La central nuclear de Lemoiz desvela sus secretos en Azkuna Zentroa
Ixone Sádaba es la primera artista en atravesar los muros del complejo abandonado desde hace cuatro décadas para fotografiar desde dentro y a escala natural durante 4 años lo que muy pocos han visto
Muchos se sentirán identificados al escuchar a Ixone Sádaba (Bilbao, 1977) rememorar aquel día de viaje en moto en plena pandemia, cuando paró en la carretera para observar desde arriba lo que queda de la central nuclear de Lemoiz. A la conocida atracción que provocan los lugares abandonados se suma una historia trágica ligada a muchas generaciones. La artista decidió entonces que quería hacer algo con esa construcción impresionante que ha quedado como huella silenciosa de un pasado que los más jóvenes desconocen. Conseguir los permisos necesarios para entrar le costó seis meses, pero ha tenido casi cuatro años y la ayuda de una beca Leonardo del BBVA para pasear entre sus muros con sus cámaras, con las que ha retratado la central desde todos los ángulos, mostrando la vegetación que se impone al hormigón, el agua que lo inunda todo, el interior de los reactores. El impresionante resultado puede contemplarse desde hoy en la sala de exposiciones de Azkuna Zentroa, en el piso menos 2, donde los cines. Imágenes que sorprenderán por su tamaño, a escala natural. «Tú la ves desde fuera, desde arriba, y parece grande, pero es que desde dentro, desde abajo, parece que estás en un castillo medieval, tiene una escala imperial», comentó la fotógrafa.
Sádaba quiso expresar este jueves en primer lugar en la presentación de la muestra su «respeto hacia todas aquellas mujeres y hombres a las que la historia de Lemoiz ha causado sufrimiento. Desde las familias que perdieron sus hogares, sus tradiciones y su identidad, hasta aquellos que perdieron a seres queridos, pasando por todas las impensables violencias humanas y no humanas que esta historia ha generado». Ajenas a todo, las ruinas de la impresionante mole de hormigón ven pasar el tiempo junto al mar. Tras su experiencia, la fotógrafa considera que el lugar debería aprovecharse para hacer un amplio «estudio del antropoceno», la huella que deja el paso del hombre por la naturaleza.
En una zona de la exposición, con una pared de 38 metros de largo y 5 de alto, 15 enormes fotografías proyectadas (divididas en seis secciones por su complejidad y tamaño) se suceden cada 90 segundos para dar tiempo a examinar cada uno de los detalles nunca vistos hasta ahora. La experiencia puede complementarse contemplando los paisajes desde una replica de la atalaya o mirador construido en 1974 para observar las obras que colocaron en un alto cerca de la carretera que conduce a las instalaciones nucleares. Imágenes del interior de los reactores, muy peligroso por el estado de abandono en el que se encuentra toda la instalación; muros de hormigón; la vegetación que todo lo invade en el exterior, el hijo de Ixone Sádaba ayudándola en todo el proceso, la única figura humana que se deja ver en todo el proyecto...
Explica la fotógrafa que no ha habido lugares vetados para su recorrido: «Solo por la propia seguridad del caminante, pues la central tiene tanta altura hacia abajo como hacia arriba y todo está inundado por el agua, que provoca una humedad que se ha ido comiendo los materiales. Tienes que tener mucho cuidado con dónde pisas, y hay caídas de muchos metros. Además está todo a oscuras, no hay cobertura». Durante estos años ha convivido además con los seis vigilantes de seguridad que cuidan de las instalaciones. ¿El momento más emocionante? «El hecho de enfrentarme cuerpo a cuerpo con mi cámara para intentar reproducir una mole así. Y, simplemente, el hecho de caminarlo por dentro es impresionante. Además me he enfrentado a mi propio pasado, para reencontrarme con otra Ixone de otra edad que vivió todo eso».
En la exposición hay cajones llenos de decenas de grandes fotos plastificadas que los visitantes podrán ir contemplando, manipulando para pasar de una a otra. En la pared, algunos de los fluorescentes de la central que aún funcionan sirven para iluminar otras instantáneas. «Fue el primer acercamiento que hice con mi cámara fotográfica, de tipo más documental». La artista ha contado también con muchas de las 5.000 imágenes conservadas en el archivo de Iberdrola de la época en la que la central se estaba construyendo, planos y fotos iniciales.
Agradeció la artista al Gobierno vasco su colaboración para poder llevar a cabo este proyecto, «al equipo de seguridad de la central, al cabrero Juan Luis Urruti, que tristemente nos abandonó este año, y por supuesto a Fernando Pérez (ex director de Azkuna Zentroa) y a todo su equipo, por creer en este trabajo, al igual que el comisario, Carles Guerra». Giroa-Veolia, empresa energética que trabaja con centrales nucleares, ha ejercido de 'partner' junto a Azkuna Zentroa para poner en marcha esta exposición.
En su presentación, el catalán Carles Guerra señaló que este es un trabajo «apoyado en una investigación que inicia en el año 2020 y que es muy necesaria. Intenta abordar un objeto traumático en la historia reciente de este país, como es Lemoiz. Y que no tiene una fácil traducción, ni una fácil incorporación al debate público, dada la larga historia de conflictos«. «Se trata de un objeto altamente ideologizado y trabajar con él no es fácil, así que decidimos reducirlo a su condición de objeto». Añadió que en este sentido el trabajo de Sádaba la había convertido a ella en una especie de «pseudomáquina que escanea muros y secciones del edificio».
Apuntó el comisario que esta exposición no es sólo sobre Lemoiz, sino sobre «cómo la fotografía nos convierte en ciudadanas y ciudadanos». Destacó que la escala 1:1 se decidió también gracias al conocimiento de que se iba a exponer en el Azkuna Zentroa, en una sala con las dimensiones adecuadas para acoger este tamaño que «rehuye las maneras de los autoritarismos que siempre prefieren engrandecer los objetos, las historias. Es una escala que lo único que intenta es recuperar una especie de cuerpo a cuerpo«. »Es por eso que este proyecto lo hemos hecho con el afán de que se pueda hablar de Lemoiz, que a pesar de que sea un espacio cerrado al acceso público, pueda catalizar un debate en el que incluso las nuevas generaciones que no siguieron el día a día de esas noticias puedan opinar».
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