegar a Vitoria. La batalla fue dura, con abundancia de disparos y uso de artillería, llegándose al cuerpo a cuerpo. Por la noche los carlistas se replegaron. Pudieron contar como un éxito la acción de Mañaria, pues habían detenido a tropas del ejército regular, pero no lograban cambiar la situación.

Los carlistas marcharon hacia Oñati, donde se iban a concentrar las tropas que quedaban activas, incluyendo los restos de las de Navarra. En total, serían unos 6.000 hombres. La acción de Oñati, el 18 de mayo, fue la última importante de estos enfrentamientos. Unas «tropas amadeístas» -así se las llamaba- cayeron sobre los carlistas, creyendo que eran una fuerza pequeña. Pasaron serios apuros, aunque pudieron protegerse en Oñate al fracasar la carga de la caballería de Vizcaya, todavía mal preparada.

Negociaciones

En este contexto se produjeron las negociaciones que acabaron con el levantamiento. El general Serrano se hizo cargo de la dirección de las tropas gubernamentales que había en Bizkaia cuando concibió la idea de contactar con los carlistas para terminar con la insurrección. Estando en Elorrio, se lo encargó a los hermanos Urquizu, uno de ellos a la cabeza de los carlistas vizcaínos. El acuerdo fue rápido.

Lo firmaron el general Serrano y los diputados carlistas Urquizu, Urúe, Arguinzoniz y Artiñano. Por el convenio de Amorebieta se concedía el indulto a todos los insurrectos carlistas que depusieran las armas, se permitía el regreso de los exiliados, podrían reingresar en el ejército los militares que se había sublevado y la diputación de Bizkaia se comprometía a reunirse con arreglo a fuero para determinar el modo de pagar los gastos de la guerra.

Amorebieta ha conmemorado el aniversario con exposiciones y charlas.

La dirección carlista de Bizkaia justificó el acuerdo alegando que se habían quedado solos y sin expectativas. No habían recibido ayuda económica, oficiales ni «elementos de guerra», contra lo que les habían prometido. Además, en otros lugares no se había producido la sublevación anunciada. En esas condiciones, decían, no era posible proseguir la lucha y llamaban a los carlistas a deponer las armas para conseguir el indulto.

El convenio de Amorebieta logró acabar con la insurrección, pero no tuvo gran popularidad. En realidad, fue contestado por todos. Los liberales estimaron que así el general Serrano no destruyó la insurrección, desaprovechando la gran superioridad militar que tenía en aquel momento; y que los carlistas pudieron volver a sus casas con impunidad, para esperar el siguiente llamamiento. El acuerdo indignó también a los carlistas que combatían en Cataluña. Incluso en algunos puntos de Bizkaia «sonaron los gritos de: '¡Traición! ¡Traición! ¡Mueran los traidores!'». Nunca llueve a gusto de todos, pero da la impresión de que en aquella ocasión el acuerdo pacificador disgustó a todo el mundo.

José Niceto de Urquizu, uno de los promotores del convenio, se arrepentía unas semanas después. Así lo declaraba: «Cumplí lo mejor que pude con el encargo que se me dio, procurando dar paz a mi país querido; pero reconozco que me equivoqué. Los liberales de Bizkaia maldicen el arreglo que ha hecho la Diputación a guerra; y los carlistas, mis amigos, lo encuentran muy malo; perdónenme unos y otros la parte secundaria que tome en ello, y les prometo nunca más volver a hacerlo».

Antes de un año, en febrero de 1873, volvió a saltar la insurrección, comenzando una guerra que duraría hasta 1876. El convenio de Amorebieta había proporcionado una breve tregua al País Vasco.

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