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JOSEMI BENÍTEZ
Tiempo de Historias

Los bueyes argentinos que se escaparon y mataron a un policía en Bilbao

Cuatro reses, de un cargamento de un centenar llegado en barco, lograron huir y protagonizaron un 'encierro tragicómico' en el que murió un policía

Carlos Benito

Domingo, 17 de abril 2022, 01:12

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No todos los días llegaban a Bilbao 104 bueyes argentinos, así que su desembarco, el 18 de junio de 1902, se siguió con gran expectación desde ambas márgenes de la ría. Las reses habían atravesado el Atlántico en el vapor Corrientes, de la Compañía Hamburguesa Sur-Americana, y estaban destinadas a varios tablajeros de la villa, que es como se solía llamar en aquellos tiempos a los carniceros. «Los animales son hermosos y pesan de 620 a 630 kilogramos cada uno», apreció 'El Noticiero Bilbaíno'. Los fueron izando con cinchas y después los trasladaron en gabarras hasta la orilla, donde se había levantado un cercado de estacas y alambre para la ocasión. Estaba en el muelle de los Astilleros, en un terreno que había cedido el propio cónsul de Argentina.

Ahí parecía acabar la noticia. A algunos bilbaínos, los más pudientes, les quedaba degustar esa prometedora carne llegada de América, mientras que muchos otros no pasarían de soñar con un filete inalcanzable. Pero, al día siguiente, cuatro de aquellos bueyes se convirtieron en protagonistas absolutos de la actualidad, al dar lugar a lo que el periodista Esteban Calle Iturrino (en aquel momento un niño) describiría décadas después como «sanfermines cómico-trágicos». Alrededor de las once de la mañana, los cuatro ejemplares lograron escapar del corral improvisado y emprendieron una loca carrera por las calles. O, mejor dicho, cuatro locas carreras, muy distintas en su alcance y sus consecuencias.

A uno de ellos lo pudieron interceptar sin más. Otro optó por arrojarse a la ría y nadó hasta el otro lado, donde acabó enlazado por los vaqueros que lo perseguían. El tercero, colorado, dio más guerra: echó a correr por la vía del tren de Portugalete, donde embistió un coche de pasajeros, y después vagó por las huertas de San Mamés, recorrió varias calles del Ensanche y llegó a la Gran Vía. Allí le dieron muerte. Hay que decir que ese recorrido no lo hizo solo, sino seguido por una muchedumbre «que celebraba con risotadas la fuga precipitada del cornúpeta», según recogió el ameno relato de 'El Noticiero'. Muchos bilbaínos vieron en lo ocurrido una deseable alternativa a la rutina y se lo tomaron como un encierro festivo o incluso, en el caso de algunos taurinos y maletillas, como la oportunidad de bordar una meritoria faena ante sus paisanos. Dos ejemplos que acabaron en fracaso: el aficionado Felipe Arbide resultó herido por esta tercera res y un muchacho de Miribilla, que perseguía a los bueyes a caballo, se cayó de su montura al ser embestido.

En una tienda de espejos

Quedaba el cuarto astado, «sardo, de muchas libras y muy bien armado», que se estuvo paseando por buena parte del callejero de la época: su itinerario pasó por Barroeta Aldamar, Colón de Larreátegui, Buenos Aires, la Plaza Circular... En la calle de la Estación (la actual calle Navarra), un municipal trató de detener su marcha y se salvó por los pelos de ser empitonado, gracias a que se refugió tras un poste eléctrico. En El Arenal y las Siete Calles, el regocijo general iba ya derivando en pánico, porque además se había difundido el bulo de que se trataba de un toro de lidia huido de Vista Alegre. El buey corneó en el cuello a una caballería que tiraba de un carro por Somera, derribó a una aldeana cargada con un cesto (con el consiguiente destrozo de huevos), puso en fuga a unos cuantos recortadores y aspirantes a torero, hizo añicos los escaparates de tiendas y, de todos los comercios que tenía a su alcance, acabó entrando en la espejería de Narciso Machín, en Artecalle. Allí, arremetió contra su reflejo y produjo daños cuantiosos.

Después cruzó hasta Bilbao la Vieja y regresó a la plaza de los Santos Juanes, que fue donde aquella rocambolesca jornada derivó definitivamente en drama. El cabo de la guardia urbana Nicolás Terán había salido de su casa en Iturribide a las doce y media, para incorporarse a su puesto, pero se topó con el caos que el buey iba dejando a su paso y acudió a ayudar. Se sumó a la barrera humana que habían organizado sus compañeros y se vio sorprendido por una súbita arrancada del animal, que embistió al cabo por la cintura y lo lanzó a gran altura. El testarazo y el golpe posterior contra el suelo fueron tremendos y el policía murió a los pocos minutos de llegar al hospital de Basurto. Tenía 49 años, era de origen cántabro y dejó cuatro hijos de sus dos matrimonios, uno de ellos todavía un bebé. Los diarios recordaron su papel crucial en el esclarecimiento de un robo sacrílego cometido en 1888 en el convento carmelita de Begoña, servicio por el que había sido condecorado en su momento.

Bilbao, 1902

  • Buena calidad Ante las críticas de quienes consideraban de calidad dudosa la carne argentina, el veterinario jefe del matadero, Leopoldo Mata, publicó un comentario: «He tenido ocasión de comer la carne argentina frita, asada y en salsa: de las tres maneras me ha sabido a gloria», decía, además de elogiar su «fibra fina» y su «jugo diáfano» bajo el microscopio.

La última parada del buey tuvo lugar en la calle de la Cruz, ante la carnicería del señor Salaverri. En el desenlace tuvo un importante papel el joven torero Jesús Bilbao, Bilbainito, pero no fue una cuestión de lucidos quites y medias verónicas: lo que hizo Bilbainito fue agarrar del rabo al buey, mientras un hijo del veterinario Guerricabeitia salía de la tablajería con un cuchillo y le tajaba al animal los tendones de una pata. Finalmente, otro hombre llamado Antonio Fortabat, al que apodaban Michela, apuntilló a aquel buey demasiado bravo.

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