¿Por qué los alimentos de proximidad son habitualmente más caros?
La globalización, el tamaño de las explotaciones vascas y la falta de inversión restan competitividad a sus productos agroalimentarios, pero los consumidores están dispuestos a pagar ese extra para sostener el medio rural y una producción sostenible
«Ya me he acostumbrado a que los alimentos marcados con la ikurriña sean más caros». Así resume una consumidora vasca una apreciación muy generalizada, que el precio de los productos agroalimentarios más cercanos es habitualmente más elevado. Y no es solo una sensación, es un hecho contrastable. La comparación de algunos alimentos altamente estandarizados arroja resultados contundentes.
Mientras un brick de leche gallega se puede encontrar por 91 céntimos de euros, el equivalente producido en Euskadi -excluyendo marcas blancas- alcanza un precio de 1,24 euros en el mismo supermercado. Es un 36% más caro. Algo similar sucede con los huevos -de código 3 y tamaño L-: los vascos son un 25% más caros que los asturianos. La diferencia se dispara con los espárragos enlatados: los que llevan el sello de Navarra cuestan el doble que otros del mismo calibre procedentes de Perú y un 54% más que los cosechados en China. Y ninguna diferencia es tan abultada como la de los pimientos: los de Gernika, distinguidos con la etiqueta Eusko Label, están cerca de cuadruplicar el precio de otros procedentes de Murcia y cuestan el triple que una bolsa traída de Marruecos.
A pesar de esto, una consulta realizada por EL CORREO entre 500 consumidores demuestra que, como argumentan cadenas de supermercados y asociaciones de productores agrarios, dos tercios están dispuestos a pagar más por el producto de proximidad. Eso sí, desde la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (ASEDAS) advierten de que la espiral inflacionista que sufre España está afectando sobre todo a las ventas de los productos de proximidad, porque los ciudadanos buscan alternativas más asequibles.
Es una situación que parece desafiar a la lógica. Porque el incremento del precio de los carburantes ha disparado el coste del transporte, y parece que los productos locales tendrían ser más baratos que otros de categoría equiparable procedentes de regiones o países alejados. No obstante, eso solo sucede en contadas ocasiones. Y las razones de que sea así son muy diferentes para cada producto.
El tamaño sí que importa
Quizá el elemento que más influya sea el de las economías de escala: cuanto más grande es una producción, más barato es su precio unitario. Es una máxima que se cumple en casi todos los sectores y productos, y el agroalimentario no es una excepción. Como sucede con los tornillos, no es lo mismo producir mil litros de leche al mes que un millón. Eso beneficia tanto a grandes empresas como a importantes concentraciones de productores en un pequeño territorio.
«No por ser local un producto tiene que ser más caro. La diferencia en Euskadi está en que la mayoría de las explotaciones son pequeñas», explica Javier Bilbao, responsable de Producto Local de Eroski.
«Con la excepción de Iparlat -proveedor de Mercadona-, son empresas familiares que carecen de la eficiencia y productividad de otras más grandes e intensivas. Además, la mano de obra en Euskadi también es más cara», añade Maria José Aduriz, directora de Producto Fresco de Uvesco. En algunos casos, ese trabajo puede representar el 25% del coste de producción.
La sostenibilidad es cara
Tanto Eroski como Uvesco impulsan el producto de proximidad en los líneales de sus negocios. «Y eso que tienen un margen de beneficio inferior a los de Almería o Marruecos. Pero nuestro cliente está dispuesto a pagar más por unos pimientos de Gernika que por unos de Marruecos», comenta Aduriz. «El componente local está cada vez más presente y no es una moda. Por eso, propiciamos que los productores vendan en las tiendas más cercanas», concuerda Bilbao.
«El IVA de los productos sostenibles se debería reducir al 4%»
Ileana Izvernizeanu
Portavoz de la OCU
Desde la OCU, la narrativa es similar. «Comprar productos locales y de cercanía es una opción más sostenible debido, en primer lugar, a que no necesitan viajar grandes distancias para llegar a su destino, lo que reduce el uso de combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero en el transporte y la refrigeración», analiza la directora de Comunicación de la organización, Ileana Izvernizeanu. «Asimismo ayudan a mantener las comunidades rurales y a fortalecer la economía y el tejido productivo local», añade, haciendo hincapié en otra de las acepciones de sostenibilidad. Bilbao va un poco más lejos y afirma que ese término «también es que se garantice el relevo generacional».
Finalmente, Izvernizeanu señala que «es necesario contar con una producción local fuerte para garantizar el suministro de alimentos y otros bienes básicos, una lección que aprendimos del confinamiento». Por todo ello, la OCU demanda que el IVA de estos productos sea del tipo superreducido (4%).
«Importamos esclavitud»
Rogelio Pozo, director general del centro tecnológico especializado en alimentación Azti, cree que habría que darle la vuelta a la pregunta que tantas veces se hacen los consumidores: «La cuestión no es por qué los productos locales son tan caros sino cómo es posible que los que se cultivan muy lejos sean tan baratos». Él se centra sobre todo en la pesca, y es rotundo. «Muchas veces importamos esclavitud. Porque puede que el atún que captura un pesquero vasco sea el mismo que un tailandés, pero las condiciones en las que viven y trabajan los pescadores a bordo no tienen nada que ver. Y tampoco se puede comprobar si lo que compramos no es fruto de la pesca ilegal».
Pozo subraya el daño medioambiental de las grandes explotaciones asiáticas. «He visto marismas completamente destrozadas para la cría del langostino en China. Son explotaciones que nunca se aprobarían en Europa. Y lo mismo sucede con la contaminación que provocan pesticidas prohibidos en nuestros países pero que en otros se usan habitualmente», afirma.
Felipe Medina, secretario general técnico de Asedas, es contundente al respecto: «El gran pacto verde de la UE pone patas arriba el modelo de producción agrícola. Hay que entender que avanzar en sostenibilidad tiene un coste y que da ventaja a los productores foráneos». Las empresas agroalimentarias locales a menudo denuncian que la normativa fomenta una competencia desleal. «Es la demagogia europea: por un lado, aquí el cultivo está muy controlado y, por ejemplo, se exige el uso de fitosanitarios que no afectan al Medio Ambiente. Por otro lado, permitimos la importación de producto que se ha cultivado con estándares mucho más bajos», critica Ana Juanena, secretaria del sello Espárrago de Navarra.
Por eso, Izvernizeanu aboga por «internalizar en el precio de los productos todos los impactos que tienen para el medioambiente, como emisiones de CO2, consumo de agua, uso intensivo de la tierra, o contaminación del agua». El problema, lógicamente, es que eso encarecería muchos productos y complicaría la cesta de la compra de los colectivos más desfavorecidos.
La subjetividad de la calidad
¿Pero quiere todo esto decir que los productos locales son mejores? Es un agrio debate. «La calidad es subjetiva. Si analizamos muchos productos a nivel fitosanitario o biológico, puede que no haya grandes diferencias», sentencia. «Un producto local no tiene por qué ser 'premium' o de mejor calidad», advierte Bilbao, que aprovecha para señalar que «los sellos de calidad garantizan muchas condiciones de producción, más estrictas que las normativas generales, pero también la homogeneidad del producto que otros no tienen».
¿Pero saben mejor sus productos? Para tratar de salir de dudas, este periódico realiza una cata a ciegas entre una decena de consumidores con tres tipos de espárrago: unos con denominación de 'Espárragos de Navarra', y otros procedentes de China (un 36% más baratos) y de Perú (que cuestan un 54% menos). Aunque los de Navarra resultan los mejor valorados, los resultados reflejan una diferencia casi imperceptible. Y muy pocos participantes estarían dispuestos a pagar la diferencia en el precio real después de haberlos probado. «Yo lo haría por sostenibilidad y porque me dan más confianza», justifica uno de ellos.
De China a Euskadi, 20 céntimos por lata
Naranjas de Sudáfrica, cerezas de Chile, pimientos de Marruecos o espárragos de China. Todos sustancialmente más baratos que el producto vasco o navarro. La razón hay que buscarla en los precios de la logística. Xavier Sanz, responsable de Across Logistics en Hangzhou, hace una valoración de lo que cuesta enviar una lata de 15 espárragos (un kilo de peso) de China a España: «En un contenedor de 20 pies se pueden cargar 24.000 kilos. Siendo conservadores, digamos que transporta 20.000 latas. El coste desde la fábrica china hasta el almacén de destino (modalidad 'all in') en España está ahora en unos 4.000 euros, como antes de la pandemia, así que el transporte de cada bote saldría a 20 céntimos. En torno a 1,3 céntimos por espárrago».
Juanena señala que «a veces, el porte por carretera dentro de España puede salir más caro que el viaje desde China». Claro que eso último tiene truco. «No es lo mismo hacer viajes entre almacenes por autopista y en tráiler que ir con furgonetas o camiones pequeños de productor en productor», explica Aduriz. Además, la responsable de producto fresco de Uvesco recuerda que los productores chinos, por ejemplo, reciben subvenciones del Gobierno «porque la exportación es prioritaria para el país».
«Hay que ponerse las pilas»
Todos los entrevistados para este reportaje coinciden en que los productores locales no pueden quedarse de brazos cruzados frente a la fuerza de la globalización y ante la espiral inflacionista. «Ser local no es una patente de corso», apunta Javier Bilbao, de Eroski. «Hay que ponerse las pilas, porque, de lo contrario, muchos desaparecerán», coincide Maria José Aduriz, de Uvesco. «La clave está en la inversión tecnológica. Aunque el modelo es diferente, un buen ejemplo de ello es Holanda, que ha logrado una eficiencia diez veces superior a la de Almería y ya es competitiva a pesar de que los salarios y los estándares son elevados», apostilla Rogelio Pozo, responsable de Azti.
En su opinión, los nuevos sistemas tecnológicos de monitorización suponen ahorros sustanciales y un incremento en la productividad del suelo. «Indican cuando hay que regar, o cuándo y qué tipo de fertilizantes o pesticidas son necesarios», explica. El problema es que, con márgenes pequeños, los productores no siempre pueden acometer esas inversiones. «Es la pescadilla que se muerde la cola», resume Pozo.
«La clave de la eficiencia y la productividad está en la inversión en tecnología»
Rogelio Pozo
Director general de Azti
Para escapar de ese círculo vicioso, los representantes de los supermercados apuntan varias posibilidades. «Hacen falta más ayudas de las instituciones, y no me refiero a subvenciones. Además, el asociacionismo y el cooperativismo actuales, a menudo lastrados por rencillas, se quedan cortos. Hay que avanzar incluso en la filosofía de la producción», asevera Aduriz. Bilbao hace hincapié en la necesidad de aumentar el tamaño de las empresas «para abaratar costes y generar economías de escala».
La conciencia del consumidor
Tanto Uvesco como Eroski afirman trabajar para ayudar a los productores en estos retos. «La leche de nuestra marca, por ejemplo, procede de Carranza y ahora también se envasa allí y no en Cantabria como antes», subraya Bilbao. «Nuestras acciones van dirigidas a que las explotaciones sean rentables para que los agricultores y ganaderos tengan una vida digna», remarca Aduriz.
La OCU, sin embargo, señala que los supermercados son también parte del problema y anima a «la venta directa o venta en canal corto, a comprar en mercados, tiendas de proximidad y grupos de consumo para ayudar a revitalizar el tejido económico y social de nuestro entorno». También demanda «más información sobre el origen de los productos, para saber si son de temporada, locales y si se han producido en zonas cercanas con métodos de producción agroecológicos y productos de origen animal de pasto».
Al final, la decisión final la toma el consumidor en función de sus posibilidades e intereses. «Hay que entender que el precio se conforma con un coste de producción pero también con un valor percibido que se forma con elementos intangibles», señala Pozo. Por eso, todos coinciden en que es necesario impulsar la transparencia y ofrecer más información sobre todo lo analizado para que la ciudadanía pueda realizar su compra «en conciencia».