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Errekaleor, siglos IV-V

Errekaleor, siglos IV-V

Aquí se halló un 'miliario', una gran piedra que indicaba la proximidad de un lugar importante: la ciudad Suestatium, actual Arkaia

Miércoles, 17 de octubre 2018

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1. La recreación

Las Neveras, anno Domini CCCXLIV

Los romanos vivían a sólo diez kilómetros de lo que hoy es Vitoria, pero qué poco conocemos a nuestros vecinos en el tiempo. Los historiadores y arqueólogos del grupo Cohors Prima Gallica, que sí dominan la materia, 'romanizan' el Alto de las Neveras.

«Hombre, aquí hice yo la mili», confiesa casi en un susurro Iñaki Añua, el presidente del Festival de Jazz de Vitoria, mientras la comitiva trata de alcanzar el cerro que une Arkaia, Salburua y Errekaleor. Es mediodía. El sol cae a plomo. Mal negocio para los que les ha tocado vestirse de soldado. «La cota de malla pesa cerca de quince kilos», explica el historiador Luis Ortiz Tudanca. «Mikel ha tenido suerte, la que viste está hecha de remaches, que la aligera bastante». Mikel, que asiente como pensando 'maldita la suerte', aguanta estoico. Luce planta de legionario y una paciencia con el vestuario que sólo se logra al trabajar como modelo. Ah, es que Mikel es Mikel González, Míster Álava 2018, aunque con el casco casi no se le reconoce. Mira que ir a taparle la cara al más guapo...

Vídeo. Carlos Blázquez y Urtxi Lezamiz

Bajo la armadura lleva varias capas textiles que los legionarios usaban para amortiguar los golpes del enemigo. La cota de malla evita los cortes, pero no los hematomas. «Cuidamos cada detalle de la recreación», explica Alberto Moreno, uno de los que más sabe de los trajes, embutido en una espectacular cota dorada. «Sólo se reproduce algo que hemos encontrado en nuestras excavaciones en Veleia o por ser piezas documentadas en otras campañas. Como el gorro de lana negra que llevan muchos de ellos. Se llama panonio y toma su nombre de la región de la que es originario, a caballo entre lo que hoy es Hungría y Croacia. Los soldados lo usaban y pronto se popularizó por una curiosa razón. Los mandos obligaban a los reclutas a llevarlo durante los permisos para que se habituaran a tener algo siempre en la cabeza y al entrar en combate nadie olvidara su casco. Una tontería que salvaba vidas.

Y mientras Luis Ortiz de Tudanca explica y da las instrucciones precisas para combinar prendas y accesorios a los invitados, en un momento, entra al vestuario femenino para saludar a María Unceta-Barrenechea. La empresaria, que representa a la mujer del dómine, encarnado por Gorka Ortiz de Urbina, pone cara de circunstancias. «¿Quién será este hombre que me saluda con tanta familiaridad?».

– Soy Luis.

– Pero, pero... No te había reconocido con ese casco y esas ropas.

Se abrazan y su risa se contagia a todos. Los romanos, en realidad, no se parecían a Russell Crowe, ni había nadie en sus guerras gritando «A mi señal ira y fuego», como en 'Gladiator'.

– ¿De qué te has vestido?, continúa Luis.

– Yo diría que soy... ¿Flavia?

Judith Sánchez e Isabel Guevara, compañeras de María en el laboratorio de cosmética D'uol, le ayudan. «Yo te veo más cara de Pompeya Valentina», sentencia Isabel.

Abarcas imperiales para Celedón

En el vestuario masculino también se repiten las chanzas. Gorka Ortiz de Urbina tiene un problema con los zapatos. «Calzo un 46. No sé si...». Alberto Moreno le cede sus carvatinas. «Ponte las mías, son un 45, pero el cuero ya está dado de sí por el uso. Te irán bien». Así que Celedón aparca las Converse All Star que traía de casa y toma esas dos hormas de cuero, piel sin costuras de una única pieza, rematadas por cordones. «Se parecen a las abarcas. Me gustan», dice Urbina. De hecho son su antecedente. «Pues podías hacer La Bajada con unas de estas», le retan los miembros del grupo. «Uff, ahora que no hay cristales puede. Antes habría sido muy peligroso», responde. Entonces, interviene José Antonio Suso, que atendía a la conversación en silencio junto a Iñaki Añua. «Lo que sí podrías es contar con ellos para que te hagan de escoltas en el paseíllo. ¿Qué, Mikel, cómo lo ves?». El míster bastante tiene con aguantar los kilos de la cota de malla.

Es el turno de Añua, que no termina de ver claro lo de cambiarse de ropa. Las prendas de noble de Ortiz de Urbina y de Suso no le convencen del todo. Y el uniforme de legionario le pega menos que programar a Justin Bieber en el escenario de Mendizorroza. «¿Oye, yo qué traje llevo?», se anima a preguntar. Para él se ha reservado el puesto más importante, el del augur, una especie de druida y consejero que lee los augurios en el cielo. «¿Y ese es el más importante de todos? ¿Sí? Entonces me parece bien», remata para regocijo general.

Un ambiente desenfadado que continúa en Las Neveras. La estampa invita a ello. 21 personajes caracterizados de romano y media docena en el equipo de fotografía, vídeo y producción, en medio del Anillo Verde, llaman poderosamente la atención. Al punto de que una vecina de Arkaia se acerca en su coche a ver qué pasa. «No, no se quiten. Es que hemos visto revuelo desde casa y venía a asegurarme de que era lo que nos parecía». Al explicarle que no se vestían así todos los días, quedó más tranquila.

La sorpresa se repite con todos los que pasan por el cerro. Los ciclistas esquivan como pueden los escudos y los que van de paseo no le quitan ojo a las lanzas de los soldados. «Pasa, pasa, que no hacen nada», intenta ayudar este plumilla, que quizá no encontró la frase más adecuada. Así hasta que la casualidad quiso que fuera el jeltzale Álvaro Iturritxa el que se cruzó con el cuadro. No dijo nada. En su asombro, esbozó una media sonrisa al percatarse que uno de los domines era su burukide José Antonio Suso. Elevó las cejas. Suso le respondió encogiéndose de hombros e Iñaki Añua, metido en su papel, elevó las manos, asió con fuerza el 'lituus', como si de una batuta se tratara, y puso en marcha la representación. Había que leer los augurios en el cielo. De un cielo del año 344, perdón, del anno CCCXLIV.

Participan

  • Iñaki Añua (presidente del Festival de Jazz de Vitoria), Mikel González (Míster Alava), María Unceta-Barrenechea (investigadora y empresaria), Isabel Guevara y Judith Sánchez (de laboratorios María D'uol), Teresa Ibáñez (actriz), José Antonio Suso (presidente del Araba buru batzar), Gorka Ortiz de Urbina (Celedón) y el grupo de reconstrucción histórica Cohors Prima Gallica (Luis Ortiz Tudanca, Alberto Moreno, Juanjo Vivanco, Andoni Ferreira, José Tarriño, Ana Ruiz de Azúa, Alberto Berreteaga, José Ángel Uriarte, Iagoba Ferreira, Naiara Argote, Judit Abal, Ibai Sáenz de Cámara y Arrate Ruiz). Colaboran también Elena Cuadrado, Eduardo Berreteaga y Lola Muñoz.

2. La historia

De paseo por la Iter 34

RAMÓN LOZA

HISTORIADOR

Aunque hubo tiempos en los que se quiso negar, lo cierto es que los territorios que hoy forman parte del País Vasco, de Álava, o de Vitoria-Gasteiz, se incorporaron a la 'romanidad'. Y que lo hicieron coincidiendo con el inicio de la Era cristiana. Con todos los matices que se quiera, formamos parte de la herencia de aquel momento: derecho, lengua, religión...

Ahora, se trata de saber si, en concreto, cuando los romanos fueron más romanos, es decir cuando conquistaron el mundo 'conocido' y lo gobernaron de forma 'imperial', siglos I, II, III, IV, d.C. dejaron huellas por aquí, por Vitoria-Gasteiz. Vamos a verlo.

Como el lugar de Iruña-Veleia es de sobra conocido, podemos utilizarlo para imaginar que somos usuarios de la calzada 'Iter 34, Ab Asturica Burdigalam' (De Astorga a Burdeos) y que, después hacer escala en él, pensamos seguir nuestro viaje hacia Pompaelo/Pamplona.

Al llegar a lo que ahora es Vitoria-Gasteiz nos saldrían al encuentro, en aquella época, la 'mutatio' de Mariturri (excavaciones por Paquita Sáez de Urturi y Julio Nuñez, 2001-2009) y, en la actualidad, el Anillo Verde.

Una 'mutatio' era una especie de Estación de Servicio en la calzada. Dotada de cuadras con animales para cambiar los tiros de los carros, o las cabalgaduras, más una zona de mercado de ganado, una posada, la casa del 'dominus'.... El término 'Armentaria', incluido en este tipo de instalaciones, habría quedado perpetuado en el Armentia que conocemos.

El Anillo Verde nos permite girar hacia el norte, para pegarnos al Zadorra y pasar por San Miguel de Atxa (excavaciones en 1982, Ramón Loza, y de 1983 a 1988 por Eliseo Gil). Existió allí, en época prerromana, un pequeño poblado del que se documentaron algunas cabañas. Más tarde, ya en época romana, hubo otro asentamiento, quizás de carácter militar. Es posible que la elección de este emplazamiento no solo se debiera a su ubicación junto al gran río de la Llanada sino también a su posición de control sobre los caminos hacia el mar. Aunque se puede evitar el ascenso a la colina, merece la pena hacerlo para imaginar lo que nuestros antepasados podían admirar desde este punto.

Volviendo a la calzada, y siguiéndola desde Mariturri, pasaríamos, arriba o abajo, por Salbatierrabide. Un lugar con nombre de camino y en el que se desarrolló un hábitat romano de importancia, aunque de difícil clasificación, puesto que, las actuaciones arqueológicas que se realizaron en él, son muy antiguas (J. M. Barandiaran y Hermanos Marianistas, 1918) y toda la zona ha quedado totalmente removida por las urbanizaciones actuales. Es común considerar, a tenor de su disposición arquitectónica, de los materiales encontrados, etc. que se trataba de una 'villa', es decir de una gran explotación agrícola, de las que abundaron cuando las cosas del Imperio ya no iban bien (siglo IV d.C.?).

El Camino de Salvatierrabide, aún recordado en forma de calle, se detenía, hasta época muy reciente, ante una hermosa venta/posada, la de La estrella, junto al río Errekaleor. Afirmar que, estos caminos antiguos son herencia de las calzadas romanas puede ser atrevido pero, en este caso, hay un detalle a su favor. El hallazgo de un 'miliario' de la época en las proximidades de la Venta (V. Gálvez, R. Loza. A. Sáez de Buruaga, José Antonio Abásolo, 1983)

Los 'miliarios' equivalen a nuestros mojones kilométricos pero contando en 'millia passum'. Y tampoco se ponían cada 'millia'. Sólo cuando las oficinas imperiales lo decidían. Para cumplir una doble misión, advertír de cuánto quedaba para el siguiente lugar importante y dejar claro quién era el emperador, especialmente en los momentos en los que, el asunto, podía no estar nada claro.

En el caso del miliario de Errekaleor, dedicado al emperador Marcus Cassianus Latinius Postumus (259-268 d.C.), ese punto siguiente de relevancia era Arkaia, reconocido como Suestatium/Suessatio, una de la ciudades de los Caristios, nuestra tribu pre-romana de referencia.

Cuando recorremos el Anillo Verde por la zona, estamos reproduciendo los antiguos pasos de la calzada, para llegar a esta antigua ciudad, la cual, en su momento, tal vez por ser asiento de la autoridad administrativa, fue capaz de generar unas magníficas termas públicas, de las que podemos observar una parte, pues la otra sigue oculta, bajo el camino agrícola que lleva a la cercana localidad de Otazu, a la espera de que pueda ser recuperada.

Relato corto

Calzada de colores

MARISOL ORTIZ DE ZÁRATE

Aunque parezca extraño, aquel día había parado de llover. En serio. Semanas, meses lloviendo; una era. Y de pronto un sol en el que ya nadie confiaba surgió de no se sabe dónde y hasta los charcos brillaron como cacerolas de aluminio nuevas. Entonces, Jone salió de casa solo con la sudadera, sin el anorak, a meditar al aire libre sobre «eso» que proyectaba para su barrio.

No podía decirse que Errekaleor fuera un barrio bonito, si uno se atiene a ciertos cánones estéticos. Simetría geométrica de lo más elemental, bloques de casas alineados como barracones, ni un balcón entre las humildes ventanas, al aire los cables de luz por donde ya no pasaba la luz... Por no hablar del frío y la humedad que se colaban en cada entresuelo sin ser invitados, y sin duda también en cada edificio entero. Pero estaban los murales, dignificando los encalados de las fachadas con la más alta representación del arte urbano, y el entorno, pacífico, casi rural, a un paso del Anillo Verde, del arroyo, del Cerro de las Neveras por donde Jone caminaba ahora.

Desde lo alto, esquivando a walkers, joggers y bikers que, como ella, ansiaban un rayo de sol, Jone escrutó el panorama, el barrio sobre todo en su conjunto desacorde y peculiar, los murales. Ella quería hacer su propia obra muralística, últimamente no pensaba en otra cosa, era su meta, su gran aspiración y sopesaba el lugar más adecuado para llevarlo a cabo. Pero la creación artística, toda ella, no solo la plástica, necesita inspiración y la inspiración es esquiva, arbitraria, sorpresiva… Uf, así que Jone pasaba sus días y sus noches invocándola, obsesionada con la única idea del mural.

¿Qué técnica utilizaría? Plantilla, fresco, graffiti... ¿Qué tipo de material? Temple, acrílico, aerosol... ¿Y el estilo? Surrealista, psicodélico, conceptual… Pero lo más importante ¿Qué contaría? Jone no quería un contenido reivindicativo porque formaría parte de lo que ya existía. Y había tanto que reivindicar en aquel barrio que de utilizar ese cauce costaría decidirse por un mensaje concreto. No, no quería una pintada a lo Artistas de Bogside, la guerra en la que ella combatía ya tenía otros frentes abiertos. Jone aspiraba a crear algo diferente, valioso, insólito y genial, algo indestructible por magnífico, superar a Escif y a Blu, una creación que la sobreviviera, que hablara de Jone después de Jone; la obra de Jone cuando no estuviera Jone. Algo tan bonito que nadie, con un mínimo de sensibilidad, fuera capaz de mirar con indiferencia.

Desde el Cerro de las Neveras y bajo el sol de media tarde, Jone fantaseaba con su futura obra y la imaginaba integrada en el Errekaleor futuro, barrio de autogestión consolidada, barrio libre, donde la amenaza de desalojo y demolición sería solo un recuerdo amargo del pasado.

LA ILUSTRACIÓN Yolanda Mosquera

El futuro. El pasado. El pensamiento de Jone divagaba por los términos opuestos. Porque allí, donde ahora los caminos de tierra unían las fincas de labor, algún pueblo, otros barrios, hubo una vía romana tan lograda, tan importante y reconocida y nombrada como ella quería que fuese su mural: la calzada Antonina por la que transitaban, junto a las legiones militares, el comercio, la lengua y la cultura romanas.

Empezó a llover de nuevo, una llovizna delgada que no logró espantar al sol. Pero al parecer nadie quería mojarse y el Cerro y los alrededores quedaron súbitamente desiertos. Y entonces Jone lo vio, bellísimo, perfecto, curvado sobre el barrio, sobre el Anillo Verde y hasta sobre la antigua calzada, por qué no, y ya no pudo retirarle la mirada. Calzada de colores, lo llamó, porque por él transitan las fantasías de quien, como el niño o como el loco (o como ella), sueña en colores.

Arcoíris que existe pero que nadie puede tocar. Arcoíris que se ve aunque no está, que es algo y es nada. Arcoíris inalcanzable. Arcoíris único que siempre es diferente.

Jone regresó al barrio caminando entre las yerbas mojadas. Llevaba la capucha de la sudadera puesta y el tema del mural resuelto. Quizás no fuera una idea tan original como había pretendido pero quedaría tan bonito que nadie, con un mínimo de sensibilidad, sería capaz de mirarlo con indiferencia.

Y es que la inspiración es así, aparece cuando uno menos se lo espera.

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