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Restricciones. Clientes de un bar de Orense siguen la comparecencia de Sánchez en la que declaró el estado de alarma. EFE

Las grietas de la gobernanza

Jueves, 13 de febrero 2025

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Aunque hoy cueste recordarlo, la 'nueva normalidad' la inventó Pedro Sánchez. También es hallazgo del presidente del Gobierno aquello de que del covid «saldremos más fuertes». Y, por supuesto, salió asimismo del magín de Moncloa la gran palabra mágica con que la clase política se aplicó a la tarea de gestionar lo imposible: la cogobernanza. La pandemia, letal y arrasadora en todos los órdenes de la vida, también supuso un exigente test de estrés para la clase política española y para el Estado autonómico, cuyas costuras fueron puestas a prueba por el virus desde aquella noche del sábado 14 de marzo de 2020 en que Pedro Sánchez, tras un Consejo de Ministros de más de siete horas, protagonizó la histórica comparecencia en que asumió el mando del estado de alarma y decretó el confinamiento. «Todos deberán dejar de lado sus diferencias y situarse detrás del presidente del Gobierno. En ocasiones somos 17 autonomías pero ahora debemos ser el gran país que somos».

Un mensaje inequívoco a comunidades como Euskadi y Cataluña que, en los albores de la pesadilla, vieron en el decreto del Gobierno un «155» encubierto y cedieron a la inercia de revolverse contra lo que entendían como una invasión competencial. La magnitud del desastre y las crecientes cifras de fallecidos diluyeron pronto los recelos, al menos de cara a la galería. Aquella intervención del Sánchez más duro y grave que España había conocido fue la primera de casi un centenar –95– durante el primer año de la pandemia, una serie de comparecencias que se convirtieron en hitos de visionado obligado para los españoles que lidiaban con la enfermedad y la muerte, en los peores casos, o con la soledad, la depresión o, simplemente, el fin de la vida cotidiana como la habían conocido.

Las conferencias de presidentes telemáticas se han erigido en símbolo de la política en tiempos de pandemia. E. C.

Aquella inicial defensa numantina del mando único centralizado en Moncloa, con el argumento de que el virus «no entiende de fronteras», pronto empezó a dar paso a una realidad política más compleja. Los quince días iniciales del cerrojazo se convirtieron en varias olas mortíferas y el Ejecutivo central empezó a acusar el desgaste. Buena parte de 'culpa' de esa erosión la tuvieron las conferencias de presidentes telemáticas, una liturgia semanal que se ha erigido en símbolo de la política en tiempos de pandemia.

En esas citas, las voces de Urkullu y Quim Torra, en aquel entonces presidente de la Generalitat, empezaron a escucharse más altas que otras. Se quejaban, básicamente, de que Sánchez hacía y deshacía a su antojo. Los presidentes del PP o, incluso, algunos socialistas se fueron uniendo progresivamente al coro. La gestión centralizada del estado de alarma se convirtió en un vía crucis para Moncloa, que sufrió lo indecible en el Congreso para aprobar las sucesivas prórrogas. El PNV se acabó convirtiendo en su socio más leal a la hora de darle manga ancha para ampliar las restricciones, pero no lo hizo gratis. Negoció a cambio transferencias como la del Ingreso Mínimo Vital. Aún se recuerda a Urkullu amagando con no acudir a la conferencia de presidentes extraordinaria celebrada en Yuso si no se convocaba la Comisión Mixta.

Las comparecencias de Sánchez se convirtieron en hitos de visionado obligado para los españoles que lidiaban con la enfermedad y la muerte, o con la soledad o el fin de la vida cotidiana

Todo aquello fue el germen de la famosa cogobernanza, el concepto que ideó el Gobierno de Sánchez para ceder poder a las autonomías y frenar el desgaste. La decisión de alumbrar un segundo decreto de corte federalizante, extendido nada menos que durante seis meses – hasta mayo de 2021– parecía contentar a todos, pero pronto empezaron a vérsele las costuras. La llegada de las vacunas y el imparable avance del virus exacerbaron las tensiones. Se abrió la guerra fría entre el poder central y el autonómico para evitar asumir todo el coste político de unas restricciones que encrespaban ya a importantes sectores sociales y económicos. El triunfo arrollador de Ayuso en Madrid se cimentó, de hecho, en aquellos días y en su olfato político para hacer de «las cañas» y la libertad su marca.

Urkullu, en cambio, vio como el covid y sus derivadas le pasaban factura, por la tensión permanente con Madrid –sus cartas a Sánchez se convirtieron en una constante– y con los tribunales para poder aplicar su 'hoja de ruta' sin ataduras. El exlehendakari y el LABI libraron un pulso en ocasiones extenuante para aplicar sus horarios en la hostelería o sus cierres perimetrales. Las acusaciones de invasión de competencias regresaron. El autogobierno y sus costuras se tensaron al límite. Visto lo visto, la sangre no llegó al río.

Los escándalos por la compra de mascarillas salpican al Gobierno

El 'caso Koldo', que ha puesto en la picota a todo un 'número tres' del PSOE, José Luis Ábalos, y se ha convertido en un dolor de cabeza para Sánchez, es consecuencia directa de la pandemia. La carrera de las comunidades autónomas por comprar material sanitario, esencialmente mascarillas, en unos mercados desabastecidos, se convirtió en terreno abonado para los comisionistas que vieron en la tragedia la oportunidad de hacer negocio. De aquellos polvos, estos lodos. El primer gran pelotazo de la pandemia, el de los empresarios Alberto Luceño y Luis Medina por presuntas comisiones fraudulentas a la comunidad de Madrid, acaba de llegar a juicio.

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