A todo lujo en los trenes más elegantes de España
Tres discurren por el norte peninsular, pasean su elegancia desde Bilbao. Solo uno elige el sur. Juntos ofrecen cuatro de las travesías más glamurosas de Europa al compás del chacachá
Pongamos que tenemos a dos amigas, una de Madrid y otra de Badajoz, que habían pensado disfrutar del Transcantábrico Gran Lujo junto a sus padres, pero desgraciadamente ellos ya no están y ambas han cumplido la promesa viviendo la experiencia unidas. A un matrimonio argentino que lleva desde abril recorriendo distintos países y antes de subir a este tren han sentido los aires flamencos de otro, el Al-Andalus. A un cuarteto familiar proveniente de México con ganas de hacer un viaje juntos. A dos norteamericanos de Florida emocionados por viajar a pesar de los 91 años del esposo. A una pareja francesa afincada en Estados Unidos, él loco por los trenes desde niño, ella loca por él a pesar de que tuvo claro, tras ver cómo instalaba en su pequeño apartamento de Nueva York un gran tren de juguete, que aquella afición supondría nuevos retos, como perseguir vagones por el mundo.
Supongamos que jamás se habían cruzado siquiera en un aeropuerto, que sus existencias no son paralelas, más bien opuestas, pues hay entre ellos funcionarias recién jubiladas y gestores de grandes negocios, pero desde hace siete días, todos viajan a una, como los mosqueteros. Dejaron de ser desconocidos y se han convertido en una pequeña familia, al menos durante estas jornadas, junto a otros miembros del clan improvisado y a la tripulación que los atiende con mimo, que se ríe con ellos y responde a su buen humor con alegría y exquisito trato. Por obra y magia de este tren de lujo y de película.
A través de sus ventanas han visto sucederse kilómetros y kilómetros desde Santiago de Compostela a Bilbao, por tierras gallegas, asturianas, cántabras y vascas. Han conocido rincones de postal como Viveiro, la Playa de las Catedrales o Potes; Ribadeo, Gijón o Ribadesella, entre otros. Y han contemplado, sentados en los sofás del magnífico vagón panorámico, a través de sus enormes cristales, frondosos bosques de robles y pinos, gentes cultivando sus huertas e incluso pottokas, escenas que a ese lado del ventanal simulan pantallazos de un televisor. Saboreado la diversa gastronomía de cada zona y sus caldos dentro y fuera del tren, en algunos de los mejores restaurantes de cada destino. Oteado el paisaje a paso de riel y ritmo de chacachá, mecidos por el vaivén de este gusano de seda con catorce anillos, catorce vagones inabarcables para la vista en las curvas pues se alargan 267 metros (2,20 de ancho). Misteriosos en la oscuridad de cada túnel que los envuelve. Elegantes e incitadores al sueño, no al de dormir, sino al que conecta con nuestra infancia, con esa época en la que aún creíamos que todo era posible, incluso ver partir en dirección al Colegio Hogwarts un convoy volador desde el Andén 9 ¾ de la estación de King's Cross o a Hercule Poirot mesarse el bigote en el vagón del salón-bar mientras revisa sus notas.
A veces conviene comenzar una historia por el final, dar la vuelta al tiempo, alterar su continuo ir hacia delante, como el de la locomotora serie 1900 perteneciente a Renfe que circula sin excesiva prisa, a unos 50-60 kilómetros por hora (puede alcanzar 90). Adelantar una conclusión sin necesidad de excesivo análisis en el caso de estos suntuosos vehículos: tener la gran suerte de viajar en ellos es eso, una enorme fortuna. Accesible solo para bolsillos bien armados o pacientes ahorradores. Cada preciosa suite ocupa medio vagón y cuenta con tres espacios: dormitorio, salón y baño, forrados en madera y muy acogedores. Fuera, cuatro coches-salón ofrecen otras estancias a las que dedicar tiempo y halagos. Pero todo eso puede verse en las fotos o formalizando las reservas en la web www.renfe.com.
Iniciamos estas líneas refiriéndonos a la parte invisible, a una historia del revés, una narración con argumento emocional, que trata más sobre relaciones personales que sobre boatos ferroviarios. Un cuento hecho realidad que en vez de comenzar con un «Érase una vez un fastuoso tren...» debería hacerlo con un «Érase una vez una gran camaradería forjada dentro de un fastuoso tren...». Nutrido durante horas de travesía y engordado con entusiasmo la última noche del viaje de esta recién estrenada estirpe en la fiesta de 'fin de carrera'. Entre risas, copas y baile. Cuando la música y el tiempo transcurrido durante los ocho días que durará la aventura cultural, turística y personal ha unido ya para siempre a esas dos amigas de Madrid y Badajoz con el matrimonio argentino, la familia mejicana, los esposos de Florida, la pareja de franceses y el resto de pasaje y tripulación, a pesar de que hablen lenguas distintas y vivan universos a años luz, porque hay un idioma que todos dominamos y es el de los afectos.
Lo que sucede en el Transcantábrico se queda en el Transcantábrico. Por eso no desvelaremos detalles de esa cita nocturna en la que incluso eligen una Miss y un Míster bellos por dentro. Lo esencial no es qué sucede en este tipo de vehículos, sino qué pasa dentro de los corazones de quienes los ocupan, y lo que pasa es la vida, capaz de interconectar personas vengan de donde vengan. Por el hechizo de una estrella fugaz mecánica nacida en 1983 que transformó viejos coches de los años 20 del pasado siglo en astros capaces de cumplir deseos. Que convirtió vagones utilitarios en uno de los trenes más fastuosos del mundo y en cada trayecto disponible de marzo a octubre convierte a desconocidos en compadres.
La esmeralda de la flota
De este Transcantábrico nació un gemelo, el Costa Verde, donde la afluencia de emociones se repite. Fue tal el éxito del mayor, que en el año 2000 decidieron alumbrar al mundo una maravilla color verde perfecta para la ruta predestinada. Por aquellos años, el 'viejo' se encontraba en plena operación estética, por eso el mellizo adquirió su nombre, aunque con cambio numérico: El Transcantábrico II. El 'I' decidió definirse con el título de Transcantábrico Gran Lujo; con ese apellido, a nadie quedarían dudas sobre su especial carácter. Tras sufrir algunas crisis de personalidad al ser nombrado Transcantábrico Clásico, el nuevo duende ferroviario del bosque encontró su idiosincrasia como Costa Verde Express. Creció en popularidad, casi igualando al predecesor, de la mano de una ruta alternativa más corta, seis días.
Ahora cuenta con marcada identidad, derrocha temperamento y nadie duda de su perfil exterior norteño. Le pasa como a muchos nativos de esta zona: a primera vista parece distante, pero una vez se conecta con su interior, es cálido y hospitalario, blandito incluso, gracias a su revestimiento en maderas y a su excelente tapicería. Amoroso sobre todo cuando la negrura de los túneles devora su cuerpo alargado y suaves luces alumbran ese interior algo tímido, amable y repleto de sorpresas que solo descubrirán quienes se tomen el esfuerzo de conocerlo.
Cada rincón refuerza la idea de haber llegado a casa, sus suites facilitan ese sentirse acogido, igual que los cuatro coches salón, perlas del universo ferroviario admiradas allá donde vaya. Juntos sugieren universos más benévolos, cosmos ordenados que transportan a épocas de lujo y elegancia. No faltan ni bar ni pista de baile, porque a los del norte nos gusta tomar alguna copa y movemos la cadera mejor de lo que cuenta; ni faltarán la emoción y el fusionarse del grupo al que nos referíamos antes. Un darse a los otros, compartir juegos de mesa o charlas dentro de los 14 vagones que suman 250 metros de largo, conocer gente y hermosos rincones del septentrión peninsular. Desde Bilbao a Santiago de Compostela (y al revés, como el Transcantábrico). Con paradas en Llanes, Oviedo. Cangas de Onís, el Santuario de Covadonga, Ribadeo...
Modestia aparte
Primo hermano de ambos en el norte es el Expreso de La Robla. Dicen de él que es el más modesto de sus congéneres, si es que este calificativo puede colocarse tras la palabra lujo. La modestia siempre ha sido una buena cualidad, no hace falta echarse flores cuando los pétalos son evidentes. Le gusta saberse alternativa para quienes comparten esa cualidad pero no renuncian a sentir la emoción que provoca conocerlo. La historia personal también cuenta, y él narra orgulloso su llegada al mundo en 2009 con fines pedagógicos, para impartir cursos de intermodalidad portuaria como tren-escuela. No era esa su única función, pluriempleado, lo dedicaban a viajes turísticos entre curso y curso. Y en esa labor acabó especializándose, a través de bellos parajes de Castilla y León.
¡Cuidado!, la humildad no está reñida con el empoderamiento. A pesar de los años, resulta juvenil. Huele a madera y a historia. Luce ese encanto de aquellos trenes europeos de leyenda que aparecían en los libros y en las películas. Camas-litera pueblan su interior, estructuran compartimentos donde el hilo musical conecta con el pasado, espacios que provocan melancolía mientras el pasaje aprovecha la luz de lectura para abrir narraciones que hablan de amores y crímenes a bordo del tren, de espías y señoras adornadas con pieles.
Los viajeros pueden caminar de un extremo a otro de esta maravilla que alarga sus dominios sobre los raíles. Es lo bueno de este tipo de transportes, las piernas no se duermen aprisionadas entre asiento y asiento. Al contrario, el mobiliario invita a estirarlas a gusto, a la vez que hojeas la prensa diaria con un cafecito en la mano mientras el paisaje pasa por delante de la ventana como las secuencias de un film... allá unas vacas pastando, aquí un rebaño de ovejas. A la derecha, la belleza de campos infinitos; a la izquierda, suaves colinas que dan relieve a la tierra. Y arriba nubes blancas sobre cielo azul, sol brillante como colofón del lienzo. Todo previo y posterior a las visitas en las que el pasajero deberá apearse, encuentros con la arquitectura y la cultura, con la historia y el arte de Bilbao a León (y ya sabes, al revés también). En Espinosa de Los Monteros, Frías, el románico palentino, Carrión de los Condes, Saldaña, Frómista, la Villa romana de La Olmeda… Tres días de relajante movimiento, de traqueteo de la existencia. Deliciosos e inolvidables.
Las mil y una noches
Ya en el sur, la cita es con el Al-Andalus, único con acento andaluz, de ahí que dedique los siete días de viaje a pasear su gracia desde Sevilla a Málaga (y al revés), por Córdoba, Cádiz y Granada. Él sí dejó atrás la sobriedad, abandonó los aires recatados para mostrarse en todo su esplendor. Nadie puede negar su nobleza, los coches de suites y habitaciones que imponen forma a su relieve pertenecen a la misma serie que los que se construyeron en Francia a principios del siglo pasado para los desplazamientos de la monarquía británica entre Calais y la Costa Azul. Por eso su pestañeo es infinito, quienes lo ven giran la cabeza para admirarlo. Sus coches-salones son diamantes ferroviarios creados entre los años 1928 y 1930, remodelados después para ofrecer mayor comodidad. Al sureño no le hacen falta halagos ajenos, le bastan sus propias lisonjas. Se las tiene ganadas, complicado pasar inadvertido aunque no se maquille.
Lo suyo es el glamur de la Belle Epoque, ese periodo entre el final de la guerra franco-prusiana de 1871 y el comienzo de la primera guerra mundial en 1914, una época de paz que coincidió con la segunda revolución industrial. Por entonces, los valores cambiaban tan rápido como los gustos, incluyendo los decorativos que marcan el ambiente de los vagones. La humanidad aún tenía fe en la ciencia y la palabra progreso formaba parte de una manera de entender el mundo, de mirar hacia un futuro mejor. El optimismo se podía sentir, como en cada rincón de esta travesía que anima a la cordialidad, a un estado mental pleno y un estado físico risueño.
Las estancias rememoran la elegancia de los felices años 20, aquellos años locos de flecos y sombreritos. Moviéndose, como se mueve el tren, a lo largo de Andalucía tampoco se echarán de menos delicias culinarias como el Jabugo, el aceite de oliva y los platos típicos maridados con vinos de Jerez. Los viajeros que han probado la experiencia destacan la mezcla perfecta de recuerdos entrañables con derroche de cultura, gastronomía exquisita y gente extraordinaria... esto último, lo esencial, venimos repitiéndolo desde hace rato. Valoran el encuentro con personas diferentes, sobre todo dentro del tren pero no solo allí, sino paseando entre los arcos de la Mezquita de Córdoba, alrededor de los patios de La Alhambra, con el rumor del agua marcando el ritmo de los pasos, en rincones declarados Patrimonio de la Humanidad.
Durante la semana, aires flamencos se fundirán con historias sobre sultanes. El espíritu cederá a su embrujo, rendido ante la acumulación de belleza. La Giralda y la Plaza de España sevillanas; el barrio de Pópulo o la plaza Juan de Dios en la milenaria capital gaditana; bodegas y espectáculo ecuestre en Jerez; Ronda y Pueblos Blancos malagueños; secretos de Úbeda y Baeza el redoble de los Palacios Nazaríes… Un listado casi infinito de maravillosos emplazamientos y personas para recordar este viaje (y los otros) como uno de los mejores de la vida.